as declaraciones de amor de Trump por los dreamers, de hace unos meses, forman parte del show mediático en que se ha convertido su gestión en la Casa Blanca. Al día siguiente dice que lo va a pensar y pone a temblar a más de 800 mil jóvenes que viven en una situación temporal de estatus migratorio protegido. Luego afirma que tal día va a decidir el asunto, finalmente la vocera dice que será otro día y luego que será el Congreso el que va a decidir. Luego dijo que llegó a un acuerdo con los demócratas y al día siguiente dio marcha atrás. Así nos ha traído las últimas semanas y seguiremos esperando a ver qué pasa en el Congreso.
Lo más grave y lo que más le duele e inquieta a mister Trump es que DACA fue uno de los legados importantes de la administración Obama. Y si algo ha prometido y lo ha tomado de manera personal, es desmontar todos los avances de la terrible, horrible, catastrófica
gestión de su predecesor, el primer presidente negro de Estados Unidos. Tanto odio contra el legado de Obama, tiene un obvio trasfondo racista, que poco a poco va saliendo a la luz. Trump fue el promotor de la nefanda mentira e insidia de que Obama no había nacido en Hawaii sino en África. Lo que significa que no sólo era negro, sino extranjero e impostor.
Como diría Samuel Huntington, el ideólogo de la guerra entre civilizaciones, leído de manera muy puntual por los asesores de Trump, en América el asunto se resuelve por el lado del idioma y la cultura. Y la amenaza son los hispanos, que han convertido a Miami, Los Ángeles y Nueva York en ciudades bilingües, donde los migrantes no se integran, según su peculiar interpretación. Y lo dice sin tapujos para soñar el sueño americano hay que soñar en inglés
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Lo paradójico del asunto es que los 800 mil dreamers o DACAS registrados y por el momento protegidos y el millón que está en lista de espera, todos sueñan en inglés, fueron educados y socializados en Estados Unidos, pero no tendrán acceso ni al sueño americano, ni a la residencia, ni la nacionalidad, que es lo que realmente importa. El sueño puede ser pesadilla.
Son jóvenes tan asimilados al mundo estadunidense, que ni siquiera tenían conciencia de que eran mexicanos e ilegales. Muchos padres de familia los dejaron vivir en la ignorancia y en la mentira (hay que decirlo con todas sus letras) y fomentaron el idilio de que eran estadunidenses. Al fin y al cabo, tendría que llegar una reforma migratoria que los regularizara a todos. Pero no ha sido así.
La primera llamada de atención con respecto al caso de los jóvenes mexicanos llevados de pequeños a Estados Unidos de manera irregular data de hace 20 años. Fue el caso de unos escolares que viajaron a las Cataratas del Niágara y pasaron, con todos sus compañeros, al lado canadiense, donde la vista es mucho más espectacular. Al regreso cinco jóvenes mexicanos fueron detenidos en la frontera, no podían ingresar a Estados Unidos. El drama llegó a la prensa y los abogados de la escuela abogaron por los estudiantes. Finalmente lograron regresar.
Pero ahí empezó el debate de qué hacer con casos similares. Y el senador por Colorado, Tom Tancredo, se convirtió en el verdugo y en el principal opositor para que los estudiantes reingresaran a Estados Unidos.
Las opiniones son encontradas. La derecha radical le exige a Trump que cumpla sus promesas de expulsar a todos los migrantes ilegales sin distinción. Los procuradores de varios estados, encabezados por Texas, exigen que se aplique la ley y que se ponga término al estado de excepción.
De hecho, además de los dreamers hay varios grupos en situación parecida conocida como TPS (Temporal Protected Status), muchos salvadoreños, guatemaltecos y nicaragüenses, renovaban su situación cada tanto tiempo, hasta que finalmente los admitieron de manera definitiva. En la misma situación hay haitianos y africanos de diferentes nacionalidades. En todos los casos se trata de renovar y renovar, hasta que finalmente los aceptan de manera definitiva o los deportan.
El caso de los dreamers es excepcional por su juventud, educación, capacitación y, sobre todo, politización. Ellos han dado la cara, han salido a las calles y consiguieron apoyos formidables, entre ellos las órdenes ejecutivas de Obama.
Pero su futuro no está claro ni en México, ni en Estados Unidos. En México la retórica de los brazos abiertos
del gobierno no da para más. En Estados Unidos, su cabeza está puesta en la picota.
Por el contrario su futuro es claro y promisorio en el justo medio, in between, entre los dos países. Los dreamers tienen la posibilidad de contar con tres cualidades excepcionales: ser bilingües, biculturales, binacionales. No importa que se queden en Estados Unidos, los deporten a México o vuelvan a Estados Unidos. En cualquier caso, pueden tener un futuro promisorio si saben aprovechar su situación y trabajar para ser bilingües, biculturales y binacionales.
En el mundo del espionaje, estas tres cualidades son claves y muy pocos las tienen, de ahí que estos personajes sean tan codiciados y demandados. Y más allá de los contextos de la novela de espías, también los requieren la industria, la diplomacia, la ciencia, los negocios, el comercio, la academia, la docencia, el turismo, etcétera.
Ahí están sus oportunidades. Pero para lograrlo los dremears tendrán que aprender a hablar bien el español y no sólo eso, también a leerlo y escribirlo. Tendrán que manejarse con soltura en el medio cultural, social y laboral mexicano, para ser biculturales, se supone que ya se manejan bien en el medio americano. Y finalmente podrán ser binacionales. Hay muchas vías para lograrlo, por matrimonio, estancia prolongada, reunificación familiar y mil recovecos legales que explorar.
Para esta última cualidad, la binacionalidad, se requiere de apoyo, interés y proactividad del gobierno mexicano, no sólo de abrir los brazos. Hay que fomentar la regularización de los hijos de mexicanos y presionar para que los dreamers deportados tengan acceso a un retorno pronto y legal y que no tengan que esperar 10 a ver si los readmiten. Luego podrán optar por la naturalización.