xiste un corrido al que dieron vida mis maestros Santiago Ramírez y Ramón Parres de cantar la tragedia en el mexicano. Jóvenes abandonados a su suerte incapaces de descifrar lo propio y lo ajeno:
“Estos eran tres muchachos
que venían de trabajar,
como no tenían dinero
se tiraron a robar.
Cargaban su dinamita
y su buena batería
para volarse los cambios
y los fierros del tranvía.
Un 16 de septiembre,
ni me quisiera acordar,
me correteó la patrulla
la policía judicial.
Tan, tan, tocan las puertas
Mi jefe ya sé quiénes son,
son unos dos, tres muchachos
que vienen a declarar.
–Muchachos ¿por qué vinieron?
–Mi jefe, no sé por qué
por unos dos, tres pesitos
que me quería nahualiar.
Pasaron los ocho días
me mandaron a la correccional
donde trabajan los hombres
por un pedazo de pan.
Pasaron los ocho meses
me mandaron a llamar
pasamos a las oficinas
toditos a declarar.
Pasaron los ocho años
me dieron mi libertad,
adiós Tlalpan, Escuela
Correccional
aquí se acaban cantando
los versos del Tribunal.”
Versos que expresan en todo su dramatismo un tono festivo incapaz de encubrir la tragedia. A pesar de los esfuerzos que se realizan, el mundo es injusto siendo preciso robar.
Jóvenes aludiendo a la inutilidad de cualquier actividad socialmente aceptada, a la ineficacia de los medios lícitos y por tanto a pesar de trabajar es preciso robar. Actitud que se repetirá después hasta los más altos grados de la política. Pese a no ser necesario hay que robar. Lo cual evidentemente no tiene que ver con lo exterior, sino con la vida interna.
Vivencias traumáticas e inelaborables que hay que repetir. La corrupción se mantiene en la vida interior independientemente de las necesidades externas. Las situaciones traumáticas que vivimos desde ya presentes en la corrupción. La corrupción no es solamente mexicana, la corrupción va integrada al ser humano.
Más intenso en estos días de política en que algunos queremos a los poetas y otros a los modernistas, porque los mexicanos somos amorosos, seguimos buscando, buscando, sin encontrar.