Chris Cornell (1964-2017): un sol se apaga
e levanté como cualquier otro día, excepto por una voz en mi cabeza, que decía: ‘aprovecha el día, jala las riendas, blande la espada y mira rodar las cabezas”, cantaba Chris Cornell (Christopher John Boyle) en The Day I Tried to Live, incluida en Superunknown, el disco más exitoso de Soundgarden, influyente banda seminal del grunge de Seattle, que encabezó de 1985 a 1996, con recientes rencuentros a partir de 2012. Con la espectacular y amplia voz que poseía, de al menos una octava de rango, en esa canción hablaba sobre “dejar de ser una persona solitaria, aislada: es un problema contra el que siempre he luchado; es sobre tratar de ser ‘normal’ y poder salir y convivir con la gente. Tiendo a encerrarme y no querer ver a nadie por largos periodos, no hablar con nadie”, explicó a la revista Rolling Stone en 1994.
Cornell vivía marcado por la depresión y la ansiedad, las cuales le acompañaron desde la adolescencia, en que se divorciaron sus padres, hasta el día de su trágica muerte, a los 52 años, la noche del pasado 17 de mayo, para amanecer el 18, en el hotel MGM Grand de Detroit, horas después de haber ofrecido un concierto con la afamada agrupación de marras. Los médicos diagnosticaron suicidio, al encontrarle con una banda en el cuello, aunque su viuda Vicky Karayiannis asegura que él se encontraba feliz y estable, y que si se quitó la vida, “él no estaba siendo ‘él’”. Asimismo, su abogado Kirk Pasich, dijo que según testimonio telefónico del mismo Cornell a su esposa, horas antes de fallecer, había tomado más dosis de las recomendadas, de Ativan, medicamento para combatir la ansiedad como ex adicto: si Chris se quitó la vida, es probable que lo haya hecho de forma casi inconsciente, como en un sueño
, pues la pérdida del juicio, entre otros efectos, es lo que genera dicha droga, si se ingiere en exceso.
Pero mientras el peritaje médico da más informes, la tristísima e inesperada muerte de Cornell, padre de familia amoroso, quien llevaba décadas limpio, con una carrera solista tranquila, un aclamado regreso con Soundgarden, queda macabra e inevitablemente vinculada a la serie de decesos jóvenes entre músicos de su generación: Andrew Wood (líder de la banda Mother Love Bone al lado de Stone Gossard y Jeff Ament, ex integrantes a su vez de Green River, que después con Eddie Vedder formarían Pearl Jam; Cornell dedicó a Wood la banda y disco único homónimo Temple of the Dog en 1991, al lado de estos tres músicos), el célebre e icónico Kurt Cobain (Nirvana, 1994), Shannon Hoon (Blind Melon, en 1995), Layne Staley (Alice in Chains, 2002) y Scott Weiland (Stone Temple Pilots –STP–, 2015), todos de Seattle, salvo Blind Melon y STP, de California.
La melancolía, la desesperanza, el desasosiego inherentes al entonces original género, permearon sus vidas hasta el punto de la muerte, en trágica coherencia existencial, emparentada con pasajes de adicción y reincidencia. Cobain se lamentaba de la contradicción de su fama, pues su propuesta era antisistema, pero no sabía cómo renunciar a aquélla. Cornell sintió algo similar después de la muerte del líder de Nirvana: Este éxito me sabe amargo; hemos perdido amigos, y de pronto todo esto se convierte en un asunto de mera moda. Es como si hubieran venido a nuestra ciudad a minar nuestros recursos, desechar lo que no les gustó y el resto lo dejaran pudrir. Así de mal
, dijo a la misma revista.
Y es que esa mina de talento fue una tormenta eléctrica que cambió el rumbo de la música. Heredera de Melvins, Soundgarden comenzó siendo una banda de culto, al combinar el sonido guitarroso de Black Sabbath, lleno de riffs entre stoner, prog-metal y sicodélicos, con un ánimo no enojado, sino angustiado, frágil, vulnerable, y letras introspectivas. Cornell, autor y guitarrista, se apoyó en el virtuoso Kim Thayil para generar un sonido único, potente, lejano a la pretensión del metal y a la frivolidad del glam, cercano al punk y a la energía de una generación harta del vacío colorido de los años 80. Si Pearl Jam fue el lado sensible del grunge y Nirvana la suma de sensibilidad con energía destructiva y acordes pop, Soundgarden con sus magníficos Ultramega Ok (1988) y el definitorio Badmotorfinger (1991), hizo que dicha escena tuviera un perfil definido, visible, contundente. Sin ellos, ni Nirvana ni Pearl Jam ni similares, habrían existido. Para Superunknown, una rayita más pop (incluye las gloriosas Black Hole Sun y Spoonman), la banda estaba en la cima. A diferencia de la furia de Cobain y la bonhomía de Vedder, Cornell figuró como un personaje cuyo bello rostro le hacía lucir poco peligroso, pero enfocado: sus composiciones siempre fueron más complejas. Y si bien su trabajo con Audioslave (2001-2007) y como solista se volvió aun más pop, el conciso legado de Cornell al rock es imprescindible. Una gran pérdida, un agujero negro en medio del sol brillante que era su vida. Descanse en paz (conciertos).
Twitter: patipenaloza