n el mundo de Facebook, 60 años de historia son tal vez demasiados. Ahora las cosas ocurren de manera inmediata, a la vez que el tiempo se aleja más rápidamente.
Las relaciones, además de instantáneas, son diferentes; ocurren con una mayor distancia en cuanto a su personalización. La forma en que se consiguen los amigos y el número de ellos que se tienen ha cambiado; en línea se cuentan por decenas y hasta por centenas, y lo único que se necesita para añadirlo a la lista es un like. No es necesario saber mucho de ese otro, tal vez mientras menos se sepa sea mejor, y de preferencia por medio de una pantalla de cualquier tamaño.
Esa empresa internacional persigue ahora el ensueño de su fundador. Según el manifiesto que publicó Zuckerberg recientemente, su proyecto es construir una comunidad global
. Ahí plantea que Facebook ya no es solamente un negocio, ni siquiera una plataforma, sino que se está convirtiendo en un movimiento ideológico a escala mundial.
Al respecto es recomendable leer la crítica del historiador Yuval Harari sobre las implicaciones de este tránsito que se propone Facebook, en términos de las posibles repercusiones para la empresa y, sobre todo, como proyecto político (ver Financial Times, 25/3/17).
En todo caso, medido en relación con la vida de las personas, 60 años es un periodo considerable. Aunque es corto en un sentido histórico. Cuando menos en la mitad de ese tiempo ha habido un considerable proceso de innovación tecnológica en el campo de las telecomunicaciones. Hoy estamos en pleno impulso del efecto de esa tecnología, la misma que ha sostenido el surgimiento y la enorme expansión de Facebook, entre otras empresas de ese sector.
Pues hace 60 años, el 25 de marzo de 1957, se firmó el Tratado de Roma, que estableció la Comunidad Económica Europea, el origen de la actual Unión Europea. Aquel tratado creó un mercado común y también una unión aduanera, una forma incipiente de integración, entre los miembros.
El tratado lo firmaron Francia, Alemania Occidental, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, y entró en vigor el primero de enero de 1958. Constó de cuatro instituciones: una comisión, un consejo de ministros, una asamblea parlamentaria y una corte de justicia.
La primera expansión de la comunidad fue en 1973, cuando entraron Dinamarca, Irlanda y Reino Unido; la más reciente fue en 2013, con la entrada de Croacia. Con esto la Unión Europea, creada en 1993, cuenta ahora con 28 países miembros. El Brexit, que podría implementarse próximamente, provocará la primera merma de la organización. No parece que vaya a ser la única.
A los 60 años el proyecto europeo expresa males geriátricos. Se parece demasiado a lo que sucede a las personas, incluso podría decirse que los achaques son anticipados, dados lo avances de la medicina, que por cierto no van de la mano de los avances de la política. Uno de los miembros, Reino Unido, quiere ser extirpado de ese cuerpo colectivo; en el camino se extiende el contagio y otros se alinean para salirse también.
El proyecto de integración europeo ha cambiado a esa región, pero en medio de grandes contradicciones que provocan el distanciamiento creciente de parte relevante de la población. En este proceso han contado la burocratización de los órganos de gobierno de la unión y las consecuencias de una profunda crisis económica desde 2009, que ha puesto en entredicho el funcionamiento del euro como moneda común. También han pesado las repercusiones de la guerra en Medio Oriente y el desquiciamiento social en el norte de África con su efecto en el incremento de la migración. Los instintos más individualistas se reafirman incluso como proyecto económico.
Políticamente existe en Europa un predominio del gobierno alemán, que expresa igualmente la preminencia de la economía de ese país. La idea de tener una Europa de dos velocidades se está imponiendo, lo que relegaría aún más a los países más pobres, como Grecia, y aun Portugal, y con ellos a otros.
El rebrote de la mancuerna de nacionalismo y populismo es muy visible y enmarca los procesos electorales en muchos de los países de la región: Francia, Italia, Polonia (el gobierno ni siquiera avala al ex primer ministro Donald Tusk como actual presidente del Consejo Europeo) y Hungría son casos visibles, también Reino Unido.
Tal como está la Unión Europea, ya es un instrumento insostenible. Aún no se advierte que la imaginación y la capacidad políticas de sus líderes puedan enderezar la nave. Es más, parece que la corriente aislacionista tiende a prevalecer. Hasta Trump afirma que los británicos hacen bien en dejar el barco.
La Unión Europea representará a finales de siglo sólo 4 por ciento de una población mundial que se calcula en 10 mil millones de personas. Estos 60 años, desde la firma del Tratado de Roma, se verán insignificantes en ese momento. Ese es el dilema que tienen los políticos europeos, tanto los que controlan la unión como los que quieren renunciar a ella. Mucho antes del final del siglo el mundo será muy distinto al que vivimos ahora. La idea de Europa, tal como es hoy, no puede trasladarse muy hacia adelante.