La agrupación ofreció un concierto que se transmitió en vivo el viernes pasado
Su disco más reciente, Vientos de mar, está disponible en la librería de La Jornada
Domingo 13 de agosto de 2017, p. 5
Alta intensidad.
Un concierto con Los Vega es un acontecimiento que ningún amante de la música de calidad se quiere nunca perder.
Un concierto con Los Vega es un fandango, un ritual, una linda ceremonia donde la comunidad baila, canta, sonríe. A todos en los conciertos de Los Vega nos terminan doliendo los cachetes de tanto sonreír.
Un concierto con Los Vega es un estado permanente de asombro, de serenidad. Una manifestación florida de la felicidad.
El más reciente de esos conciertos ocurrió el atardecer de este viernes en el Estudio A del Instituto Mexicano de la Radio (Imer), atracito de la gloriosa Cineteca Nacional, y todos entramos sonrientes y salimos exultantes.
El concierto se transmitió en vivo y tuvo inmensa calidad de sonido, ecualizado magistralmente, para beneplácito de quienes encuentran en el son jarocho algo más allá de lo que pesa en el imaginario colectivo: sonidos emanados de la magia, la fuerza de lo tribal, el misterio de lo humano construido a golpe de milenios, una respuesta a la pregunta de qué hacemos en este plano terrenal. Gozar. Aprender a sonreír.
Raquel Palacios Vega entona melopeas de sirena, despide a la neblina para dar la bienvenida al sol, mientras rasga su jarana y entonces Fredi Naranjo Vega lanza un gemido de bisonte y escuchamos enseguida el trepidar de una manada de bisontes en celo que hacen temblar las hojas de un jardín: la música que hacen con los pies sobre el entarimado Rosario Cornejo Duckles, Raquel y Martha Vega: un coro telúrico en estrépito.
Enrique Palacios Vega toca la guitarra leona de manera semejante a como Charles Mingus hacía escupir agua por el lomo a su contrabajo/ballena, mientras Saúl Vernal Zamudio percute cocos, toca la jarana como si fuera un mosquito danzando en la noche, pasa la mano derecha sobre el puente del encordado como grullas morenas y en apareo. Eso suena a paraíso y entonces suelta la jarana y se monta en la tarima y su esqueleto es una danza tribal y mágica.
Es el momento en que aparece el requinto de Claudio Naranjo Vega, ese Paganini del Sotavento, ese Jimi Hendrix del son jarocho, y sucede uno de esos momentos mágicos que hacen de un concierto algo inolvidable: de repente, ¡pak!, revienta la cuerda sol de su requinto y luego, ¡paak!, truena la otra cuerda y sucede la magia: Alejandro, jaranero también, integrante del grupo Caña Dulce Caña Brava, se percata de lo que acontece en el escenario y se desliza en las sombras de donde emerge con un requinto de repuesto en la mano.
Tras bambalinas, pasa el requinto a Claudio, quien intenta cambiar las cuerdas, pero como no son del mismo calibre, ¡paaak!, se vuelve a tronar en su requinto, el cual es su amuleto, lo que causa tristeza en Claudio, quien afina el requinto de repuesto y, ya repuesto, en el micrófono bromea: esto es para que vean que es en vivo
, y anuncia: voy a identificarme ahora con este requinto
.
Y sucedió el prodigio
He visto conciertos donde las cuerdas del violín solista se revientan, he visto arcos de violonchelo desgajados, gatos bajo el piano de Lazar Berman en Bellas Artes, peripecias mil, pero lo que sucedió el viernes en el concierto de Los Vega lo supera todo: Claudio se identificó a tal punto con el requinto de repuesto que de repente todo era un ágape en el Olimpo, un aquelarre en el paraíso, una fiesta en el alma, con el ataque prodigioso del coro de jaranas, las tres bailarinas haciendo música con los pies, las décimas, los versos, el amor por el lenguaje y el esplendor de la existencia en este coro de géiseres que nos hicieron muy felices, tanto, que al salir nos dolían los cachetes de tanto sonreír.
Larga vida a Los Vega, ese tesoro cultural del mundo.
El nuevo disco de Los Vega, Vientos de mar, se consigue en la Librería de La Jornada (avenida Cuauhtémoc 1236, estaciones del Metro Zapata, División del Norte y Parque de los Venados).