Cultura
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Leila Guerriero, inquietamente subjetiva
E

scribir es grave de toda gravedad. Significa trabajar, volver, insistir, descreer, machacar de nuevo, podar, quitar la hojarasca, revisar, otra vez la burra al trigo, releer, llorar, clavarse, sumergirse, ahogarse, cercenar sin compasión, vámonos al diablo, aventar al cesto de los papeles, recoger, a lo mejor aquí hay un detallito, caerse de cuerpo entero en el abismo, quitarse la vida (bueno, un poquito), esperar y desesperarse, levantarse y salir a la superficie, boquear, entregar con los ojos cerrados.

El personaje de Josefina Vicens en El libro vacío”quiere escribir, pero jamás lo logra. Escribir es sinónimo de soledad, de infierno y, a veces, en contadas ocasiones, de paraíso.

En la ciudad de México, Leila Guerriero trabajó tres días de junio, el 21, el 22 y el 23, todas las mañanas de 10 a dos y media de la tarde en la casa de la revista Gatopardo, en la calle de Amatlán 33, en la colonia Condesa, y nunca desmayó. Prendió su computadora, proyectó en el muro los trabajos de los participantes y explicó porque sí, porque no. Eran 20 chavos superlindos con caritas inteligentes. (Para mí sólo verlos significó cargarme de energía, rejuvenecí, aprendí mucho.)

Leila, de pie frente a ellos, blanca y negra, como reina de baraja, para más señas un as de pic (porque es larga, delgada, blanca con abundante melena negra), tomó la palabra, la poseyó y la hizo chillar. La maestra marcó su territorio, lo hizo suyo y ese espacio se pintó de blanco y negro, como el de las letras en un periódico, las letras en una revista, las letras en un libro, las letras en la blancura del salón de clases que a veces asimos con angustia, no me falles, no me dejes, dame una a, dame una e, dame tu vida, dame tu talento, dame tu fuerza.

Muy seria, a las 10 de la mañana se lanzó a hablar, sin hacer concesiones, rigurosa y convincente a la vez, sin querer congraciarse con sus alumnos. Citó a Martín Caparrós 107 veces y leímos párrafos enteros del autor de El hambre. También se refirió a Juan Villoro, pero menos. Coincidí con sus gustos, porque conozco a los dos, como dice un viejo bolero que cantaba El Pirulí.

Escribir NO es convencerse a sí mismo de que “en el aire las compongo…”, sino machetear, como decimos en México. Para un artículo escribo varias páginas. Las dejo descansar. Las releo. Al día siguiente retomo mi texto y lo trabajo. Si me convence, empiezo a podarlo, corto aquí y allá y de las tres o cuatro páginas que escribí conservo media página. Todavía antes de enviarlas vuelvo a ellas y si es necesario corto de nuevo.

Leila hace una columna que leo religiosamente en El País. Escribe otra en el Mercurio, otra en la revista Sábado del Mercurio, otra para Babelia, suplemento cultural de El País y otra que ella llama perfil, para El País Semanal, la revista dominical, y otra para Gatopardo en la que presentó un perfil de Gustavo Grobocopatel, el rey de la soja, entre varios extensos profiles, como los llamaba Carlos Monsiváis. El último sobre María Nieves, la bailarina de tango más emblemática de la Argentina, lanzado por Anagrama en su colección Narrativas Hispánicas, y la tiene en alta estima como a ella se le tiene la editorial Tusquets, porque también le publicó una estrujante crónica de un pueblo patagónico, Los Suicidas del fin del mundo y Zona de obras, también crónicas que elogiaron Mario Vargas Llosa, Juan José Millás, Juan Cruz y Alejandro Zambrat.

