Opinión
Ver día anteriorLunes 18 de septiembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Contra el fascismo, ¿mano dura o democrática?
L

os partidos políticos seguramente han sido indispensables para la expresión ciudadana más variada desde el comienzo del liberalismo o, si se quiere, desde la consolidación del sistema capitalista en el mundo, a finales del siglo XVIII, desde la derrota del Ancien régime y desde los primeros trazos políticos de la época moderna; de manera firme después de la Revolución Francesa en que se configuran inicialmente los principales rasgos de la modernidad, en política los partidos y en lo jurídico la defensa de los derechos humanos. Indispensables porque era la manera de garantizarse la voluntad popular, siguiendo o no programas, dirigentes o a propaganda más o menos sofisticada, hasta constituir a los gobiernos tal como los hemos conocido en los dos siglos recientes, con mayor o menor cumplimiento del principio ­democrático.

Los partidos de izquierda, de centro o de derecha, y sus extremos, se configuraron dentro de tal esquema básico, y así hemos vivido básicamente en los tiempos recientes, aunque deba reconocerse una mayor o menor fidelidad a los mencionados principios fundadores, aun cuando por supuesto deberían seguramente agregarse otros.

Pero –como se dice en el habla popular– ha pasado ya demasiada agua debajo de esos puentes y los principios fundadores, como los hemos llamado, han variado tremendamente en su significado y en su aplicación o cumplimiento. Y uno de ellos, sin ánimo comparativo, ha sido la existencia de los partidos políticos como vehículos de expresión, o como medio necesario para la expresión de la voluntad democrática.

Concebidos en su inicio como vehículos de tal expresión, la expansión del capitalismo y su concentración en pocas manos han devaluado o modificado tremendamente el significado original suyo. El régimen, a ojos de muchos, ha sido devaluado y en vez de seguir poseyendo medios de expresión que pudieron llamarse durante mucho tiempo de carácter democrático, la transformación del capital y de la sociedad nos ha llevado a un punto en que las principales decisiones políticas se toman por grupos muy reducidos, borrando todo posible vestigio de expresión de la voluntad popular. Es la voluntad de los ricos y de los influyentes la que se impone y prevalece, marginando prácticamente por entero algo que se parezca a la voluntad popular, es decir, se impone y prevalece por todos lados el principio oligárquico, anulando lo que durante mucho tiempo se llamó el principio propiamente democrático.

Esto ocurre desde luego prácticamente en todos los países, con mayor o menor claridad para la ciudadanía. Aun cuando este fenómeno no sea evidente para todo mundo, el nuevo fenómeno o modus operandi comienza a imponerse prácticamente en todos los países, desde luego con diferentes grados de atraso o adelanto, pero siempre ya, en mi opinión. con este núcleo de novedad que se irá imponiendo con mayor o menor grado de avance o de retraso, con mayor o menor rapidez, pero que ya está invariablemente presente. No podemos olvidar que la evolución de los fenómenos políticos y sus categorías intelectuales son normalmente a largo plazo, y que sólo de manera excepcional pudieran aflorar en el corto plazo.

Resulta claro, entonces, que aparecen una multitud de interrogantes sobre el fenómeno, y en primer lugar para los mismos que lo encabezan, ¿De qué manera expresar o hacer valer socialmente las tendencias, ideas, incluso las convicciones de los diferentes grupos, se les llame o no clases sociales (otro término que parece existir ahora con muchos interrogantes). En todo caso, aun cuando su nombre pueda no ser ya en adelante el de partidos políticos, el hecho es que de todos modos los convencidos de algún principio, o lo luchadores en torno a una demanda o necesidad social, se reúnen para luchar o reivindicar en grupo sus ideas y demandas, siendo esto más eficaz que la lucha aislada o solitaria. Surgen así los movimientos populares, que llaman a capas amplias de la población a sumarse a tales o cuales objetivos de la política.

Me parece que todos tenemos en mente este tipo de principios o reivindicaciones, muchas de las cuales, es verdad, han estado en los programas de los partidos, pero hoy hay otros nuevos (no partidos, sino movimientos) que han aparecido de diversas corrientes políticas no necesariamente integradas a los partidos, y que han mostrado su fuerza multiclasista, y que no obstante su origen diversificado socialmente, como puede ser la tesis transgénero para realizar matrimonios entre personas del mismo sexo, parecen cada vez más exitosas en las diversas regiones del mundo. Habría sin duda muchos otros ejemplos que añadir. Uno de los cuales pudiera surgir de las posiciones políticas del propio Noam Chomsky, quien es criticado por buen número de izquierdistas cuando plantea, por ejemplo, que la lucha antifascista debe llevarse a cabo con métodos democráticos, cuando plantea, por ejemplo, que esa lucha no puede pronunciarse en favor de prohibir las reuniones y manifestaciones de los fascistas, diciendo que tales actos serían autodestructivos, y que más bien habría que apelar a métodos educativos. Sus críticos argumentan que la lucha antifascista no puede confiar en la policía o en el Estado, como ocurrió en el pasado, cuando iniciaron su ascenso el nazismo de Hitler o el fascismo de Mussolini, y que, entre otras razones, tuvieron éxito por la debilidad inicial de sus opositores. (El argumento, sin nombrarlo, se refiere a Donald Trump.)

Como se ve, la tesis es discutible, y ya tendremos oportunidad de volver a sus términos.