Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Gran fiasco

E

l año que se cumple el centenario de la revolución que sentó las bases para construir una sociedad más justa y digna, el partido comunista de Rusia (KPRF, por sus siglas en ruso), que por inercia se presenta como parte de la oposición al Kremlin, en realidad es –con su actual dirigencia y estructura– un triste apéndice de la élite gobernante que promueve el capitalismo oligárquico, basado en el enriquecimiento insultante de las minorías mediante el saqueo de las riquezas naturales y otros valores contrarios a los que llevaron a los trabajadores de este país a rebelarse y terminar con los siglos de opresión zarista.

En la víspera de una celebración que pertenece a todos los que anhelan un mundo mejor, penoso es el balance que ofrece el KPRF, cuyos dirigentes prefieren hacer una caricatura de oposición a cambio de prerrogativas y privilegios económicos; en otras palabras, para ellos la lucha de clases pasa a segundo plano frente al bienestar burgués que obtienen al ponerse al servicio de quienes detentan el poder en Rusia.

En consecuencia, su electorado envejece de modo irremediable, cada vez tiene menos representación parlamentaria, pierde militantes en el interior del país, donde antes su presencia era fuerte, renuncia a encabezar la defensa de las reivindicaciones sociales y termina siempre avalando las políticas que impone el Kremlin a través del oficialismo.

El partido comunista, a pesar de que aumenta el malestar de amplios sectores de la población, es incapaz de asumir el papel de líder de la protesta, cediendo protagonismo a los grupos de derecha que saben movilizar a sus seguidores, y ni siquiera cuenta con un programa coherente y atractivo. En muchas ocasiones prefiere mantenerse al margen de las campañas mediáticas del gobierno ruso, cuando no se suma a ellas, y, por esa razón, parece más bien un partido de derecha o adopta un discurso ultranacionalista.

Simple repetidor de consignas que ya pocos creen aquí, en ningún sitio ha podido demostrar que es una alternativa real y eficaz: donde ejerce el poder –tiene dos gobernadores de región, alcaldes de ciudades importantes–, en nada se diferencia de los gobernantes oficialistas, con gestiones marcadas por los mismos vicios, iguales sospechas de corrupción, mayor empobrecimiento de los sectores más necesitados.

Carece de un líder carismático, Guennadi Ziuganov, quien 21 años después de que aceptó dócilmente que Boris Yeltsin le robara el triunfo en las presidenciales de 1996, continúa bajo el estigma de político que teme la responsabilidad de gobernar. Tampoco puede desvincularse de la acusación de que el KPRF, como otros partidos, vende escaños en el Parlamento a empresarios de dudosa reputación, lo cual sólo incrementa la lucha interna por la sucesión y ahonda aún más la crisis partidaria.

En síntesis, por obvias limitaciones de espacio expuestas de forma somera, el partido comunista de Rusia, que no la ideología que se asocia a su nombre, es –hoy por hoy– un gran fiasco.