–La verdad es que hago como mil 500 cosas más porque trabajo como editora para la Universidad Diego Portales de Chile… En los talleres trabajo con los alumnos e intento que no sean más de 12, usualmente. Soy una periodista salvaje, una editora salvaje y una docente salvaje, porque nunca nadie me enseñó; me formé sola en cada una de esas actividades. La primera vez que me invitaron a dar un taller, pensé: ‘Están locos’. Yo no sabía que podía enseñar. Me inventé un método que consiste más o menos en contar a la gente cómo hago lo que hago, aclarándoles que no es la verdad revelada. Intenté concientizar a mis oyentes sobre lo que son los lugares comunes, las frases hechas, el automatismo de la prosa, que es como un veneno. Cuando enseño, me doy cuenta de que la mayor parte de los chicos nunca se ha planteado lo de las frases hechas, no se dan cuenta que las hacen, eso me parece asombroso. Yo huyo de los lugares comunes como de la peste.

La escritura no es una cosa fácil, realmente creo que si uno tiene la vocación tiene que saber que es difícil llevarla a una instancia superior.

–¿Tú cómo le hiciste, Leila?, ¿cómo te saliste del carril o jamás entraste a carril alguno?

–Mira, yo empecé a trabajar en el 91 o 92 en Página 30, la revista de Página 12, haciendo crónicas largas. Me gusta mucho escribir, fui muy lectora. Siempre me dieron mucha alergia las prosas anodinas, los lugares comunes, todo eso, una especie de pudor, de vergüenza ajena; ahora me tengo la rienda muy corta, seguramente debo haber metido muchas patas, digo, pero tengo una forma de ser que es una mezcla rara; por un lado soy muy rebelde, pero por otro soy estratégicamente no obediente, mas no doy batalla que no tenga sentido, me guardo los grandes proyectiles para las batallas que quiero dar.

–¿Cuáles son?

–Los textos muy largos, con mucho trabajo de escritura, mucho regodeo y sofisticación en el uso del lenguaje, sin un deadline, sin fecha de entrega específica. Me embarco y lo entrego cuando lo tengo, batallo y batallo.

“Una vez que me quedé sin trabajo, me ofrecieron entrar a información general en el diario La Nación, de Buenos Aires, que es importantísimo, y dije que no, que ese trabajo no lo quería, que escribir de esa manera, como se escribe en un periódico, no me interesaba. No tenía yo otro trabajo. A lo mejor esto que vos decís de no entrar en el redil evitó de alguna manera que me metiera en el camino de las vacas.”

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Leila Guerriero es autora de Los suicidas del fin del mundo, Zona de obras y Una historia sencilla, editados por Anagrama y Tusquets

–Pero, ¿cómo lo lograste? Si no tienes trabajo, ¿cómo comes?

–Porque tenía trabajos free lance en muchos lugares; escribía por mi cuenta en revistas independientes. Tengo mucha disciplina, soy muy trabajadora, también soy una persona con algo –palabra complicada, porque se la suele relacionar con una cosa muy fea–: ambición. Tengo la ambición de elevar la calidad de lo que hago cada vez un poquito más allá. Tengo la sensación de que recién estoy empezando y me gusta esa sensación. Empecé a escribir en el 91, hace muchísimos años… Vos escribiste muchísimo, Elena. A mí me parece que cuando uno publica un libro nuevo es como si nunca hubiera publicado. Mi sensación de estreno sigue viva.

“Tuve muchos trabajos free lance hasta que finalmente me ofrecieron la revista del domingo de La Nación y ahí sí sentí que podía desplegar otra cosa…

–¿Sentiste que podías volverte Leila Guerriero?

–Yo hago casi lo contrario de lo que hacen los periódicos. La tarea del cronista es llegar tarde. Siempre llegamos como dos meses después, lo mío es lo contrario de la noticia. Nunca busqué hacer periodismo de primicia, nunca voy detrás de la noticia. Admiro a quienes lo hacen bien, me parece un género increíble, pero yo no lo puedo hacer.

