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Siria: crímenes en la niebla
L

os gobiernos y medios occidentales denunciaron ayer la realización de un nuevo ataque con armas químicas en Siria, concretamente en Idlib, zona controlada mayoritariamente por rebeldes al régimen de Damasco, que habría dejado casi 60 muertos y unos 170 lesionados, muchos de ellos menores. Posteriormente, el hospital donde se atendía a los sobrevivientes habría sido blanco de un ataque con armas convencionales. Los mandos militares sirios negaron enfáticamente cualquier participación en la atrocidad, en tanto que el gobierno estadunidense dio por buenas las versiones, lo atribuyó de inmediato al régimen de Damasco y emitió una agria condena.

Es evidente que en el conflicto que desgarra a Siria desde hace más de seis años se han cometido toda suerte de crímenes de lesa humanidad, entre ellos bombardeos con gases tóxicos, y que la población civil ha quedado con frecuencia atrapada entre muchos fuegos. Los organismos internacionales atribuyen tres de los ataques con armas químicas al gobierno de Bashar al Assad y uno a las fuerzas irregulares del llamado Estado Islámico (EI). Por lo demás, las fuerzas aéreas extranjeras inmiscuidas en esa conflagración han sido responsables, en forma intencional o no, de diversos y mortíferos ataques en contra de objetivos civiles.

El encono de las facciones que se disputan el territorio del país tiene como correlato una guerra propagandística no menos intensa entre los gobiernos y medios de Occidente, por un lado, y los de Damasco y sus aliados (Moscú, en primer lugar) por el otro. En tal circunstancia, resulta extremadamente difícil establecer la verdad en torno a crímenes de lesa humanidad como el que, al parecer, fue perpetrado ayer por la mañana en Idlib.

Lo que es cierto e indudable es que las injerencias extranjeras en esa nación árabe deben cesar, no sólo porque exacerban y potencian la violencia de los enfrentamientos internos y quebrantan el principio de no intervención, sino también porque constituyen un peligroso margen para la internacionalización de la guerra. Cabe preguntarse, por ejemplo, cuál sería el cauce de los acontecimientos si la fuerza aérea de Estados Unidos atacara, así fuera por error, una base rusa, o si los aviones de Moscú lanzaran un bombardeo equivocado sobre posiciones estadunidenses.

En otro sentido, es claro que las injerencias en Medio Oriente tienen un costo cada vez más alto para las potencias que las realizan, en la medida en que alimentan a las distintas expresiones del extremismo que se reclama del islam. Un ejemplo inmediato es el cruento atentado perpetrado el lunes pasado en el Metro de San Petersburgo, Rusia, por un ciudadano de Kirguistán, país ex soviético de mayoría musulmana. Ello se aplica también para Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y otras potencias que han participado en injustificables incursiones militares en la región y que, de esa forma, han expuesto a sus respectivas poblaciones a ataques terroristas no necesariamente incubados en el extranjero, sino en sus propios territorios.

El primer paso para resolver la terrible guerra siria consiste, pues, en el retiro de los contingentes foráneos que participan en ella. Se trata de un requisito indispensable para la paz, pero también para despejar la deliberada confusión informativa en que se desenvuelve el conflicto y permitir, de esa forma, el esclarecimiento de los numerosos crímenes que han sido perpetrados contra la población civil.