uan Gil-Albert, el poeta valenciano, tiene unas interesantes reflexiones –los días contados– sobre mi artículo de la semana pasada: Vencer o ganar, ¿a qué otra cosa se llama hoy ganar que no sea dinero?, ¿no fue el dinero el que ganó las elecciones de la semana pasada en el estado de México, Coahuila o Nayarit?, ¿no es el dinero el que permite a Donald Trump llegar a la presidencia del país más poderoso en la actualidad y actuar con omnipotencia frente al problema que se presenta, incluida estos días su actitud frente al director de la FBI?
Dice Gil-Albert, de lejos nos llega una triunfal constancia:
Con el dinero andan todos omnes lozanos,/ cuantos son en el mundo le besan hoy las manos,
y nos instruye el Arcipreste de Hita –nacido en 1283– de una manera insospechadamente actual: un trenzado constante entre afán vital y conciencia moral. Las vivencias del impulso vital prevalecen sobre las nociones morales de virtud y pecado. Ya antes Ibn Hazm, en El collar de la paloma, presentó la moral como una función del vivir (Libro del buen amor, Editorial Porrúa).
Continúa Gil-Albert sintetizando al arcipreste: “Bueno era el tal hombre para saber lo que se decía, que no se andaba con tapujos y aun así, seguimos diciéndonos si lo de hoy no superará a lo de siempre y si la impudicia del dinero no adquiere, en la actualidad, su máximo desahogo. Aspirar a la grosería que supone el ‘tener mucho dinero’ se ha convertido en el móvil único de la sociedad; nada queda en pie, ningún valor inherente a la condición humana, que no haya sucumbido ya a la imperativo ramplón que marca la época: nobleza de sangre, inteligencia, arte, política, profesiones liberales, proletariado, todo concurre, con precipitación descocada, al único fin: tener dinero. Claro que el estímulo viene de las clases dirigentes, y éstas, en su avidez y en su inconsciencia, han acabado por perder todo pudor instintivo y hacen alarde de sus arcanos de papel, con trazas que no responden a estilo alguno de vida, motivando con esta sansfacon el que todos imiten o aspiren a imitar lo que es en sí mismo, por la tosquedad de su empaque, de tan fácil copia. En realidad, ya no hay clases dirigentes, hay ricos. Y esta simplificación del problema, en otro tiempo complejo, de las clases sociales, facilita también a la opinión obrera el descargar directamente sus iras, a la vez que sucumben en la medida de sus medios, al ejemplo soez, contra lo único que tiene hoy constancia y prerrogativas de superioridad: la riqueza monetaria”.
El arte del arcipreste se mueve en una alternancia de dos valencias feo-bello. Lo feo es la realidad, lo bello es la realidad embellecida por la poesía. El arte de Juan Ruiz está orientado hacia el principio de que la poesía embellece la realidad. Lo feo se encumbra gracias al tratamiento poético. Arte difícil, dos antinomias morales mal-bien de suyo irreductibles, en virtud del tratamiento poético vienen a unirse en la región transparente embellecida por la poesía. El poeta no puede atarse a ninguna de las clasificaciones morales de la realidad porque las trasciende todas y donde no hay moral la crea con su poetizar (Ídem).
Termino con versos que se nos vuelven actuales a los mexicanos:
Derrumbar el fuerte muro y derribar la gran torre/ a la congoja y aprietos el dinero acude/ no hay ciervo cautivo a quien no de libertad/ el caballo del que no tiene que dar no correrá mucho.
Este otro:
Por dinero se cambia la manera de ser del mundo,/ toda mujer, codiciosa de algo, es halagadora,/ por joyas y dinero saldrá del buen camino:/ el dinero quiebra penas, hiende dura madera.
Para terminar:
Hace perder al pobre su casa y su viña;/ bienes, muebles y raíces los echa a perder enteramente/ por todo el mundo se expande su sarna y su tiña,/ do el dinero juzga, allí el ojo guiñe
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