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El laberinto catarí
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ras decenios de hibernación y en un momento inesperado, por el nivel actual de cooperación en el mercado petrolero, el conflicto político irrumpió entre naciones del Golfo Pérsico, asociadas en el Consejo de Cooperación del Golfo y lideradas por Arabia Saudita. Enfrentó a este reino, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos –así como a Egipto y Yemen, entre otros– con Qatar. Este diminuto emirato es el mayor exportador mundial de GNL (gas natural licuado), sede de la principal base militar estadunidense en la región, escaparate global de riqueza y ostentación, y el menos sumiso ante los dictados geopolíticos sauditas.

El 5 de junio, sin mediar aviso o ultimátum, los cinco anunciaron el rompimiento diplomático, el embargo financiero, la suspensión de conexiones aéreas y marítimas y el cierre de la frontera terrestre saudita con el emirato; la expulsión de sus territorios de nacionales catarís y la prohibición a sus propios ciudadanos de viajar a Qatar o permanecer allí. En una palabra: el bloqueo de esa nación. La razón aducida fue el respaldo político y financiero del emirato a organizaciones y movimientos que ellos consideran terroristas y su cercanía y colaboración con la república islámica de Irán y, en menor medida, Turquía.

Días después, desde Washington, diversos tuits expresaron el respaldo del presidente Trump a las medidas adoptadas. Los mensajes parecían sugerir que las sanciones a Qatar habían sido discutidas durante la muy publicitada visita de Trump a Riad, en cuyo curso se encontró no sólo con el soberano saudita sino con docenas de monarcas, emires y líderes musulmanes, incluido el joven emir de Qatar, luego acusado de financiar el terrorismo. Los medios se preguntaron si el apoyo de Trump al bloqueo de Qatar reflejaba su resentimiento por los intentos fallidos de hacer negocios con el emirato y sus instituciones financieras. La Jornada publicó, el 16 de junio, un importante artículo de Robert Fisk sobre esta conexión Trump.

También desde los primeros días, el gobierno de Irán puso a disposición de Qatar instalaciones portuarias y aeroportuarias para contribuir a aliviar las consecuencias del boicot. Kuwait y Turquía ofrecieron sus buenos oficios para mediar entre las partes.

Tras dos semanas de hermetismo, el 24 de junio se filtraron las demandas planteadas a Qatar, contenidas en una lista que habría sido entregada al emir de Kuwait, en su calidad de mediador. Se trata de 13 exigencias: reducir el nivel de las relaciones con Irán y abandonar la cooperación militar con Turquía; interrumpir la colaboración y el contacto con la Hermandad Musulmana, el Hezbolá y partidos políticos opositores de los países que decidieron el bloqueo; pagarles reparaciones financieras, y aceptar un mecanismo de control y vigilancia del cumplimiento de las exigencias. La demanda que más publicidad recibió fue la de cierre de la cadena noticiosa de televisión Al Jazzera, la principal presencia de alcance global del mundo árabe. Se concedió a Qatar un plazo de 10 días para responder a las demandas. Esta nota aparece mientras transcurre tal término.

En la espera, han comenzado a multiplicarse los meandros de este laberinto y a manifestarse algunas primeras consecuencias. Destaca, desde luego, la repercusión, indirecta pero no menos preocupante, sobre los precios internacionales del crudo. Entre el 5 y el 22 de junio, por ejemplo, la cotización media de la canasta de la OPEP observó un declive sostenido, con reducción acumulada de 4.79 dólares y se situó por debajo de los 43 dólares por barril por primera vez desde que entró en vigor la estrategia de control de oferta. Aunque no se piensa en una relación causa-efecto directa, el enfrentamiento entre socios de la OPEP acentuó la desconfianza en el mercado.

Diversos observadores se preguntaron si el acuerdo de reducción de oferta en vigor hasta marzo de 2018, que se distingue por su fragilidad más que por su solidez política e institucional, sobreviviría a un conflicto severo desde su inicio, de duración no definida y con visos de poder agravarse en cualquier momento, por accidente o designio. Algunos consideraron que las tensiones dificultarían a la OPEP y sus aliados mantener la disciplina en materia de cumplimiento de las metas de reducción.

La cuestión de Qatar ha revelado, por otra parte, claras contradicciones al interior del gobierno de Trump. El apoyo presidencial a las sanciones contrastó visiblemente con la actitud del Departamento de Estado y del secretario Tillerson. Su vocero censuró, el 20 de junio, la falta de claridad sobre la posición de los cinco y, días después, objetó el alcance e inflexibilidad de las exigencias planteadas al emirato. De manera explícita, el 6 de junio, Trump se refirió a un supuesto historial de financiamiento del terrorismo por parte de Qatar. Días después, el Departamento de Defensa propaló la venta al emirato de 36 aviones de combate F-15 por 12 mil millones de dólares (The Guardian, 20 de junio.) El Congreso se sumó el lunes 26, cuando el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado anunció que no se otorgaría consentimiento a nuevas ventas de armas a naciones del Golfo Pérsico hasta que se diera fin a una de las peores crisis políticas regionales en varios años (NYT, 26 de junio.) Muchos se preguntaron si alguien cuida de la congruencia en Washington.

Otra cuestión presente es la de una posible conexión entre las sanciones a Qatar –motivadas en parte por la solidaridad y apoyo del emirato a la Hermandad Musulmana, la organización política de Egipto desplazada del poder por el actual régimen militar– y la impopular cesión de la soberanía egipcia, en favor de Arabia Saudita, sobre dos islas en el mar Rojo, cercanas al vértice de la península del Sinaí, que se propaló, hace unos días, coincidiendo con las festividades del fin del Ramadán. Nadie duda del valor estratégico de esos territorios y la cesión de soberanía ha sido rechazada por la opinión pública egipcia.

Los anteriores son sólo algunos vericuetos del complicado laberinto edificado alrededor de Qatar. En los primeros días de julio vencerá el plazo señalado para que el emirato responda a las exigencias planteadas por los cinco. El previsible rechazo de las exigencias puede abrir un periodo de conversaciones con la mediación de Kuwait. Las tensiones de junio recuerdan episodios anteriores en una relación más bien turbulenta entre el emirato insumiso y sus poderosos y autoritarios vecinos. El desenlace de éste en particular es bastante impredecible.