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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios

Así que…

M

uy contentos y entusiastas los dizque Tres Mosqueteros, teníamos que dar el siguiente paso, que era hablar con don Fermín Espinosa Saucedo para informarle de los planes, para que no sólo en Aguascalientes sino también en el entonces conocido como Distrito Federal y en la meritita plaza México, se develara una escultura digna representante de su formidable paso los ruedos.

Los tres acordamos que lo prudente era pedirle a don Antonio Ariza Cañadilla que fuera el de la voz cantante, a lo que rotundamente se negó, aduciendo que el público y la afición lo podrían considerar publicidad para la casa Domecq y para su persona, así que nos endilgó el paquetito, y a buscar a don Fermín nos dimos y aceptó que nos encontráramos durante uno de su viajes a la capital, en el restaurante que tanto le gustaba, ubicado en el primer cuadro.

Fue aquella reunión todo lo que esperábamos, pero nunca de aquel calibre, ya que El maestro de maestros se emocionó, a tal grado que las lágrimas asomaron, y con un perdón se fue a dizque lavarse las manos.

Al terminar la reunión, Macharnudo se encargó de dar la noticia a toda la prensa especializada, y a continuación, nueva reunión de Los Tres para seguir adelante con mil y un detalles.

Como ya lo he mencionado, teníamos que hablar con autoridades, el propietario de la plaza, el empresario en turno, los jefazos de ganaderos, matadores, subalternos, transportistas, monosabios, expendedores, acomodadores y empleados, en pro de su visto bueno.

Y hubo más Mosqueteros, ya que todos estuvieron de acuerdo en colaborar en forma gratuita y, como suele suceder, no podía faltar el pelito en el arroz, ya que, en lo privado el entonces gerente de la plaza México, Javier Garfias de los Santos, me reclamó porque no se le había considerado para ser parte del comité organizador.

Le respondí que sí lo habíamos considerado, pero que don Antonio Cosío, propietario de la plaza, podría tomar esto como una descortesía de parte nuestra. Más o menos lo aceptó, pero comprendí que era de dientes para afuera y que habíamos comprado boleto.

Informé a Lalo y a Bernardo, y su comentario fue más o menos lo mismo: “habrá que torearlo”.

Armar el elenco de matadores no llevó más de 30 minutos, ya que la baraja de auténticos figurones del toreo ya retirados era, en verdad, impresionante, y juzgue el amable lector si exagero:

Fermín Rivera, Alfonso Ramírez El Calesero, Jorge Aguilar El Ranchero, Silverio Pérez, Luis Castro El Soldado y el propio don Fermín.

¿Se pudo pedir más?

Y lo grandioso fue lo que Eduardo Solórzano, contratador en funciones, nos dijo que todos expresaron que sería un honor participar en ese festival, máxime para que su escultura quedara dentro de los gloriosos muros de la plaza México y que ellos se encargarían de formar sus respectivas cuadrillas para que todo resultara de primera.

Antes de continuar con este relato, considero de elemental justicia reconocer los trabajos casi sin parar y, en ocasiones, robándole horas al sueño, de Lalo Solórzano y de Bernardo Fernández Macharnudo, por tanto batallar.

¿Y los ganaderos?

Don Luis Javier Barroso Chávez expuso a la mesa directiva, de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia el homenaje planeado para la develación de la escultura de El maestro de maestros, y según supimos por uno de los criadores de bravo, varios preguntaron cómo podrían participar.

Y, para no errarle, pedimos a los matadores nos dijeran qué ganaderías deseaban que participaran sus novillos, y así lo hicimos y, por estricto compromiso, jamás hicimos saber el motivo de la elección.

Algunos cobraron, otros no, pero todos se esmeraron en enviar lo mejor de sus dehesas.

Algo que nos traía de cabeza era la cuestión de los impuestos, ya que nos traían de Herodes a Pilatos, y se me ocurrió recurrir a mi gran amigo, licenciado Manuel Jiménez San Pedro, delegado en Benito Juárez, hombre de una gran educación y un erudito de la historia de México y me dijo: Mira, director (así me decía), no te preocupes; yo se los arreglo y cuando tenga el oficio correspondiente, te llamo.

(Continuará)

(AAB)