l secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, dijo ayer que la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) será como una montaña rusa, con días malos, días buenos, mejores y peores
, y expresó estar positivo, no optimista
sobre los resultados del proceso correspondiente. Asimismo, el funcionario consideró que la defensa
de ese instrumento comercial no sólo está en manos de México
, sino también de sectores empresariales y productivos de Estados Unidos. Adicionalmente, enlistó tres puntos que el gobierno mexicano desea como premisas de la renegociación: el necesario reconocimiento de que los tres socios se han beneficiado con el libre comercio –y no sólo México, como señala Donald Trump–, la inclusión de nuevos temas como el comercio electrónico, las telecomunicaciones, la propiedad intelectual y los derechos laborales y ambientales, así como el requisito de la aprobación legislativa por los tres países a las modificaciones.
Por su parte, el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, mencionó que ante la complejidad de (re)negociar el TLCAN en época electoral
(en referencia a los comicios presidenciales del año próximo en México y a los legislativos intermedios en Estados Unidos), Guajardo y su equipo han estado trabajando con gran energía para completar en este año los procesos de negociación comercial que tenemos en curso
.
Ciertamente, las condiciones de la renegociación serán sumamente difíciles. Por si no hubiera suficientes pruebas de la hostilidad de la Casa Blanca al libre comercio, hace unos días, en Hanoi, el representante comercial de Washington, Robert Lighthizer, ratificó de manera rotunda el rechazo de su país al Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP) ante funcionarios de 11 gobiernos que pretendían revivirlo. Por otro lado, el gobierno mexicano llega a la renegociación del TLCAN en una situación de marcada debilidad política, tanto interna como ante la administración Trump, y carente de opciones ante la posibilidad de que el temperamental y efectista mandatario decida dar una patada al tablero de juego y retirarse de la mesa.
La relación bilateral en su conjunto pende de la delgadísima cuerda de las pláticas secretas entre Videgaray y diversos funcionarios del país vecino en virtud deuna decisión lamentable que, en lugar de generar algún respaldo social a la cancillería, la ha hundido en sospechas; además, la prisa por culminar la reconfiguración del acuerdo comercial hace ver un afán de perpetuación transexenal que, sin ser ilegal, resulta contrario al espíritu democrático y republicano y lleva a preguntarse por la pertinencia de que un gobierno con bajos índices de popularidad y situado en su etapa final emprenda una renegociación tan relevante para el futuro del país, y que lo haga, para colmo, no confiado en sus propias fuerzas y en el respaldo de su población, sino, como lo expresó Guajardo, bajo el cobijo de sectores empresariales del país vecino. Para colmo, por lo que dijo ese funcioniario daría la impresión de que se pretende hallar en el TLCAN una segunda oportunidad para retomar puntos fundamentales del extinto ATP, como las telecomunicaciones y la propiedad intelectual, lo que difícilmente suscitaría el beneplácito de Washington.
En las circunstancias enumeradas, debería resultar obvia la necesidad de no acudir a las negociaciones sin antes explicar puntual y exhaustivamente a la sociedad qué se va a negociar, en el contexto de un periodo de información y debate en el que la ciudadanía mexicana pueda hacerse de los elementos de juicio necesarios y manifestar libremente su opinión sobre un tratado que, en cualquier escenario –el de su reformulación o cancelación– es determinante y crucial para el país. En suma, se debe acudir a la renegociación del TLCAN con un espíritu democrático, incluyente y respetuoso del sentir social, y no repetir el proceso cupular y tecnocrático por el que nuestro país quedó atado a la economía del vecino desde 1994.