l trágico socavón, donde se enfanga el ya muy menguado crédito gubernamental, atempera el desatado calentamiento electoral rumbo a 2018. El tiradero de escombros en que se convirtió al multicitado Paso Exprés para Acapulco tendrá todavía cursos insospechados. La cauda de negativas consecuencias que acarreó tan funesto suceso carretero impuso una tregua difusiva al alboroto partidista y difusivo. Cuando se vuelva al opacado alegato de alianzas y candidaturas, muchas de las valoraciones, antes planteadas como posibles o inconvenientes, sufrirán retoques notables. Las luchas internas personales en el PAN requieren, con urgencia, prontas salidas si se quiere evitar el naufragio en proceso que lo acorrala. El ya menguado poder decisorio de la mera cúspide priísta no podrá soportar, inmune, el adicional e inclemente golpeteo en curso. Mientras más tarde se proceda a fijar y limpiar responsabilidades de dicho socavón, mayores serán los raspones que recibirá la cúpula. Las complicidades, corruptelas y muchas torpezas que se van destapando, rebasarán, ampliamente, los evidentes errores en la construcción de ese eje carretero. La tragicomedia que aqueja a la burocracia perredista es digna de calificarla como enfermiza. Ya no pueden, las distintas corrientes (tribus), seguir el sainete en que las meten, con sus berrinches, obsesiones y trueques, sus enquistados dirigentes.
La formula de un gran Frente Democrático que algunos siguen planteando como posible, conveniente y hasta indispensable, ya no podrá liberarse de su otro título: Frente Opositor. Mediante qué truculencia conceptual pueden, tanto el PRD como el PAN, solicitar el voto mayoritario para derrotar al PRI. Bien se sabe que, ambos partidos y en distintos momentos, han sido gustosos compañeros de viaje. Los panistas no pueden presentar cara distinta a la de sus concertacesiones, ya de larga trayectoria, con los priístas. ¿Cuáles facetas de sus presidencias o gubernaturas los hacen distintos? Inclusive sus programas de gobierno son similares por no decir idénticos. Quizá un toque mayor de cinismo priísta frente a fingida mojigatería en los panistas sean las notas discordantes. La corrosión ocasionada en sus empeños patrimonialistas no son, tampoco, distinguibles. Sus combates a la corrupción sólo son enunciados sin sustento que sucumben al más leve soplido de sus ambiciones. La eficacia en sus desempeños es intercambiable en fracasos y continuidad programática neoliberal a ultranza. Ninguno de estos dos grandes partidos se han caracterizado por su empeño en disminuir las grotescas desigualdades: de hecho ni siquiera la invocan en sus principales ofertas de campaña y, menos aún en el accionar de gobierno. Las famosas cuan fracasadas reformas estructurales fueron legisladas de consuno. En ellas pusieron sus mutuos y reales acentos y conveniencias, tanto partidarios como conceptuales. El auspicio de negocios los lleva por senderos paralelos, las posibles divergencias tal vez se den en la cuantía de sus apañes.
En cuanto a las promesas de los dirigentes perredistas sus alardes son, por lo menos, dignos del camastro sicoanalítico. Desean, algunos de ellos, saciar sus rencores y envidias respecto de su némesis: AMLO. Es este personaje el epicentro discriminador de sus alocadas posturas y variantes decisiones. Para los chuchos el pleito en que se han empeñado con el líder de Morena sólo los ha llevado a erosionar la congruencia y legitimidad de su partido frente al electorado. Ante sus correligionarios y votantes muestran, con enredados silogismos, la pequeñez de sus miras. Siguen empeñados en proseguir su confusión: ayuntarse con un, al menos ideológicamente desvencijado, panismo. Las anunciadas pretensiones de mutua alianza les ocasionarán, de realizarse, quiebres en la confianza y la fidelidad de sus votantes. El perredismo de base se pregunta ¿Han sido eficaces y benéficos los arreglos en estados donde han triunfado, aparte de una que otra posición o contrato para sus burocracias? Deben reconocer, además, que sus negociaciones con el priísmo los ha marcado. Primero en aquello que se llamó Pacto por México y, después, durante la elección del Edomex donde evitaron que Morena obtuviera lo que merecía: un claro y mayor triunfo en ese competido estado. Quienes sí ganaron fueron los líderes de Neza (Bautista y Zepeda) con sus acuerdos financieros y una que otra posición de gobierno. De manera alguna fueron los desplantes de AMLO, pidiendo su tardía declinación en favor de la profesora Delfina, la causa del fracaso electoral. El muy anticipado compromiso resultó, qué duda, sólido e indeleble. Negociar ahora su pronosticado rango de 7 a 10 por ciento del voto para 2018 con el panismo, oculto tras el Frente Opositor, les llevará a una casi segura debacle electiva. El tándem PAN con PRD no podrá ganar la Presidencia y, en cambio, podría ayudar al mismo PRI en sus desatadas pretensiones de prevalecer a toda costa.
Ojalá haya prudencia en el aparato de comunicación nacional y las ansias electorales de los diversos partidos se atemperen y encuentren cause debido. Los ánimos ciudadanos están seriamente afectados. Recargarlos no es, por consiguiente, una política sabía y prudente.