uando aquí me he preguntado si la izquierda es capaz de jugar un papel de primer orden en la dignificación de la política, algunos lectores me han cuestionado qué quiero decir con izquierda
. Buena y artera pregunta, porque para responderla se puede correr el riesgo de omitir episodios de una historia rica y dolorosa como ha sido la de la izquierda mexicana, también momentos intensos y fulgurantes que han hecho y modulado la historia nacional y, probablemente, llegaron a imprimirle rumbos y ritmos imprevistos.
No imagino a un Reagan soñando con Putin como desembocadura de su gloriosa victoria sobre el eje del mal
. Tampoco a un Putin imbuido del más feroz y agreste sentimiento eslavófilo, no como lamento del pasado imperial sino del resurgimiento de los profundos sentimientos que enraízan en la saga del zarismo pero van más a la Rusia profunda
que podría decir Guillermo Bonfil desde su México. Ayer sueños de opio y hoy pesadillas que ponen contra la pared al cosmopolitismo soberbio y petulante que se soñó triunfante para siempre la veintena pasada.
Hay naciones y personalidades dispuestas a reditar nativismos obtusos y, si evaluamos el trabajo actual de naciones y Estados en clave y código democráticos, sumarían no pocos los dispuestos, a contrapelo de la historia, a darles validez
política.
En México, la izquierda en medio del huracán finisecular prefirió poner en reserva estos y otros asuntillos
de la historia que se veían venir y, para su infortunio, sigue sin querer ver otras coyunturas
de la misma historia presente, como ocurre con Maduro y Venezuela, como si fuesen episodios casuales con los que se puede lidiar sin caer en demasiadas contradicciones. Mucho menos en cavilaciones de filosofía de la historia.
Hacer cuentas con la implosión soviética y la explosión de su entorno, debía haber sido tarea prioritaria de la izquierda que emergió de los primeros grandes momentos de la ruptura hegemónica priísta, protagonizados desde la izquierda por Cuauhtémoc Cárdenas y sus compañeros del cisma priísta, el PMS y personalidades políticas de grueso calibre y alta presencia histórica en la política de la oposición como Heberto Castillo. La combinación de experiencias y sensibilidades que hizo aflorar la crisis política del 88 no fue debidamente calibrada por la izquierda realmente existente. Tarea crucial de un análisis político que debería haber sido obligado para los grupos dirigentes de aquella izquierda, pero no lo fue. Se impuso el litigio y la dictadura de lo táctico y también, sin duda, la necesidad de capear el temporal desatado por la propia crisis priísta en localidades y estados y quizá también animada por el nuevo grupo dirigente del Estado que había llegado a la presidencia. Afuera, lejos de los cuartos de mando
quedaron como convidados de piedra temas centrales: el papel del Estado; la alianza de los grupos dirigentes con sindicatos y organizaciones agrarias; la relación con Estados Unidos. Nunca se trató del libre comercio como tal aunque, poco después el TLCAN devino la gran síntesis del diferendo histórico planteado por Cárdenas, Muñoz Ledo y sus camaradas.
Meses después en 89 el polvo del muro de Berlín y la agonía de la Unión Soviética conmueve al mundo pero no a la izquierda mexicana, ni siquiera a su vertiente de vocación comunista, que no les mereció mayor atención teórica ni política. Su ocaso se vio pasar sin que mediara reflexión alguna. Después de la caída
como llamara Robin Blackburn a un notable y penetrante ensayo de la época, había que hurgar tanto en las consecuencias como en las lecciones que la gran ambición comunista dejara al mundo y en particular a las izquierdas, fuesen o no comunistas. Había que preguntarse de nuevo por aquello de las leyes del movimiento
del capitalismo, pero también cómo poder crear rendijas de oportunidad
para pugnar por su mejora mediante su reforma, así como por la defensa y corrección de lo mejor que habían forjado generaciones anteriores al calor de otra crisis de dimensión histórica como fue la que acaeció en los años treinta y cuarenta del siglo veinte.
Ahí estuvieron los revolucionarios mexicanos, así como los marxistas y comunistas que veían en aquel Estado y su coalición gobernante una oportunidad para sortear con bien la encrucijada de la historia
mexicana de aquel tiempo.
Había que haber arriesgado hipótesis, sin duda de escala menor pero también histórica, como por ejemplo las posibilidades de caminos alternos y vías subalternas pero con capacidades inéditas de organización popular que parecían posibles dadas las brechas y fallas que la crisis hegemónica ponía al descubierto. En la política económica podría encontrarse una veta enorme de reflexión política e imaginativa, para tan sólo darle a la fuerza que irrumpiera en el 88 una impronta de voluntad de poder y de gobierno. Una auténtica alacena de alternativas que pudiese recoger y potenciar las ganas masivas de democracia y buen gobierno pero también acoger y atender a las nuevas fuerzas sociales que las crisis de aquellos terribles años ochenta trajeron: una juventud inmensa y una formidable disposición popular a la movilización y la organización de base.
Nada de lo dicho era ni es propiedad de la izquierda mexicana o internacional. Fueron el declive de la política autoritaria y las convulsiones de la economía con sus devastadoras implicaciones sobre los niveles de vida los que precipitaron estas y otras contradicciones. Pero fue el cambio del mundo, con su globalización y el anuncio de deslizamientos profundos en el orden del poder planetario, el que impuso la necesidad de pensar de nuevo el presente como historia porque era precisamente eso lo que empezaba a dirimirse en la economía y la política de las naciones y del globo.
La globalización no fue sólo una jugarreta de la historia sino una reconstrucción de los poderes políticos, pero también de los que lo reclaman; una reorganización de la división del trabajo dentro y entre las naciones; un rediseño de las maneras de distribuir y redistribuir el producto social. De esto es precisamente de lo que nos hablan los Indignados y el Occuppy Wall Street; los griegos que le plantaron cara a los burócratas y corruptos. Pero también, por mal que nos pese, el agresivo desplante de Trump a la Unión Europea, la reacción de la señora Merkel y el presidente Macron, el nuevo
Jeremy Corbin, el formidable Obama. También toca alguna de las fibras, no tan finas, de la izquierda mexicana que requiere una urgente renovación, para emprender la vital tarea de dignificar la política, porque como escribiera José Woldenberg este jueves, la política sigue ahí, como el dinosaurio del cuento del gran Tito Monterroso, a pesar de tanta majadería, de tanto cinismo ordinario empeñado en implantarse como moneda de curso corriente.