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El maese sistema y su retablo
E

nlazo las decisiones del próximo domingo en el estado de México a la fábula cervantina del encuentro de don Quijote con el maese Pedro y su retablo. Asisten entonces lector y protagonista a una escenificación dramática. Los títeres movidos por hilos y la voz del maese Pedro, que va explicando de manera prolija y torpe lo que acontece ante los ojos del espectador: pretende recrear la leyenda de Melisendra, cautiva de los moros, y su marido Gaiferos, quien finalmente acude a salvarla y pretende sacarla de su cautiverio en aparentemente arriesgada y peligrosa aventura. La acción dramática se ve interrumpida una y otra vez en un complejo movimiento de vaivén, en una lanzadera de acciones y discursos en los que interviene, de manera cada vez más violenta, don Quijote –el pueblo–, quien reclama, en forma airada, la falta de veracidad en la narración y en los efectos sonoros. Presa del enojo ante el engaño, arremete contra el retablo. Parece indignarle que pretendan nublar su razón con un grosero espejismo representado por títeres movidos por hilos misteriosos, manipulados por individuos de dudosa reputación (pícaros, cínicos, criminales) que ocultándose tras bambalinas sólo se sabe de ellos por los matices ominosos que le imprimen a las marionetas.

Ante la esperanza se abren preguntas de difícil respuesta: ¿Habrá que aceptar sin reservas que hay acuerdos en el diálogo que no han de mezclarse con los azares del discurso mismo y de los hechos? ¿Cómo hacer compatible la razón y la experiencia de lo plural?

El retablo parece ilustrar el afán cervantino de delatar el recurso de explotar la irracionalidad con fines ocultos, empujando a los sujetos como marionetas a los márgenes de la conciencia, donde aparecen la hostilidad, el miedo y el odio reprimido. Como consecuencia, el comienzo aparente del diálogo se interrumpe, y experimentamos dolor e impotencia agregados a la sensación de falta de sentido y un marcado sentimiento de indefensión ante la irracionalidad.

Cabe aquí recordar las palabras de Mallarmé cuando dice: no hay que nombrar a las cosas, no hay que señalarlas simplemente y decir: esto es un vaso, esto es un papel, aquello es luz, esto es un rostro. Hay que sugerirlas, hay que hacerlas sospechar. Cuando uno hace que las cosas estén presentes por ausencia, es cuando las cosas están.

Las palabras para no decir parecen simples, no se refieren a ningún significado y tienen que aceptarse como aparece la confrontación con las contradicciones, la falta de estabilidad y pareciera que es sólo un juego que semeja el efecto de los versos de Mallarmé, es decir, al escribirlos, borra todos los anteriores.

Sirve para una última reflexión el siguiente verso de este poeta:

“Esponsales
en los que el velo de la ilusión resalta
su acechanza
de modo que el fantasma de un gesto
zozobrará
encallará
no abolirá la locura.”

(Cueli, José, Entre Cervantes y Freud, La Jornada, 2011.)