a ciudad se ha vuelto hostil para todos, pero en especial para los niños y los jóvenes que la habitan; todos sufrimos hacinamiento, el fenómeno bautizado como gentrificación y la escasez de los servicios, algunos tan vitales como el abasto de agua y la seguridad. Vemos también con preocupación que se reducen los espacios verdes y se privatizan las áreas públicas para practicar deportes y actividades recreativas; pero, sin duda, a quienes más daña esta realidad es a los nuevos integrantes de la sociedad: los menores de edad y los adolescentes, que están en proceso de incorporarse a la vida comunitaria.
En épocas ya olvidadas, los niños jugábamos en las calles; eran espacios para el tránsito de personas y de vehículos, pero conservaban su sello humano y el automóvil no se había apoderado de todos los espacios disponibles. El intento del gobierno de la ciudad de sustituir al menos una parte de los automóviles por bicicletas es ciertamente digno de elogio, sin embargo, significa un peligro para los usuarios de este transporte de tracción humana y no es fácil la convivencia
entre las grandes máquinas de gasolina y los frágiles artefactos de pedales.
Los juegos antiguos que formaban y preparaban para competir, convivir, adquirir habilidades y fortaleza física, son ahora recuerdos; hoy una parte cada vez más grande de la población infantil padece enfermedades derivadas de la mala alimentación y el inmovilismo. Es indispensable hacer un llamado de alerta a las autoridades, tanto administrativas como educativas para la atención de la niñez y la juventud en estos aspectos; necesitamos más espacios abiertos, parques, jardines, canchas y menos shopping centers.
El problema es complejo, requiere atender varios factores de forma simultánea, pero valdrá la pena si se logra que los gobernantes de la ciudad y de las delegaciones dejen a un lado sus intereses crematísticos y sus pujos de hombres de negocios y se ocupan del bien común, en especial por lo que atañe a las nuevas generaciones.
Es indispensable frenar la construcción de gigantescos edificios, verdaderas colmenas, como la que describe Camilo José Cela, los cuales se convierten en dormitorios y cubículos para ver televisión; los niños y los jóvenes necesitan espacios libres y abiertos, por tanto, una exigencia a las autoridades es que ni un metro cuadrado de áreas verdes debe cambiar de destino para convertirse en calle, módulo, banqueta o cualquier otro ambiente de cemento o varillas.
Una ejemplar agrupación de vecinos de la delegación Benito Juárez, que se denomina Recuperando a Portales AC, se ha echado a cuestas la defensa del antiguo Pueblo de Xoco con el fin de detener la gentrificación que amenaza con borrarlo del mapa y ha dado también muestras de amor a su colonia y a la naturaleza, al tratar de evitar la desaparición de un pequeño pulmón en medio de la colonia Portales, en el que existen diferentes especies de árboles y plantas, y al que ya le han echado el ojo los nuevos vándalos que están acabando con nuestros barrios y pueblos originarios.
Las actuales autoridades de la capital no pueden pasar a la historia como los destructores de la Ciudad de México; es cierto que crecimiento y progreso no pueden detenerse, pero no debe ser sobre la destrucción de la urbe que aún existe y está viva.
En Xoco el ejemplo es elocuente, se trata de una antigua población que hace dos generaciones hablaba náhuatl, que cultivaban hortalizas y frutas, y que ahora es desplazada por los negocios primero de la familia de un fallido candidato a la Presidencia y después por un gran consorcio trasnacional.
La nueva Constitución de la Ciudad defiende colonias como Portales y pueblos como Xoco; el jefe de Gobierno y la Asamblea Legislativa deben tomar en cuenta el espíritu de esta nueva Carta Magna para evitar que los grandes negocios ahoguen nuestra ciudad, por todos, pero en especial por niños y jóvenes.