a jerarquía católica sabe jugar los tiempos electorales, como pocos actores, para incrustar sus intereses estratégicos en el entramado político mexicano. Los obispos conocen al dedillo la vulnerabilidad de la clase política cuando compite electoralmente por el poder. Bajo las aperturas democráticas de los ochentas, el entonces nuncio Girolamo Prigione, viejo lobo, hizo escuela en el mercadeo clerical ante las élites políticas. En corto y en lo oscurito, los obispos insertan su agenda entre los candidatos. En reuniones privadas o semipúblicas los aspirantes ofertan y pactan el canje de favores. Ahí han surgido amistades profundas entre clérigos y políticos. Cuando la contienda electoral es cerrada, la transacción se encarece, pues tanto los aspirantes como los partidos son más frágiles y buscan con impaciencia el apoyo clerical. Además de atraer a Dios a sus campañas, los políticos esperan que los altos prelados orienten el voto de su feligresía. Esta reconfesionalización de las relaciones entre las élites políticas y religiosas es una falacia, se da bajo la mesa y justamente ha sido uno de los mayores reproches que el papa Francisco ha imputado a la jerarquía católica mexicana, durante su visita en febrero de 2016.
En el caso de los obispos mexiquenses, la relación con el poder tiene muy larga data. Hay numerosas crónicas de cómo los obispos son consentidos tanto por el gobierno estatal como por los poderes municipales. Casas, autos, choferes, viajes, apoyo a causas y caprichos episcopales son atendidos por los gobernadores. Incluso el Ejecutivo estatal designa a un funcionario especial para atender los requerimientos y ocurrencias no sólo de obispos, sino de una parte del alto clero en la entidad. Cuando el obispo Onésimo Cepeda enfermaba el gobierno ponía a su disposición un helicóptero para trasladarlo a su consulta médica. Onésimo alardeaba en comidas ser el padrino
del actual gobernador, Eruviel Ávila, a quien en todo momento daba consejos. El espeso discurso laicista del Estado del siglo XX no tuvo cabida en el estado de México. Por el contrario, el llamado grupo Atlacomulco incorpora en su estrategia de gobernabilidad a la Iglesia. La razón de tal acomedimiento religioso, brincándose los principios liberales, se debe a que el primer obispo de Toluca, Arturo Vélez Martínez, formó parte consanguínea del poder. Don Arturo, quien estuvo casi 30 años al frente de la diócesis, fue primo de Alfredo del Mazo Vélez, gobernador del estado de México y abuelo del actual candidato Alfredo del Mazo Maza. Arturo Vélez era priísta y empresario, murió en 1989 a los 85 años. Dicho de otra forma, Arturo Vélez es la versión religiosa del grupo Atlacomulco. Para no perder el sello, fue varias veces señalado por actos de corrupción en negocios inmobiliarios y manejos poco furtivos de recursos conducidos en caritativas rifas de casas por el obispo de Toluca.
En el actual proceso electoral, la Iglesia católica en el estado de México despliega una estrategia de pinzas. A nivel de cúpula concierta con los candidatos del PRI y del PAN. Y a escala de las pastorales sociales, su discurso es diferente, pues se han manifestado contra la compra y la coacción del voto, así como de los usos electoreros de los programas sociales. Muchos sectores del bajo clero simpatizan con Delfina Gómez, candidata de Morena, quien ha desarrollado una buena relación con las diócesis de la zona oriente del valle de México. En contraparte, algunos obispos, como Chavolla Ramos, de Toluca, utilizan organizaciones ultraconservadoras, como el Frente Nacional para la Familia (FNF), vinculada orgánicamente al Yunque, para reivindicar desde los laicos la agenda moral de la Iglesia contra los matrimonios igualitarios, el aborto y los homosexuales. Los 14 obispos mexiquenses publicaron el 29 de marzo una carta amorfa sobre las elecciones. El texto no tiene foco y está lleno de lugares comunes que mejor lo hubieran dejado en el cajón porque no dice nada. Un día después los obispos se reúnen en Los Pinos con el presidente Peña Nieto. Según una filtración dada a conocer por el reportero Álvaro Delgado, de Proceso, el mandatario suplicó
el apoyo de los obispos para el candidato priísta Alfredo del Mazo. Al parecer la clase política y el propio Peña Nieto han comprado el blofeo clerical de que el desastroso resultado electoral para el PRI en 2016 se debió al voto de castigo católico; es decir, como represalia a la iniciativa presidencial en favor de los matrimonios igualitarios.
Los obispos mexiquenses han sido cautos y hasta el momento no han tenido posicionamientos contundentes sobre el proceso electoral ni sobre los candidatos. Por su parte, los aspirantes a la gubernatura del estado de México han tenido mucho cuidado de no provocar a la jerarquía católica. Alfredo del Mazo, cercano al Opus Dei, ha declarado públicamente sus posturas conservadoras sobre la familia, las buenas costumbres y contra el aborto. Josefina Vázquez Mota ha hecho lo propio, pero compite en desigualdad de condiciones con el PRI por la larga tradición de intercambio de favores que el poder mexiquense le ha otorgado a la Iglesia. Delfina ha sido cauta y no se ha pronunciado abiertamente en torno a los temas candentes de la agenda moral de los obispos. El hecho de haber sido catequista le da la experiencia para manejarse con prudencia y no abrir nuevos frentes de disputa. Estos temas han sido evitados en los dos debates oficiales, salvo Juan Zepeda (PRD), los demás candidatos le han dado la vuelta. Lo que muestra que los partidos no quieren provocar a la jerarquía por temor a represalias que incidan en la intención del voto.
Si la jerarquía ha sido sujeta de tantos privilegios, ¿por qué cambiar? La zona de confort y pragmatismo de los obispos los convierte en actores que apuntalan el statu quo construido por el grupo Atlacomulco. Es el escenario ideal para las aspiraciones de Carlos Aguiar Retes para acceder al arzobispado de México. Sin embargo, este cuadro estaría incompleto sin valorar la emergencia de los grupos evangélicos que en los recientes 20 años han crecido de manera geométrica en la entidad. Especialmente en la zona conurbada de la Ciudad de México. A pesar de entendimientos de Alfredo del Mazo con organizaciones del Yunque, cuenta con la llave de Encuentro Social para acceder a los evangélicos; mientras los otros candidatos han generado cabildeos. Evangélicos y neopentecostales ganan peso y su voto, a diferencia de los católicos, puede ser corporativo.