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Trump vs la ciencia
E

l anuncio reciente del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de retirar a ese país de los acuerdos de París para combatir el cambio climático ha intensificado reacciones opositoras en el mundo y dentro de esa nación, así como incrementado el repudio a las políticas anticientíficas del magnate.

En efecto, parte importante de su argumentación desde su campaña electoral se basó en negar la evidencia científica probatoria del aumento de la temperatura global del planeta y su carácter antropogénico. Para Trump, el cambio climático es sólo una invención de los chinos para dañar la economía estadunidense.

Pero no sólo eso. En su obsesión racista, antimigrante, misógina y homófoba ha pretendido tirar a la basura la evidencia científica acumulada a lo largo de varias décadas que elimina las tesis de las razas superiores, de la inferioridad natural de las mujeres o de la patología inherente a todo homosexual, lesbiana o trans. Ha decretado recortes importantes para la investigación en diversas áreas estratégicas, como a la Agencia de Protección Ambiental o a los servidos de salud.

En una acción sin precedente, la comunidad científica de Estados Unidos, apoyada por la Academia Nacional de Ciencias de ese país, lanzó, como sabemos, una convocatoria para celebrar una marcha mundial por la ciencia, la cual se llevó a cabo el pasado 22 de abril en más de 600 ciudades de todo el mundo.

¡Insólito!

¿Acaso estamos regresando a la Edad Media, con su carga de irracionalidad y oscurantismo?

La ciencia es una institución propia del capitalismo, la empresa racional por excelencia, la reivindicación de la capacidad del ser humano para decidir el destino de su vida en función de la razón, la prueba, el experimento y a través de ello llegar a la verdad. Es elemento central de la revolución burguesa y, a pesar de las deficiencias y críticas que se le hagan, uno de los pilares del progreso y la mejora de la condición humana.

El capitalismo ha impulsado y usado a la ciencia en dos vías: por un lado, como fuerza productiva material ligada a los intereses económicos y la extracción de plusvalor en estrecha relación con la tecnología. Todas las formas de determinismo económico han manifestado que, en el fondo, la ciencia no es sino una empresa condicionada por las necesidades económicas del capital y esto, que dicho de este modo es falso y estrecho, no deja de tener cierto componente de verdad, que es el que se está expresando en estos tiempos.

Por otro lado, ha impulsado a la ciencia como fuerza productora de conceptos, saberes y visiones globales del mundo, sin relación directa con la producción (ejemplos: teorías de la evolución y de la relatividad, sicoanálisis).

Mientras el capitalismo se mantuvo como sistema en auge hubo un relativo equilibrio entre los dos puntos arriba enlistados y una convicción de que la ciencia era elemento indispensable en la mejora de la condición humana y una elevación de la cultura, lo cual, en muchos casos, en efecto ocurrió. Al capitalismo le interesaba, con todo y sus grandes limitaciones, la cultura, la búsqueda de verdades (aunque en diversos casos éstas fueran muy parciales y hasta falsedades encubiertas).

Pero al capitalismo actual, en su crisis terminal, le tiene sin cuidado la calidad de vida, humana y de las demás especies. Le tiene sin cuidado el nivel cultural de la humanidad. Su ciencia se encuentra hoy día unida estrechamente a los poderes fácticos que tiranizan el mundo y, por tanto, descalifica todo lo que no le convenga para esos propósitos. Declara una guerra a la verdad científica cuando es peligrosa para este sistema.

De ese modo, resulta impreciso decir que Trump ha declarado la guerra a la ciencia como un todo. Lo que ha hecho es descartar las investigaciones y evidencias científicas que amenazarían con debilitar su hegemonía. Dudosamente se lanzará contra las empresas multinacionales que lo provean de ganancias, como la antigua Monsanto o las compañías farmacéuticas, petroleras y automotrices, con toda su carga de investigación en ciencia y tecnología.

Así las cosas, es erróneo declarar, frente al fanatismo anticientífico de Trump, una defensa de la ciencia en abstracto o como un todo. Lo que se debe defender es solamente la ciencia que es capaz de contribuir a la libertad y la justicia, la que busca la verdad, el conocimiento y la sensibilidad humanas, la que preserve el planeta. Citando al ecólogo Richard Levins: La mejor manera de defender la ciencia de los ataques reaccionarios es reivindicar una ciencia para el pueblo.

* Investigador de la UNAM, miembro de la UCCS