El grupo presentó su nuevo disco, Vientos de mar, en el centro de Tlalpan, el domingo pasado
Martes 25 de julio de 2017, p. 6
El grupo de son jarocho Los Vega puso en vida el material de su nueva documentación discográfica, Vientos del mar, la tarde del domingo en el centro de Tlalpan. Mostraron maestría sin mácula. Su dominio técnico, la complejidad de sus armonías y el alcance de su calidad musical elevan el género que practican, un sonido que procede de una región, Sotavento, a la categoría de obra de arte, de manera semejante a como la música flamenca, por ejemplo, ha alcanzado las salas de conciertos.
Como si estuviéramos en una ranchería jarocha, el fandango ocurrió bajo una tormenta tropical de copiosas dimensiones. Era tal la intensidad y la energía distribuida entre músicos y público, que la frase de Goethe se transfiguró: hubo un ligero aumento de luz, al mismo tiempo que un notorio aumento de temperatura, y eso que estábamos prácticamente al aire libre, salpicados de lluvia y resguardados apenas por una lona gigantesca, en el patio central del Museo de Historia de Tlalpan.
La quinta generación de la dinastía jarocha Vega, oriunda de Boca de San Andrés, está integrada por Raquel Palacios Vega en jarana y voz; Claudio Naranjo Vega en requinto y voz; Fredi Naranjo Vega en jarana, quijada, tarima y voz; Enrique Palacios Vega en la guitarra leona (o guitarra panzona) y voz; Saúl Vernal Zamudio en jarana, cocos, tarima y voz, y Rosario Cornejo Duckles en la tarima.
Su nueva grabación, Vientos del mar (reseñada el sábado pasado en las páginas de La Jornada: https://goo.gl/1QKCyo) evidencia evolución en niveles de armonía, verosimilitud, intensidad y magia. Porque magia y no otra cosa es observar el furor en los rostros del público, hipnotizado por el vuelo colibrí de las manos sobre las jaranas cuando ellas todas en coro hacen efectos asombrosos, como el de simular una disminución de velocidad cuando en realidad la están aumentando en ritmo intrínseco, ese pulso interior que solamente es perceptible en, por ejemplo, los pasajes sinfónicos scherzi del austriaco Anton Bruckner.
Toda música tradicional evoluciona. Eso es sabido. Lo sorprendente es presenciar nuevos giros, aportaciones insólitas, innovaciones inimaginadas, sin que pierda un ápice su esencia.
Sincronía, ataques tutti, crescendi, accelerandi, ritardandi, la estructura narrativa que han construido Los Vega causa asombro y alegría. Tocan unísono sin mirarse siquiera.
Cada sonido corresponde a un gesto sinóptico de sus cuerpos, como si hubieran ensayado coreografías, cuando en realidad es la armonía de movimientos en conjunto que podemos observar, por ejemplo, cuando la sección de violas de la Filarmónica de Berlín hace sonar una desgarradura en medio del bosque, como un relámpago fosforescente.
Tan imbuida la esencia de la auténtica música clásica de Veracruz está en Los Vega, que resulta inminente percibir en sus requiebros, los giros familiares en Vivaldi, los vaivenes modosos en Frescobaldi, los ataques súbitos a lo Scarlatti y caireles sonoros estilo Gabrielli. Aceptada de antemano por la academia, así como por musicólogos eminentes, la conexión inequívoca del barroco italiano con el son jarocho, y puesta en evidencia por los conciertos y los discos de Jordi Savall con su orquesta barroca Hespérion XXI y el grupo jarocho Tembembe.
Otro de los muchos logros técnicos asombrosos de Los Vega consiste en el sueño dorado de todo compositor, de todo instrumentista, en especial de Monsieur de Saint-Colombe, Marin Marais y toda la estirpe de cultivadores de la viola da gamba, linaje donde está incluido Jordi Savall, y que consiste en conseguir que la viola de gamba imite la voz humana.
Las cuatro jaranas y la guitarra leona que ponen en acción Los Vega cantan, dicen, saborean las palabras que más adelante estarán en boca del cantante solista en turno. Prodigio.
Esta música de gran valor musical y que resiste análisis musicológico, merece ser conocida por más personas. El imaginario ha puesto en ella solamente desprestigio, desdén, que no es otra cosa sino ignorancia.
Los Vega elevan, reponen, rescatan, ubican el son jarocho como una de las bellas artes. Deja así de ser una música regional, para convertirse en música clásica.
Todo eso lo demostraron en su concierto bajo la intensa lluvia del domingo por la tarde.