Nuevamente se quedaron con las ganas quienes esperaban un anuncio sobre sucesión
Domingo 3 de septiembre de 2017, p. 7
Esto se acabó. Lo que sigue, para bien o mal, será asunto de ustedes. Es lo que pareció decir el Presidente antes de su tradicional paseíllo. Lo anunciaron como el salvador de México, pero en su quinto Informe de gobierno, él quiso matizar: Hemos sentado las bases de un mejor país
. Las bases. Más o menos lo que presumió, en medio de aquel annus horribilis que fue 1994, Carlos Salinas de Gortari.
El discurso, sin embargo, no pecó de modestia. Sabido es que todo presidente, panista o priísta, tiene como obligación reinaugurar el Golfo de México. Y, a juzgar por sus cifras y el recuento de sus logros, Enrique Peña Nieto lo consiguió. Si no veremos materializados los grandes avances de la reforma educativa, si los cientos de miles de empleos
de la reforma energética son hoy desempleo en Tabasco o Campeche, si la pobreza disminuye a fuerza de maquillarla, si las desgracias nacionales tienen como causa la resistencia de algunos grupos
(la educativa) o un adverso escenario global, todo eso es asunto menor.
Ayer se despidió Peña Nieto del poder entero. El año próximo su figura se empequeñecerá al lado del presidente electo. Faltan 15 meses. Mientras, todos se cuadraron: inclinaron las cabezas al saludarlo gobernadores que en sus estados son virreyes, empresarios que mandan en sus áreas, políticos colmilludos que saben el valor del besamanos (salvo las selfies, el ritual es el mismo del pasado que Peña rechaza y condena).
Tres cargas de aplausos recibieron al presidente Peña Nieto en el acto íntimo –mil 400 invitados, pero casi todos amigos y subordinados, no el Congreso que representa a la República– en Palacio Nacional. El mágico quinto Informe, el de la hora de los tapados, ya tiene rato en las primeras planas. Y quienes buscaban un mensaje
se volvieron a quedar con las ganas, porque ya no les satisfizo la cara de funeral de Miguel Ángel Osorio Chong.
El Presidente comenzó a hablar a las 12:10. Su discurso tuvo una duración de una hora con 10 minutos y los viejos cronistas revivieron su conocimiento de las elites, su sabiduría sobre el lenguaje críptico del poder para tomar notas sobre la cantidad y duración de los aplausos, su entrenamiento para leer entre líneas.
De entrada, el Presidente dibujó un país que muchos, necios de realidad, se niegan a ver: un México en paz con un gobierno dialogante que diseñó una estrategia integral
para combatir la inseguridad y la violencia.
Y en este tema, que sigue ocupando el primer sitio en las preocupaciones de los mexicanos, el jefe del Ejecutivo hizo lo mismo que con los demás asuntos: cerrar ciclos y repartir culpas.
Dijo, por ejemplo, que su gobierno ha capacitado a medio millón de policías de todo el país, ha fusionado los equipos de inteligencia y creado un número único para emergencias (el 911). El principal logro que presumió fue, en ese tenor, haber neutralizado
a 107 de los 122 capos más peligrosos y buscados (que esa estrategia haya probado su calidad de gasolina al fuego no tiene la menor importancia).
Acto seguido, como para que nadie preguntara cuál es la relevancia del dato anterior, agradeció a las fuerzas armadas su decisiva participación
en el combate al crimen. Se ganó así el primer aplauso del día.
Llegó entonces el reparto de culpas. Las fuerzas de seguridad locales son débiles y por eso él propuso la integración de 32 policías estatales. Culpa de los gobernadores y alcaldes que se resisten y del Congreso que no ha aprobado la ley de seguridad interior y otras.
En la lista de prioridades de Peña Nieto siguió la política social. Gracias a la magia de las mediciones, los dos millones de pobres con los que su gobierno había engordado la cifra de la vergüenza pasaron a ser dos millones menos (que más de 50 millones sigan pobres es, de nuevo, dato menor).
El camino ha quedado tan pavimentado que, presumió el Presidente, es posible que en menos de una década ya no tengamos pobreza extrema.
Pasó el Ejecutivo a la reforma madre, la educativa, con la frase tramposa de que el Estado recuperó las rectoría
, la inversión sin precedentes
en infraestructura en la materia y los planes y programas que entrarán en vigor cuando él se esté despidiendo del poder.
Siguieron, en el recuento de logros, las obras inconclusas y las inversiones millonarias de la reforma energética que nos darán cientos de miles de empleos
. Todo ello, por supuesto, no había ocurrido en décadas
.
Ya para entonces los reporteros habían perdido la cuenta de los aplausos que interrumpían el discurso presidencial. Pero faltaba el aplauso mayor, el que puso de pie a la concurrencia, cuando el nativo de Atlacomulco se refirió a su candidato invitado y ahora presidente Donald Trump: No aceptaremos nada que vaya contra el interés nacional
.
Y claro, el anuncio de su viaje a China, al cuarto para la doce después del incómodo impasse derivado de uno de los escándalos sexenales en la relación con el tigre asiático.
Vino el remate, el mensaje político que abrió con una frase que será rebatida por los expertos y confrontada en las calles. Es, sin embargo, la frase que Peña Nieto eligió resumir su gestión: México se encuentra hoy mejor que hace cinco años y se han sentado las bases para que en los próximos cinco años el país se encuentre en mejores condiciones
.
Para que ello sea posible se requiere, por supuesto, enfrentar la disyuntiva: seguir construyendo para hacer de México una de las potencias mundiales del siglo XXI o ceder a un modelo del pasado que ya ha fracasado
.
Peña Nieto tardó 10 minutos en llegar al estrado y cuando el patio central se vaciaba él seguía en las fotos, en el reparto de palmadas y abrazos. Se acercó al extremo donde fue ubicado su gabinete, saludó a José Antonio Meade y a Osorio Chong, a los generales y se detuvo con el procurador general de la República, más conocido en estos días como el fiscal carnal.
En el otro extremo del salón estaban los gobernadores. Al centro, Miguel Ángel Mancera quien, en la versión de algunos frentistas, no quiere ser candidato a la Presidencia sino opción para la fiscalía general. De ese lado, Peña Nieto se entretuvo un instante con el veracruzano Yunes, con quien compartió alguna carcajada.
Mientras el Presidente se despedía, las cámaras de las televisoras interceptaron a Ernesto Cordero, flamante presidente del Senado, en uno de los pasillos del Palacio Nacional.
No era el Cordero del letrero de aquí el traidor
que colocó en su cabeza uno de sus correligionarios, sino el político calderonista que elogiaba el discurso presidencial y admitía su coincidencia: México no se puede equivocar
en 2018, dijo. Y añadió: México ya eligió ruta
hace 30 años, y por ahí hay que seguirle. Nadie con un ingreso de 6 mil pesos puede objetarle nada.