l conflicto laboral en La Jornada, afortunadamente ya en ruta de solución, condensa elementos y ángulos que nos permiten ver de maneras distintas la compleja realidad que vivimos. Lo primero notable es la huelga misma; en México ya casi no hay huelgas, y, menos, en un diario importante. Esto puede deberse a las características tan particulares que tiene el trabajo periodístico (aunque no el de apoyo) muy diferentes a las del quehacer industrial e institucional. Pero además puede influir que en los diarios comerciales es difícil siquiera pensar en alguna lucha; la organización laboral tiende a ser muy vertical, las condiciones de trabajo sumamente subordinantes y no hay vida sindical. La idea de ir a la huelga puede parecer menos lejana en un proyecto con una larga vida de ejercicio de una perspectiva social progresista, donde las huelgas que se reportan de manera destacada no son las de maniobras de líderes corruptos sino verdaderas expresiones de malestar social.
Sin embargo, una huelga eminentemente gremial tiene una repercusión muy fuerte especialmente hoy, cuando, debido al Internet, ha empeorado radicalmente la situación financiera de los diarios, pero especialmente la de los no comerciales, socialmente sensibles, incluso con mucha cercanía a movimientos y reivindicaciones avanzadas. Por eso, un diario como La Jornada, a pesar de ser un factor importante de transformación social, tiene que pagar un alto precio por ser un proyecto diferente y crítico. Y entonces la suspensión de labores coloca al proyecto en una situación aún más desesperada y con prácticamente nada de margen para contender con demandas que pueden ser justas en sí mismas pero difíciles de resolver en un contexto adverso.
Por otro lado, precisamente por su carácter de proyecto social, independiente y vinculado a un sinfín de luchas desde abajo, el estallamiento de una huelga en La Jornada preocupa a muchos que consideran que es el momento de apoyar a un diario que siempre los ha apoyado, pero enfrentan la disyuntiva de apoyar a los trabajadores o al diario, como si fueran entidades radicalmente distintas. El dilema lo ha resuelto el hecho de que iniciativas como La Jornada suelen tener una base social amplia y éticamente muy poderosa, y ésta generosamente impulsa la conciliación, no opta atacar sórdidamente a los trabajadores o, por otra parte, a los directivos; no descalifica demandas, ni iniciativas de solución, pero además con su presencia y solidaridad promueve que mediante la conciliación pueda llegarse a acuerdos.
Y esta es tal vez la parte más importante, que aunque ocurrió el desconocimiento legal de la huelga, pudieron reabrirse las vías de acuerdo. Y es precisamente que en el seno de un proyecto con trabajadores que no son indiferentes al desastre social, con mayor facilidad se pueden resolver conflictos. En estos espacios, directivos y trabajadores, aunque tengan visiones distintas al interior del lugar de trabajo, comparten mucho. En la UACM, por ejemplo, sindicato, estudiantes y directivos marchamos juntos por más presupuesto, por justicia para Ayotzinapa, por la autonomía plena en la Constitución Política de la Ciudad de México. Separadas, cada parte de la institución puede mirar sólo hacia su propia situación y demandas, pero si comparten un proyecto que los una, tienen más facilidad para combinar esa inmediatez con la perspectiva más amplia de lo que está haciendo y encontrar las maneras de resolver y mejorar un trabajo que cambia el mundo a muchas personas.
A mediados de los ochenta, por ejemplo, hubo huelgas en hasta 26 universidades del país. Sucedía que junto con otros sectores sociales, los universitarios, incluyendo estudiantes y algunos directivos, intuyeron claramente que con la crisis de la deuda, el pacto con el FMI y una inflación que llegaría a más del 100 por ciento, en el país se estaba dando un cambio de rumbo
(como titulaba De la Madrid su libro), de consecuencias impredecibles. Y los sindicatos se convirtieron en un instrumento de lucha más amplia. Y es precisamente en esos años de las primeras resistencias al neoliberalismo que nace La Jornada y recoge la necesidad de reflexionar y, con la información, entrelazar espacios e instancias de luchas sociales. Por eso pudo más tarde recoger el viento que llegó desde las comunidades del sur. Y apoyó decididamente la recuperación de sus mensajes, palabra por palabra y los significados que estaba trayendo esa nueva lucha, comunitaria, desde abajo. Puso a nuestro alcance todo un nuevo territorio de lucha y una radicalmente nueva perspectiva, que ha hecho una profunda contribución a un proyecto distinto de nación mexicana.
En la medida en que iniciativas como diarios y universidades se consideren a sí mismos y actúen no sólo como cualquier otro lugar de trabajo sino como un proyecto social autonómico, podrá no sólo tener una mayor y más profunda percepción de lo que está ocurriendo en torno suyo, sino fortalecerse como instrumento de conciencia y transformación social. Como en 1994, esto también es y debe ser parte de la larga jornada que sigue recorriendo este periódico indispensable.
*Rector de la UACM