a hemos comentado lo fascinante que resulta en el Centro Histórico el constante hallazgo de vestigios, tanto de Tenochtitlan como de la ciudad virreinal y la decimonónica.
En el predio que ocupó uno de los zoológicos del emperador Moctezuma, los franciscanos erigieron un convento que al paso de los siglos se convirtió casi en una pequeña villa. A finales del siglo XVIII, cuando el convento alcanzó su máximo esplendor, llegó a contar con 32 mil 224 metros cuadrados de superficie, el equivalente a dos manzanas completas.
Contaba con jardines, huerta, cementerio, comedor para 500 personas, templo, siete grandes capillas, enfermería y 300 celdas. Tras la aplicación de las leyes de exclaustración fue mutilado, fraccionado y vendido a particulares, quienes, en su mayoría, destruyeron las edificaciones. Se salvaron unas cuantas y algunas quedaron fragmentadas.
Una parte de esos vestigios, la Capilla del Santo Cristo de Burgos, quedó dentro de un edificio que construyó Francisco Rule a fines del siglo XIX. Fue un emigrante británico que se dedicó a la minería con gran éxito. Con la fortuna que amasó edificó construcciones notables en la ciudad de Pachuca, en cuyas cercanías tenía sus minas.
El edificio que levantó en los vestigios de San Francisco, en el estilo afrancesado de moda en la época, tuvo varias modificaciones y usos diversos. Un tiempo fue el hotel Lara, en 1930 se adaptó un cine que fue muy famoso: Cinelandia. Con los sismos de 1985 padeció daños estructurales y quedó abandonado por décadas.
Se encuentra en Eje Central y ahora, tras varios años de una vasta remodelación, vuelve a la vida como centro cultural. En su rescate participaron el Gobierno de la Ciudad de México, por conducto de la Secretaría de Cultura capitalina, que encabeza con entrega y eficacia Eduardo Vázquez y la Fundación del Centro Histórico, del empresario Carlos Slim.
Hace unos días, El Rule se inauguró con una galería, fábrica digital, incubadora de empresas culturales y la Casa de Colombia en México. Su cercanía con la plaza de la computación e infinidad de negocios relacionados, definieron su vocación.
Adicional a los temas digitales y la creación de nuevas tecnologías, enfatizará la gestión cultural y será sede de espectáculos culturales.
Estos se van a llevar a cabo en la explanada que da acceso al inmueble por la parte de atrás, donde alguna vez estuvo el atrio del convento. Por ahí es el acceso y permite una visión muy interesante que seguramente va a causar polémica, ya que en los dos primeros pisos se conservó la vieja construcción franciscana de tezontle, ladrillo y cantera; en los tres superiores se levantó la edificación contemporánea de vidrio y metal.
En el interior se repite el encuentro de los siglos con muros y arcos de la añeja construcción y los materiales y formas del siglo XXI.
Vale la pena recordar cómo se evitó la demolición del edificio Rule: en 1992 un grupo de artistas plásticos convocó a la comunidad cultural a salvar el inmueble, que desde 1985 estaba en el abandono y... lo logró. Esta es una muestra más de lo que puede lograr la sociedad civil organizada.
Hablando de artistas, en el primer piso hay una muestra de arte mexicano contemporáneo, con buenas obras de Francisco Toledo, Rubén Rosas, Antonio Sáiz, Max Cerda y Jazzamoart, entre otros. En los otros pisos comienzan a cocinarse
la fábrica digital y la incubadora de empresas culturales. Hay que ir para darle vida.
El último piso lo va a ocupar la Casa de Colombia, idea de Gabriel García Márquez, cuando hace años comenzó a gestarse el proyecto. Ahora que es una realidad, su deseo se va a cumplir y no sólo eso, la plaza va a llevar su nombre y se va conmemorar que este año se cumple medio siglo de la publicación de Cien años de soledad.
Caminemos unos pasos hasta Bellas Artes, donde Luis Bello Morín estrena su carta de verano en el lindo restaurante del recinto. Ofrece varios de sus clásicos, con novedades de temporada, como los chiles en nogada.