Opinión
Ver día anteriorJueves 24 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El mundo de Quanzhou
V

arado en Pudong, área de Shanghai donde se localiza el trepidante y no del todo funcional aeropuerto internacional de la gran metrópoli –construido sin mayores aspavientos en apenas un año y objeto de constantes renovaciones y ampliaciones–, por la cancelación de un vuelo de medianoche a Europa, gozo de un ocio inesperado que dedico a glosar el seminario sobre gobernanza global del BRICS en Quanzhou, al que acudí del 16 al 20 de agosto. Debe saberse, primero, que el BRICS aún existe, a pesar de los designios de ciertos rivales del norte y algunos malquerientes del sur, entre los que México ha solido contarse. Por si se ha olvidado, recordemos que lo forman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica: un tercio de la economía mundial. Nadie ignora que está en problemas, a cuenta, entre otras, de las renovadas diferencias sino-indias, no exentas de ruidos en las fronteras, y por el polémico papel de Putin en varios de los temas globales del momento. El BRICS celebrará en dos semanas, a principios de septiembre, su cumbre anual: el presidente Xi recibirá en Xiamen, sobre la costa oriental del estrecho de Formosa, a sus colegas Putin, Modi, Zuma y Temer. (La presencia de este último, que usurpa el lugar que corresponde a Dilma Rousseff, es una de varias cuestiones lamentables de la evolución de un quinteto en el que coincidieron figuras de la talla de Lula, Mbeki y Singh.) El BRICS se reúne ahora en una de las coyunturas más revueltas, confusas e inciertas de los tiempos recientes, cuando han vuelto a escucharse los tambores de la guerra, batidos a golpe de tuits apocalípticos provenientes de la Casa Blanca y de bravatas diversas provenientes de Pyongyang.

Con disciplina inesperada, dadas las circunstancias, el seminario de Quanzhou se dedicó a desahogar una agenda que parecía diseñada para otro planeta o, cuando menos, para una coyuntura muy diferente. Fue en los intercambios informales en los que se repasó la convulsionada actualidad. Bannon fue el personaje más discutido y la península de Corea, el escenario que más atrajo la atención.

Casi nadie opinó que la salida del estratega mayor de la Casa Blanca –confirmatoria de la elevadísima tasa de mortalidad perinatal, si así puede decirse, de los altos funcionarios del gobierno de Trump, que tienen dificultades para sobrevivir nueve meses– presagiará el cambio de rumbo que todo mundo espera. Nadie declaró entender bien qué había pasado y cuáles habían sido los roles respectivos de los rivales declarados de Bannon en la Casa Blanca. Desde el consejero de seguridad nacional, general McMaster –que prefiere ser él quien dicte los términos del enfrentamiento con Norcorea– hasta Gary Cohn, antiguo ejecutivo de Goldman Sachs (GS) y presidente del Consejo Económico Nacional –que busca conciliar el primitivismo mercantilista de Trump con la globalización financiera que GS promueve. Lo único claro es que la salida de Bannon fue aún más turbia que su llegada a la campaña, en medio de un atolladero. De regreso en Breitbart News, Bannon puede ser un formidable oponente a las intenciones releccionistas de Trump si éste no sigue la línea dura de la alt-right que él propone y de la que se considera sumo pontífice.

La situación en la península de Corea fue vista como la más severa amenaza para la paz y la seguridad internacionales desde la crisis de los misiles hace más de medio siglo. Se sabe de la agudización del debate en Washington entre quienes proponen un golpe preventivo y quienes advierten de sus terribles consecuencias en los países vecinos, Surcorea y Japón en primer término. El argumento de que no puede contemplarse la perspectiva de una Norcorea poseedora de armas nucleares, dada la impredectibilidad de las acciones de su líder, ha perdido mucho lustre cuando Trump presume de ser impredecible. La diferencia que aún distingue a Kim de Trump no es que uno sea más errático que otro, sino que éste se halla sujeto a los equilibrios y contrapesos de un sistema democrático. El desarme nuclear de la península se vuelve más remoto mientras Estados Unidos y Sudcorea realizan nuevas maniobras militares conjuntas y Norcorea multiplica sus baladronadas.

En el nivel más aparente, el seminario fue visto –sobre todo por los participantes de entidades chinas: universidades, academias, gobiernos locales y funcionarios del partido, pero no sólo entre ellos– como una oportunidad para destacar la clarividencia de Xi y la gran dimensión de sus contribuciones; fue también claro el deseo de presentar a China como el país preminente en el BRICS, hecho este tan obvio que no requiere ser subrayado. Se distribuyeron profusamente diversas ediciones de discursos y otros escritos del presidente, entre ellos un nuevo tomo de 500 páginas sobre sus cogitaciones acerca de la gobernanza internacional. Se ha discutido mucho en el exterior si ha renacido en China el culto a la personalidad. Testificar una ocasión como ésta permite pronunciarse por la afirmativa: cinco pudo haber sido el promedio de menciones elogiosas para Xi en cada ponencia y discurso. Nada en esto es excepcional o inesperado: acoger estas reuniones es ocasión para hacer brillar la importancia nacional del país sede y, dicho en lenguaje técnico, China es uno de los que más tiene de qué presumir. Si se hubieran corrido apuestas, quizá muchos se habrían inclinado por predecir un intento formal de Xi, que está por llegar a la mitad del periodo de liderazgo que le corresponde, de continuar más allá del decenio para el que fue designado, aunque, como se sabe, no se trata de un periodo constitucional, sino de un modus vivendi que todos parecían aceptar, como condición para el remplazo pacífico del liderazgo en la República Popular.

El seminario de Quanzhou concluyó con la adopción de un documento de consenso sobre los principales desafíos que enfrenta una gobernanza global más efectiva. En mi turno había señalado: “Las prácticas e instituciones para la gobernanza global deberán ser transformadas en profundidad para asegurar su congruencia con la evolución de una economía internacional en la que las relaciones y equilibrios industriales, técnicos y financieros mudan de manera constante y en no pocas ocasiones en favor de las grandes economías emergentes –algunas de ellas en el BRICS y otras no pertenecientes a esta agrupación. Esta coyuntura de cambio también se deja sentir en la esfera de las relaciones políticas y los equilibrios de poder, globales y regionales”. El consenso de Quanzhou reafirma esta noción.