–Pero tú nunca has denostado el periodismo y es algo que me emociona. Tú no haces una diferencia absoluta entre el periodismo y la literatura. Al autor lo visita el ángel, nada tiene que ver con el reportero que corre a todas partes. Cuando un escritor habla de su obra recuerdo al médico que pregunta: ¿Qué tal obró esta mañana?, porque en México cagar es obrar.

–No creo que el escritor de ficción sea una persona divorciada de la realidad; me parece que se filtra siempre algo. No tengo la vocación de la ficción. Empecé escribiendo cuentos, pero desde que empecé a hacer periodismo jamás volví a la ficción. Vos has manejado todos los géneros. Para mí el escritor de ficción como el periodista tiene que investigar para escribir sus novelas y cuentos, no es alguien que espera a que baje la musa y lo ponga a escribir; también hay una tarea de reconstrucción de hechos. No creo esta historia del novelista encerrado en una torre. Hay mucha novelística latinoamericana que responde a la realidad de cada país. Aquí en México, tenés toda esta nueva corriente de literatura narco. Creo que las fronteras entre periodismo y literatura se unen en algún punto…

“Para mí el límite claro es cuando vos hacés un pacto tácito con el lector, que le estás contando una historia que es ficción y que va leer como si fuera real.

–Sí, pero el periodista selecciona, escoge lo que ve a partir de su criterio, lo que a otro le parece importantísimo a él no.

–Totalmente de acuerdo. La mirada hace toda la diferencia. Lo que pasa es que tiene que ser subjetiva, pero honesta, como decía hoy a los chicos: la realidad no es lo que uno quiere ver ni la confirmación de un prejuicio. Siempre se te van a escapar cosas. Si uno mira la realidad con todo lo que uno es, con todo su bagaje cultural, social, histórico, de clase, seguramente alcanzará a ver más allá… Yo, ahora, miro hacia atrás, a mi infancia, mi familia ilustrada, que leía y tenía la cabeza más abierta. Nací en un pueblo que se llama Junín y recuerdo que una compañerita en el colegio primario era hija de madre soltera. Recuerdo que mi madre decía que no se podía esperar mucho de ella porque era hija de esa madre… Ese prejuicio no caló en mí, yo me habría dado un tiro en la oreja antes de reproducirlo y más en nuestro oficio, cuya materia prima es la condición humana.”

Autora de Los suicidas del fin del mundo, Zona de obras y Una historia sencilla, editados por Anagrama y Tusquets, Leila asegura: “A veces miro mi biblioteca y siento vértigo. Porque si uno es producto de lo que lee, supongo que yo no escribiría igual –no digo bien: digo igual– si no hubiera conocido, en Página 30, a Rodrigo Fresán, que era, junto a Eduardo Blaustein, mi editor y, además autor de un libro llamado Historia argentina, que había venido a traerme la buena nueva de que se podía escribir de manera fresca y desenfadada y pop y al mismo tiempo conmovedora: una manera en la que yo no sabía que se podía escribir o, digamos mejor, una manera en la que no sabía que se podía escribir para publicar.”

En su espléndido número de la Revista de la Universidad de México, ahora dirigida por Guadalupe Nettel, Leila Guerriero publicó Mi diablo, una suerte de autobiografía cuya lectura me llegó al tuétano, porque si a mí me preguntaran de qué escritora me siento cercana en la actualidad respondería que de esta argentina espiritutifláutica que repite que viene de Junín como si Junín fuera una plaza, una iglesia, una farmacia, un mercado, un perro, un gato, una escoba y ya. En el artículo para México, Leila explica: Escribo como si boxeara. Hay una rabia infinita dentro de mí, una violencia infinita dentro de mí, una nostalgia infinita dentro de mí, una furia infinita dentro de mí, un arrebato ciego dentro de mí. Porque siempre, siempre, siempre, escribo como si boxeara. O mejor, ¿por qué, siempre, siempre, siempre escribo como si boxeara?