Brújula
na pregunta de la semana es si el presidente de Estados Unidos está bajo investigación criminal. ¿Quién se atrevió a sugerir algo tan dramático? El presidente de Estados Unidos.
Todo empezó con la inusitada acusación de Donald Trump, hace una semana, de que el presidente Barack Obama ordenó el espionaje de sus oficinas al culminar la campaña del entonces candidato. Todos, desde el jefe de la FBI (según filtraciones a varios medios) hasta el jefe de Inteligencia Nacional, los ex altos funcionarios de la Casa Blanca y el propio Obama, han rechazado esa afirmación. Pero Trump ha insistido que el caso sea investigado por el Congreso.
La Casa Blanca no ha ofrecido ninguna prueba de un intento de golpe silencioso
contra el presidente. Insiste en que hay un complot desde dentro del gobierno contra el presidente.
La acusación es grave porque implica que Obama abusó de su poder y violó la ley. También implica que la FBI, que estaría a cargo de tal operación de espionaje telefónico, violó la ley, por eso su jefe se aseguró de filtrar que había solicitado al Departamento de Justicia desmentir al presidente. Más aún: si hay una investigación, el presidente acaba de revelar públicamente algo que es siempre confidencial (aunque según las normas aquí, explicó el ex director de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional Michael Haden, en el momento en que el presidente revela algo oficialmente confidencial, automáticamente ya no es clasificado, o sea, no viola la ley).
Cuando la Casa Blanca, a través de su vocero –quien se destaca por su incapacidad verbal– Sean Spicer, fue preguntado sobre si hay o no una investigación, la respuesta fue cantinflesca (pero sin arte). Tal vez sí, tal vez no, o todo lo contrario. Pero lo más grave es que eso obligó a que el Departamento de Justicia –que estaría a cargo de cualquier indagatoria– tuviera que contestar si el presidente estaba o no bajo investigación. La respuesta fue no comment
.
Vale recordar que el origen de mucho de esto ha sido el affaire ruso. Trump acusa a Obama –tal vez como movida estratégica o quizá por un berrinche en respuesta– de dos escándalos que podrían convertirse en crisis política para el presidente: la respuesta falsa bajo juramento del procurador general Jeff Sessions sobre si había tenido intercambios con el embajador ruso en Washington que obligó a que se retirara de investigaciones sobre la interferencia de los rusos en la elección presidencial, y anteriormente el despido obligado del primer asesor de Seguridad Nacional de Trump, Michael Flynn, también por haber ocultado reuniones con el mismo embajador ruso, quien se dice gran reclutador de espías (y se acaba de revelar que Flynn también representó intereses del gobierno turco al mismo tiempo que fue asesor de la campaña de Trump, por lo cual le pagaron más de medio millón de dólares).
Mientras los demócratas insisten en que los rusos fueron claves en el triunfo de Trump –explicando así la derrota de su pésima candidata presidencial–, las investigaciones por agencias de inteligencia prosiguen sobre este asunto.
Todo esto continúa alimentando el intenso debate desde que arrancó el gobierno de Trump sobre si él está generando a propósito todo este caos –si es parte de una gran estrategia de anular la legitimidad de las instituciones y normas
democráticas– o si es resultado de que Trump es un bufón que se cree rey.
Durante estos primeros 50 días de su régimen se ha hablado mucho del enfrentamiento entre algo llamado el Estado profundo
–alusión a una especie de gobierno permanente constituido por una alta jerarquía de militares, oficiales de inteligencia, diplomáticos de carrera y más, que de hecho controlan a los políticos electos– y el equipo de Trump. El concepto se ha empleado para describir regímenes como el turco, el paquistaní y el egipcio, pero ahora está de moda entre los medios derechistas. El estratega en jefe de la Casa Blanca, Steve Bannon, ha hecho múltiples referencias a todo esto, por ejemplo, al describir que uno de los objetivos centrales de la presidencia de Trump es la desconstrucción del Estado administrativo
. Esto es parte de su argumento de que amplios sectores de la burocracia federal están en manos de algo que llama la izquierda progresista
, que ha asumido cada vez máyor control sobre el país.
Por lo tanto, la rebelión
que lleva a Trump a la Casa Blanca es una amenaza a ese Estado administrativo. Es en este contexto en que el círculo íntimo de Trump, y el mismo presidente, acusan que hay un esfuerzo amplio y coordinado desde dentro del propio gobierno para descarrilar esta presidencia. Señalan que esto explica el volumen de filtraciones a los medios por funcionarios de varias partes de la burocracia y la complicidad de los grandes medios que se dedican, según Trump, a promover noticias fabricadas
y que por lo tanto son enemigos del pueblo estadunidense
.
Por ahora hay un presidente que descalifica y ataca todo lo que no está de acuerdo con él y que no tiene ningún inconveniente en presentarse como el gran defensor de la verdad y del pueblo, y como el único que puede rescatar a este país. Adam Gopnick, en The New Yorker, resume que la primera reacción a estas semanas iniciales de la presidencia Trump es que está loco
. Pero agrega que calificar así a Trump sería un insulto a la gente loca
.
“Estos son tiempos muy aterradores para el pueblo de Estados Unidos y… el mundo entero. Tenemos un presidente que es un mentiroso patológico. Trump miente todo el tiempo. Miente para minar los fundamentos de la democracia estadunidense”, afirmó el senador Bernie Sanders, ex precandidato presidencial demócrata, en entrevista con The Guardian.
Ofreció un poco de esperanza: ante la amenaza autoritaria de Trump, se tiene que recordar la historia de este país, donde en momentos tenebrosos, en momentos de crisis, lo que ha ocurrido una y otra vez es que la gente se ha levantado y ha resistido. Por lo tanto, la desesperación definitivamente no es opción
.
No se sabe si alguien cuenta con una brújula para ayudar a entender la dirección de este país.