“Cultura del doping”
aría Sharapova tiene ahora 30 años de edad y el pasado 26 de abril regresó al negocio profesional del tenis, precisamente el día que se cumplieron los 15 meses de castigo que recibió por haber utilizado una sustancia prohibida, meldonium, durante su participación en el Abierto de Australia en 2016. No fue un regreso triunfal sino criticado por algunas de las grandes figuras del tenis y por la prensa. En su oportunidad igualmente cuestionaron que la suspensión inicial de dos años fuera reducida a casi la mitad por el Tribunal de Arbitraje Deportivo. Pero María, ganadora de los más importantes torneos mundiales, es también una figura que deja utilidades a las empresas que la utilizan para promocionar lo mismo coches que camisetas o zapatos tenis.
Pero el escándalo causado por el dopaje de María es nimio comparado con el que despertó Lance Armstrong, siete veces ganador de la máxima competencia del ciclismo mundial entre 1999 y 2005: el Tour de Francia. Una película, The program, dirigida por Stephen Frears, describe cómo el estadunidense participó en una sofisticada maquinaria de dopaje que le permitió ganar millones de dólares y ser deportista ejemplar cuando regresó triunfalmente a la bicicleta luego de padecer cáncer. Hasta creó una fundación para atender a quienes sufren esa enfermedad.
De la maquinaria que permitió ganar títulos a Armstrong y ocultar que por años se dopó, fueron parte dos médicos: el italiano Michele Ferrari y el español Eufemio Fuentes, que inyectaban sangre nueva un dia si y otro también; y Jhoan Bruynnel, su entrenador y estratega. Y de remate, otro ciclista, el más inteligente de todos, pero igualmente tramposo: Floyd Landis. Con Iván Basso y Jan Ullrich, fue comparsa de Armstrong.
Esa maquinaria se desmontó gracias al mejor periodismo de investigación: el del irlandés David Walsh, cuyos artículos y su libro sobre el tema echaron abajo el mito de Armstrong y reveló la red de complicidades que lo sostenía.
Luego de confesar que se vio inmerso en “la cultura del doping”, de pagar multas por millones de dólares, de ser suspendido de por vida en el ciclismo profesional y de lo que contaron sus compañeros de equipo, Armstrong emprendió la tarea de rehabilitar su figura ante la opinión pública. Algo logró, pero sus problemas no terminan.
La empresa pública estadunidense que lo patrocinó, US Postal, le reclama 100 millones de dólares de indemnización. Pero Armstrong alega que ella también se benefició de mis éxitos
. Y dejó campo para las dudas de hasta qué grado llegaron las complicidades al decir: Mi castigo es mil veces más grande que el crimen cometido, estábamos todos en el mismo barco
.
Ahora es Bradley Wiggins, ídolo del ciclismo inglés, al que acusan de dopaje. No será el último. ¿Y en México?