Sábado 20 de mayo de 2017, p. a16
Bob Dylan sigue siendo noticia.
¡28 inéditos, 28!
El álbum triple titulado The Many Faces of Bob Dylan contiene 28 piezas que en su mayoría no habían visto (¿oído?) la luz hasta ahora. Algunas de ellas aparecieron por separado, editadas por el propio autor, en su serie infinita Bootleg Sessions.
Es menester decir, de entrada, que la serie The Many Faces es de lo mejor que está sucediendo en música grabada. El más reciente de sus títulos esplende en los estantes de novedades discográficas.
Desde el corte inicial entramos a territorio germinal en poesía, misterio, guitarra acústica y neblina apenas perceptible para quienes quieran entrar en trance. Las condiciones están dadas.
Las características de esta serie, The Many Faces, son propicias.
La secuencia de sus tres tomos respectivos marca, en su volumen inicial, la génesis; el segundo cedé contiene rarezas discográficas y el tercero su explosión en otros artistas, previos o posteriores al músico en turno.
En este caso, el disco uno reúne 14 tesoros del periodo inicial (¿iniciático?) de Bob Dylan que, con excepción de las cuatro primeras, son prácticamente desconocidas, entre ellas la bellísima Girl from the North Country, la estremecedora Man of constant sorrow, y la también dramática The lonesome death of Hattie Carroll.
El álbum abre con una versión casi adolescente de Blowin’in the wind, dotada por tanto de un pathos brutal. Descarnada, impactante, arrebatadora, ciclónica, la versión que escuchamos enseguida de A hard rain’s a-gonna fall
Y vi a un recién nacido
rodeado de lobos salvajes
Y vi una autopista llena de
diamantes pero desierta
Y vi una rama oscura de la
que goteaba sangre
Y vi una habitación llena de
hombres con martillos
ensangrentados
Es la canción que quebró
a Patti Smith en la ceremonia de recepción de los premios Nobel en diciembre pasado, donde asistió en representación del autor de estos versos:
Y vi que sonó un relámpago,
atronador como una amenaza
Y vi que sonaron los gruñidos
de alguien que moría
de hambre
Y vi a muchas personas que
se reían del que moría
Y vi que sonó la canción de
un poeta que agonizaba
en la alcantarilla
Y vi que retumbó el llanto de
un payaso retorcido de
dolor en el callejón
Es la canción que cantó Patti Smith en Estocolmo y la hizo parar, aterida, mientras muchos creían que se le había olvidado la letra
de esta obra que le es muy cercana por distintas razones, en primera porque ella conoce el dolor de la muerte de seres queridos, porque ella al igual del personaje de la canción, tiene un hijo de ojos azules y sobre todo porque es amiga/hermana de Bob Dylan. Y vi que cantó:
Y vi a una chava cuyo cuerpo
se abría en llamas
Y vi a otra chava, ella me
regaló un arcoíris
Y vi a un hombre herido de
amor
Y vi a otro hombre, lastimado
por el odio
En homenaje a una novedad bibliográfica que quiero recomendar ahora: El inconcebible universo: sueños de unidad, de José Gordon, me tomé la atribución de utilizar Y vi
en lugar de Heard y I met, atendiendo a la regla que me enseñó José Emilio Pacheco de que en poesía no hay traducción, hay versión y en reverencia al altísimo logro literario de José Gordon en su libro, donde, entre otras virtudes estilísticas, utiliza el Y vi
con arrebato, maestría y eficacia narrativa, mediante un juego de espejos con Walt Whitman y Jorge Luis Borges. Esta es la portada del libro de José Gordon que ampliamente recomiendo:
Hallazgos narrativos. De eso está poblado también la obra de Robert Zimmerman. Nos dice en la pieza inicial del disco dos, Handsome Molly
Ay, cuánto diera por estar en
Londres
o en alguna ciudad con puerto
para subirme a una
embarcación
y darle vueltas al océano
¿Se acuerdan de Molly?
Me dio su mano
me dijo que siempre sería yo
su hombre
pero rompió su palabra
Ahora voy rumbo al río
y mientras nadie duerme esta
noche
pienso en la hermosa Molly
y comienzo a sollozar
William Shakespeare, por supuesto, se asoma siempre en la obra de Robert Zimmerman. Un ejemplo, el bello blues que hizo célebre T-Bone Burnett, cuyo título abarca dos eras y dos significados: Farewell (fare thee well), siendo el primero una despedida definitiva y siendo el paréntesis la cárcel del arcaísmo –thee– que enriquece la semántica: que te vaya deveras bien, ya que me abandonas, lo que deseo es que estés siempre bien.
Ese blues, Fare Thee Well, precede en el disco dos a otra gema: (I hear that) lonesome whistle, donde se derrumba un mito: la influencia mayor inicial (¿iniciática?) de Bob Dylan no fue Pete Seeger, sino Hank Williams, y una prueba de esto es precisamente esta canción: (Escucho ese) Silbido en soledad, que propone una atmósfera poética, un clima nublado, una imagen entre la desolación y la ensoñación: un silbido en la oscuridad, en la penumbra. Una persona que silba ya de por sí aporta una atmósfera peculiar a un ambiente, pero si esa persona está sola, solita y su alma, su silbido es notoriamente diferente. Y si ese silbar es triste, pues tenemos ya la dramaturgia completada.
Otra prueba de lo importante que es Hank Williams para Robert Zimmerman: en uno de sus discos recientes, Tempest, pone esos silbidos en labios de ¡una duquesa!, una suerte de pitonisa, una semidiosa voluptuosa que anuncia, adivina, intuye. Halla.
Hallazgos. El, digámoslo así porque nuevo sí es, nuevo
disco de Bob Dylan es triple, es hermoso y está preñado de hallazgos.
En estos tres discos de edición reciente, Bob Dylan aúlla, carraspea como los viejos bluseros del Delta del Mississippi, desafina y se carcajea al darse cuenta que desafinó, ejercita el shout, el gemido, el aullido gutural de la poesía.
Es, por último pero no a lo último un inmenso placer poder anunciar así esta novedad discográfica:
Señoras y señores, con ustedes, el nuevo disco de Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura
.