Joaquín Sabina
At the Drive In
Tardeada punk-sicodélica
a vida giró y el cantautor español Joaquín Sabina llegó a un límite: se hartó del mito en torno a su figura, ése que lo nombra juglar del asfalto, poeta del vicio
, para dar un volantazo, reírse de ese viejo personaje, ironizar sobre él y negarlo, sin dejar de ser el cínico y melancólico de siempre. Es así que edita en 2017 y lo trae a actuar a México, tras dos años de ausencia en escenarios, Lo niego todo, primer álbum que produce en coautoría con el compositor y arreglista Leiva (José Miguel Conejo, Madrid, 1980), después de casi tres décadas de crear canciones al lado de sus fieles escuderos (aunque aún le acompañan en gira) Pancho Varona y Antonio García de Diego.
En este plato, como el título indica, el de Úbeda nos corrige a todos la plana: nos dice que en realidad es hoy un hombre apacible, taciturno, que vive del recuerdo marchoso y desmiente sentirse superior a todos. Ni profeta ni ídolo, ni intelectual inalcanzable, sino un hombre como uno; ése que llora como peluquera viendo películas sensibleras en la tele, un domingo por la tarde.
Frescura y vitalidad, es lo primero que se percibe al oír el disco. Es de alegrarse (y de alguna forma, extrañarse, aunque para bien), escuchar a un Sabina tan revivido, tan lejano a la depresión y el desgano, como estuvo hace unos 10 años, ahora cantando himnos en festivos acordes mayores, sin por ello dejar de sonar socarrón, lleno de desvergonzadas pero amorosas justificaciones para explicar sus errores (Las noches de domingo acaban mal, Por delicadeza, Sin pena ni gloria), así como hermosas estampas contemplativas (Canción de Primavera, con música de Pablo Milanés, que suena un poco al más reciente Bob Dylan); una bella y antigua historia de amor (Leningrado, quizá la mejor del álbum, con música de Jaime Asúa), amores no logrados (la atinada semi-ranchera Postdata, en coautoría con Benjamín Prado y Ariel Rot), repasos insistentes sobre lo que ha sido su vida (Quién más quién menos, No tan deprisa, Lágrimas de mármol), recordatorios de que la muerte está cercana, sin llegar a ser sombrío un instante: incluso cuando se le oye triste, se le percibe feliz.
Es innegable que cambiar de aires en composición y producción, le devolvió entusiasmo, aunque también, por el cariz de su nuevo comparsa, le llevó a un terreno mucho más pop y comercial, pleno de secuencias armónicas quizá algo complacientes, pero efectivas para lo masivamente cantábile, sin llegar a traicionar su esencia, para así con el sonido decir lo mismo que con las letras: me estoy saliendo de mi oscura y mórbida zona de confort.
Para muchos, Sabina sea quizá un personaje del pasado, lejos del hype y la moda, sin embargo, es preciso recordar que es uno de los cantautores contemporáneos que mejor trata a nuestra lengua y hace del recorrido a bordo de las palabras, un suceso a veces más placentero que el viaje sonoro en sí, pleno de figuras e imágenes cautivantes. La clave del amor que se le profesa, está en qué tanto se ama al lenguaje y a su forma particular de decir las cosas: esa mirada sarcástica y tierna que tiene de mirar la vida. Sabina siempre buscará pretextos vitales para llevar más lejos sus afiladas letras, y esta vez no es la excepción. Plagado de detalles modernistas, se aleja de las metáforas y del exceso de intelectualismo, para escupirlo todo de forma mucho más coloquial y directa. Musicalmente, la producción es brillosa, con ganas de que no haya quien no voltee. El rock-pop y las canciones vaqueras a lo JJ Cale predominan, aunque hay una rumba flamenca (Churumbelas) y un reggae (¿Qué estoy haciendo aquí? –primera vez que aborda el género).
De forma mucho más sólida que Vinagre y Rosas (2009), su décimo sexto trabajo Lo niego todo, es un disco de ruptura, una evolución que quizá no guste mucho a la vieja guardia, pero que refleja a un autor relajado, que se toma menos en serio, que ya no siente culpa por sentirse alegre o por gozar el simple hecho de estar vivo. Un viejo lobo de mar que no baja los brazos, que sigue dando batalla, que arriesga en pos de otro sonido, otra mirada, en vez de enmohecerse en sus viejos laureles. Bienvenido sea.
Joaquín Sabina inicia su gira Lo niego todo este domingo 14 en el Auditorio Nacional (también ahí, los días 16, 23 y 28); 18 horas, $350 a $4130. El 18 estará en Guadalajara, 20 en Monterrey, 25 en Puebla.
The Mud Howlers + Los Headaches. Le Butcherettes.
Sábado 12. Tardeada de punk y sicodelia de nueva generación: The Mud Howlers, Los Headaches, The Risin Sun, Flamingo Sunset, Cascabel, Sistema Sonar, The Bunyans. Muy recomendable. Tabasco 166, Roma; 14 horas, $50.
Miércoles 17. La banda texana de culto At the Drive In, encabezada por Omar Rodríguez López y Cedric Bixler-Zavala, creada en 1994, desbandada en 2001, pero vuelta a reunir en 2016 (tras crear y deshacer The Mars Volta), viene a descargar todo su alt-hardcore; abre la gran Teri Gender Bender, alias Le Butcherettes. Pepsi Center (Dakota s/n, tras el WTC, Nápoles). 21 horas, $750 a $1500 (más conciertos)
Twitter: patipenaloza