eiterémoslo. El comportamiento reciente de la economía vecina no provoca entusiasmo. Su crecimiento con dificultades estructurales consistentes es incuestionable: 1) tasa de desempleo que tiene topes para descender luego de una crisis; 2) tiempo medio de duración del desempleo de más difícil descenso –de 16 semanas en promedio a mediados de 2007 (corrijo y me disculpo por 2011 que puse hace unos días) a 41 semanas a mediados de 2011; 3) participación del salario y las remuneraciones en el producto sin expectativa favorable para los asalariados; 4) evolución real del salario y la productividad en contra de los trabajadores.
Y –para no ir más allá– una capacidad industrial instalada que crece desorbitadamente en relación con la que se utiliza y lo que se produce. Si, primordialmente el dramático alargamiento del periodo de angustia laboral de los desocupados y un salario real que no da ninguna esperanza son indicadores terribles.
¿Explicaciones fáciles? ¡Los migrantes nos sustituyen! ¡El Libre comercio actúa en nuestra contra! ¿Más todavía? ¡México es tremendamente asimétrico con nosotros! Re-industrialicemos nuestro país, parecen decir las voces más conservadoras del vecino país.
El deterioro de la vida económica de los trabajadores estadunidenses parece inevitable. Entre ellos los trabajadores migratorios. ¡Viven momentos de angustia! En un momento de distanciamiento mayor entre el crecimiento de la productivida y el del salario. Sigamos, entonces hoy, con los datos actualizados de la evolución de la capacidad instalada, de la capacidad utilizada y de la producción. Notemos una vez más que de ordinario el ritmo de crecimiento de esta capacidad industrial tiende a sobrepasar al de crecimiento de la producción.
Recordemos que entre 1990 y 2002 –para sólo tomar un periodo reciente– esta capacidad industrial instalada creció como nunca. Incluso desde los años 70 en que se empezó a documentar este importante indicador, los crecimientos anuales son prácticamente positivos. Pero menores antes de 1994. Y muy menores hoy, después de 2001. Sólo hasta enero de 2010 se registró el primer crecimiento negativo anual.
Así, el índice de la capacidad industrial instalada de enero de 2010 disminuyó respecto del índice de la capacidad industrial instalada de enero de 2009. Muy poco frecuente este comportamiento. De ordinario no se detiene el crecimiento de la capacidad industrial instalada. Menos se cae. Formación neta positiva de ordinario. Incluso –como aconteció entre inicios de 1994 y finales de 2001– los crecimientos fueron muy elevados. No sólo en términos absolutos sino –primordialmente– en relación con la dinámica de la capacidad industrial registrada de 1970 a 1994. En este periodo la tasa media anual de crecimiento de la capacidad industrial instalada fue de 2.5 por ciento. En cambio de 1994 a mediados de 2008 –año en que comenzó la crisis– alcanzó crecimientos anuales medios de 5 por ciento. ¡Brutal crecimiento! Equivalente a duplicarse en 15 años, con una población que en los mismos años apenas crece 10 a 12 por ciento.
¿Se imagina usted la velocidad que alcanzó en este periodo la puesta en marcha de instalaciones, equipos y maquinaria industrial? ¿Y sus implicaciones? Hoy, después de la severa recesión de finales de 2008 a 2011, nuevamente es positivo el ritmo de evolución de este índice tan importante para comprender la dinámica industrial de nuestros vecinos. Pero a tasas medias de sólo 1.5 por ciento. Y siempre con intentos permanentes aunque fugaces de alcanzar un mayor dianamismo.
Lo cierto es que esta evolución no se acompaña de un ritmo similar en la producción industrial, cuyo dinamismo evoluciona a tasas inferiores a las de la capacidad. Esto se muestra en el ascenso práctimante secular de la capacidad industrial ociosa, que sin reposo –y al margen de los ciclos industriales, es decir, alzas y bajas– tiende a ser cada vez mayor. ¿Cuál ha sido, por ejemplo, la capacidad industrial ociosa de los pasados tres años? De un terrible 23 por ciento. (¿Se imagina usted con cuatro vehículos en su casa y nunca usar uno?)
¿Cuál fue, a manera de ejemplo, la capacidad ociosa entre 1994 y también el inicio de la crisis a mediados de 2008? De 19.3 por ciento. Sí, cuatro puntos porcentuales menos. Y para sólo dar otro ejemplo más, ¿cuál fue la capacidad ociosa en los años 70? Apenas del orden de 16 por ciento. Sí, siete puntos porcentuales menos que los registros actuales. Antes de concluir menciono los niveles de capacidad ociosa alcanzados entre finales de 2008 e inicios de 2010, en plena crisis? Prácticamente del orden de 30 por ciento. ¿Dónde se refleja con nitidez esta dinámica secular regresiva de la industria estadunidense? Evidentemente en el empleo y en el salario, cuyo comportamiento he tratado de describir en anteriores ocasiones. Pero también en la evolución de la rentabilidad.
Si estudiamos –como lo haremos pronto– el dinamismo de las ganancias corporativas –tanto de empresas no financieras como de empresas financieras y, sin duda de los impuestos que pagan– notaremos algo muy interesante, diría Perogrullo. Pues sí, la dinámica de esa rentabilidad se asocia a los ritmos de evolución de la capacidad ociosa o, su correlato, la capacidad productiva instalada y utilizada. ¡Y atrás la inversión! Y en esa dinámica, descubriremos el nuevo y alto nivel de las ganancias de las empresas financieras. En detrimento de las empresas no financieras. Pero esto, sin duda, lo veremos con detenimiento muy pronto. Y notaremos otra de las tendencias regresivas de la economía vecina. De veras.