l bloqueo económico que Arabia Saudita y sus aliados en la región declararon contra Qatar hace una semana fue acompañado por una intervención de las señales y los sitios de Internet de la televisora Al Jazeera, canal por cable que desde inicios de siglo es un referente informativo ineludible sobre el acontecer de Medio Oriente y el mundo árabe. De acuerdo con la monarquía saudita y los gobiernos de Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, la televisora con sede en Doha es una suerte de promotora o vocera de grupos extremistas y en particular de la Hermandad Musulmana, un movimiento político de inspiración islámica.
Al margen de las diferencias políticas entre la pequeña península y sus vecinos, queda claro que se asiste a una persecución abierta contra la libertad de expresión y la posibilidad de que personas de todo el mundo accedan a una fuente noticiosa distinta de las agencias oficiales que controlan de manera estricta el flujo de información. En este sentido, resulta especialmente nefasto que las naciones hostiles a Qatar pongan como condición para una salida negociada del conflicto el cierre o neutralización del canal informativo.
Por otra parte, no es la primera vez que la televisora causa conflictos diplomáticos a Doha o es atacada por su cobertura informativa en los países musulmanes. Tanto en Egipto como en Bahréin su señal se encontraba bloqueada desde antes de la ruptura diplomática, mientras en Irán no tiene permitido operar y en la Libia del extinto Muamar Gadafi fue prohibida desde el inicio de las protestas que a la postre, y con el apoyo militar de Occidente, llevarían a la caída y asesinato de ese gobernante, por mencionar sólo algunos ejemplos de la incomodidad que provoca entre los regímenes autoritarios de Medio Oriente.
Pero Al Jazeera no sólo ha sufrido el acoso de los gobiernos de la región: debe señalarse que durante el gobierno de George W. Bush, la cadena fue sometida a una permanente campaña de calumnias, que mucho recuerda a la que hoy emprenden los vecinos de Doha, por ofrecer al mundo una versión no oficial de los atropellos cometidos por el ejército estadunidense en las invasiones a Afganistán e Irak. De manera mucho más grave, las sedes de la televisora en ambos países fueron blanco de sendos bombardeos en 2001 y 2003, respectivamente, pese a que los edificios donde se alojaban los periodistas se encontraban plenamente identificados.
En un contexto global en que los asesinatos de periodistas se suceden con una macabra regularidad y en el que tanto ellos como los medios de comunicación se encuentran sometidos a un frecuente hostigamiento, el actual episodio da cuenta de la animadversión general ante la información alternativa y de una preocupante intolerancia que busca imponer una verdad única.