a estrategia que apunta a crear una sociedad semiparalizada por el miedo, sumida en la pasividad o en la prescindencia respecto de los hechos violentos que lastiman a un enorme sector de la ciudadanía ha cobrado otra víctima con el homicidio de Miroslava Breach.
Es preciso tener claro, sin embargo, que no estamos hablando de un episodio aislado e inusual: la mezcla de rabia y congoja provocada por este nuevo asesinato viene a sumarse a la generada por la no menos brutal muerte de muchos otros compañeros de profesión y, por extensión, de otros miles de hombres y mujeres a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. La larga lista de periodistas victimados en México (de otros medios, de otras orientaciones, con otras visiones, eso es lo de menos) se debe a la arbitrariedad de un poder sombrío, difícil de identificar con precisión a causa de su propia opacidad, pero cuyo objetivo parece ser una sociedad acrítica, medrosa, callada, pasiva frente a la iniquidad y el atropello.
Ante la evidencia de una dinámica insana que día a día acaba con la vida de personas que bien podríamos ser cualquiera de nosotros –de éste y de ese lado de la página– no tenemos muchos más recursos que la protesta, la denuncia y la exigencia ante las instancias legales que tienen la obligación de poner fin a la barbarie. No parece mucho, pero si la demanda se convierte en un clamor multitudinario y apremiante, puede ser que el aparato del Estado –al menos los sectores realmente preocupados por la salud de la República– tome las medidas necesarias para desmantelar de una buena vez la maquinaria de muerte que funciona en nuestro suelo, erradicar del servicio público a quienes mantengan vínculos con los operadores de esa maquinaria y acabar con la impunidad. En este sentido, de nada sirven las condenas verbales, lo que se necesitan son acciones concretas.
Denunciar públicamente los atropellos, las componendas, los abusos que se cometen para satisfacer las apetencias de poder y económicas del narco en todas sus variantes y territorios es vital para evitar el triunfo del silencio: el asesinato de Miroslava, así como el de los restantes compañeros de los medios que fueron victimados antes que ella, prueba que sacar a la luz los manejos de la delincuencia incomoda a ésta más que los miles de operativos armados que se llevan a cabo en su contra, la mayoría de los cuales no tienen gran éxito.
Es indispensable, asimismo, cobrar conciencia de que este es un problema colectivo, no de hombres y mujeres en lo individual. Y este axioma también es válido para nuestro gremio; a estas alturas, la amenaza a un compañero de profesión debe ser tomada como lo que es: una amenaza al conjunto de los y las periodistas. O dicho de otro modo: a la libertad para informar sobre lo que pasa en el país.