os habitantes de Baja California no sólo están perdiendo la tranquilidad, en medio de sangrientos ajustes de cuentas del crimen organizado. También han empezado a perder la paciencia. El incremento de los robos a casas habitación hace mucho que afecta a las colonias populares de Mexicali y Tijuana. Los ladrones también allanan departamentos de clase media sin que nadie se inmute, salvo la víctima, que abre la puerta de su casa y la encuentra vacía.

Sin alguien que le haga frente, la delincuencia se siente en confianza, tanto que la semana pasada arremetió contra los socios del Club Campestre de Mexicali, donde un grupo de familias que organizaron un prefestejo del Día del Padre fueron víctimas de un asalto. Un día antes el gobierno de Francisco Vega de Lamadrid presentó con bombo y platillo su cruzada contra la delincuencia. Y el atraco en el selecto club le aguó la fiesta.

Solidario con sus iguales, Arturo González, presidente del club campestre de Tijuana, publicó una airada carta dirigida al gobernador. El también ex presidente de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo advirtió a Vega que los bajacalifornianos no quieren más discursos –al panista le encantan– y remató: La palabra gobernador le queda a usted muy grande, evidentemente.

La pérdida de la tranquilidad y la paciencia –si nos atenemos al tono de la carta y a los dichos de muchos empresarios en público y en privado– de un sector que históricamente ha respaldado al panismo, podría no ser muy buen augurio para el blanquiazul, que lleva 26 años en el gobierno local. Las clases medias están a la expectativa de lo que sucederá con el manejo del agua en el estado –uno de los grandes negocios de este sexenio– y el sector empresarial tiene la mira puesta en la inseguridad y la corrupción. Pero nada parece quitarle el sueño al dicharachero gobernador.