arack Obama mantuvo como presidente una política continental laxa y, hasta cierto punto, convivió con la rebeldía sudamericana de su tiempo. Aun así, la maquinaria burocrática del aparato diplomático pudo dar severos golpes, de los llamados semiblandos, en Honduras y Paraguay. Muy a pesar del nulo interés de Donald Trump hacia la región sur, sus alfiles de los departamentos de Estado y de Defensa despliegan, con semioculto garrote, una especie de retorno a sus dominios de siempre. Doblegado Brasil a su voluntad mediante una conjura de perversos legisladores que destituyeron a Dilma Rousseff, y con la Argentina de Mauricio Macri plegada, gozosamente y por completo a sus dictados, el momento de retomar la normalidad del dominio estadunidense se antoja propicio. Lejos parecen quedar los astutos y vigorosos liderazgos de Lula, Kirchner, Chávez, Mujica y Correa que lograron, en sus propios países y para la región, un margen de independencia aceptable. El teatro de operaciones ha cambiado y, por tanto, adecuado para ejecutar las tareas pendientes. Eso quiere decir, en términos secos, el cerco final a la Venezuela de N. Maduro. Removido tan molesto pivote de resistencia, tanto los andinos (Bolivia y Ecuador) aún aferrados a sus posturas, como la espina cubana, quedarán débiles y aislados.
Una pieza faltaba en la avanzada de la derecha continental: la que ahora pone con dócil presteza el gobierno mexicano. Contrariando la añeja y afamada política nacional de la no intervención en asuntos internos de otros países, el señor Videgaray, aspirante a procónsul del imperio, ofrece capitanear –a pesar de sus muy maltrechas credenciales– al grupo intervencionista. El pleito se pretendió dirimir en la OEA y, más precisamente, en la actual reunión de Cancún. Dicha conjura, con mermado ímpetu después de la frustrada junta de la OEA en Washington, al menos por el momento, fracasó de nueva cuenta. Perseverar en la maniobra interventora no parece tan sencilla de llevar hasta sus últimas consecuencias. El inesperado retiro de la canciller venezolana y la tozudez de los países caribeños removió el escenario. Venezuela, por voz de su representante, no aceptará la resolución sembrada por los estadunidenses. Se propone, en cambio, el seguimiento, ya en marcha, de los esfuerzos desplegados por la Celac. Quedan todavía varios asuntos pendientes, cuyo seguimiento parece de áspero trato: el principal será el arraigado y militante chavismo que existe en la Venezuela asediada. No es sólo la burocracia gubernamental de ese país la que resiste y hasta se impone a una beligerante oposición, sino que ese chavismo aporta, también, un activo y poderoso respaldo de masas.
La derecha mundial y sus vertientes continentales alardean que ha llegado la hora propicia de asegurar la hegemonía. Ensayan, por tanto, rutas alternas de ataque. El mediático ensamble de ex presidentes de la región es una de esas tácticas en marcha. Pero hay al interior de ese tinglado varias figuras de notable desprestigio y franca inutilidad. Dos son los personajes aportados por la élite política mexicana ahí incrustados. Uno, F. Calderón, que apenas hace, por su medianía de corto alcance, el ruido exigido por el griterío de los opositores venezolanos. El otro, V. Fox, rebela, sin tapujos, lo que siempre ha sido, un sujeto sin talento alguno relleno de tontos gracejos. Ambos adalides, de tiempos afortunadamente idos, son panistas de cuestionada trayectoria. Los países de donde proceden los más renombrados interventores son, también, un puñado inocuo. El grupúsculo más pesado lo aportan los españoles, con F. González a la cabeza, aunque, de manera reciente, el señor Rajoy ha tomado un guion secundario. Colombia siempre ha estado en la descubierta contra el chavismo con la pacífica figura del ex presidente A. Uribe; aunque el actual, Santos, también empeña su derechista palabra. Pululan por ahí algunos brasileños no dignos de mención por ladrones consumados. Otros chilenos que se rehúsan al merecido olvido (Lagos) y uno que otro peruano de mala memoria. No mucho adicional que salvar.
Lo que sí es preciso profundizar, en esta estrategia intervencionista de la derecha, esta vez mundial, es el eficaz entramado mediático que se ha integrado de respaldo y avanzada. Es, precisamente ahora, cuando los propietarios de los medios de comunicación ponen su vital parte en el rejuego. La apabullante mayoría de tales medios son poseídos por empresarios directamente beneficiarios del sistema imperante. Han logrado situar a Venezuela, en el imaginario público, como referente peyorativo. El sitial de Maduro, ya es cosa asentada: Tirano, imbécil, asesino y populista son sus agregados. Ya no hace falta pegarle estigma adicional alguno, todo está implícito al usarlos, repetidamente, como señuelo.