Opinión
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Desde el otro lado

Sí, no, tal vez

E

sa es la única forma con que se puede definir la incertidumbre que Donald Trump ha insertado en la política de EU. Su última ocurrencia ha sido la necesidad de una reforma migratoria. Durante su campaña prometió derogar la orden ejecutiva conocida como DACA, diseñada en la administración de Obama para proteger a 800 mil jóvenes que llegaron al país siendo niños. La promesa fue acompañada con su intención de construir un muro en la frontera con México. Ambas promesas fueron reiteradas durante su toma de posesión y, presionado por los conservadores encabezados por su procurador general, en las últimas semanas insistió en que las cumpliría. Sin embargo, de la noche a la mañana decidió que su corazón está con esos 800 mil jóvenes, llamados dreamers, y llegó a un sorpresivo acuerdo con el liderazgo demócrata para protegerlos y evitar que fueran deportados; lo del muro lo veremos después, dijo a la prensa.

La noticia cayó como baño de agua fría en el Partido Republicano. Sus líderes en el Senado y la Cámara de Representantes tuvieron que tratar de matizar las consecuencias del acuerdo con los demócratas. El sector más conservador de ese partido acusó al presidente no sólo de faltar a sus promesas, sino de traicionar a quienes lo han apoyado.

Hay un profundo desconcierto en el Partido Republicano sobre las consecuencias que la actitud de Trump pudieran tener en las reformas que se han propuesto, una de ellas la fiscal. Las divisiones que se manifestaron al tratar de derogar la reforma de salud conocida como Obamacare se repiten en momentos en que los legisladores se preparan ante la campaña para reelegirse el próximo año.

Nadie sabe cuál será el rumbo que tomen las disputas entre el presidente y el partido que lo llevó a la Casa Blanca. Pero Trump es Trump, para él no hay ideología que cuente, y si para ganar es necesario hacer pactos con sus adversarios lo hará, ignorando incluso al liderazgo del partido al que supuestamente pertenece. Las fricciones son cada vez más evidentes y no es descabellado pensar que buen número de legisladores republicanos ha llegado a la conclusión de la dificultad, por no decir la imposibilidad, de continuar aceptando los caprichos y cambios de humor del presidente, por lo que al parecer ellos también han decidido actuar por cuenta propia. Lo que no deben olvidar es que son los únicos responsables por haber creado un Frankenstein que ahora no saben cómo manejar.