n su séptima edición, el FICUNAM (Festival Internacional de Cine UNAM) vuelve a ser el referente máximo de la exhibición fílmica alternativa en la Ciudad de México. Baste señalar dos títulos emblemáticos que es posible ver, de nueva cuenta, este día: la cinta de inauguración, Una pasión discreta (A Quiet Passion, 2016), del británico Terence Davies (Voces distantes aún vivas, 1988; Del tiempo y la ciudad, 2008), y la estupenda Corazones cicatrizados (Inimi cicatrizate, 2016), del rumano Radu Jude (Aferim!, 2015). Se trata de dos películas de época que comparten el tema del sufrimiento corporal por enfermedades degenerativas y el presentimiento de la muerte, las cuales toman como punto de partida la dura experiencia de dos figuras literarias; por un lado, la poetisa estadunidense Emily Dickinson, en el filme de Davies; y por la otra, en la del rumano, el caso de su compatriota Max Blecher, escritor desaparecido a los 29 años, de cuyos escritos autobiográficos se inspira libremente el realizador y también guionista.
En Una pasión discreta, Terence Davies, director que gozó de gran popularidad con títulos como El largo día termina o La biblia de neón, se aleja por completo del tratamiento biográfico convencional, la manida biopic interesada en vidas ejemplares. Su retrato de Emily Dickinson contrasta la juventud y madurez de la escritora de modo sutil y malicioso. Una fotografía de inspiración pictórica registra los cambios en las fisionomías de Emily y su familia, un círculo de librepensadores estadunidenses en los años de la Guerra de Secesión que sorprenden y escandalizan a su entorno social con sus destellos de ingenio verbal y sus provocaciones a la moral dominante. Desde una primera escena en que la futura poetisa reivindica su libre albedrío en materia de religión, parece sellarse un destino marcado por la marginalidad social. Con un inmenso talento poco reconocido en su tiempo y un físico a su parecer escasamente agraciado, Emily Dickinson (Cynthia Nixon) rechaza a sus admiradores y pretendientes amorosos con un escepticismo rudo que raya en la altanería. Su soberbia reclusión solitaria se ve agravada por los ataques combinados de una enfermedad nerviosa y una nefritis dolorosa y paralizante. La película omite señalar el lastre de una ceguera que redujo a la artista a una dependencia total con las personas que habían padecido su incomprensión y su maltrato –así como ese puritanismo tardío vinculado a la frustración sexual y a una soltería autoimpuesta–, y que pese a ello permanecieron fielmente a lado suyo, como su hermana Vinnie (Jennifer Ehle), prodigio de devoción amorosa. Terence Davies ofrece aquí una de sus películas más delicadas y emotivas, al tiempo que desactiva parte de su melancolía gris con diálogos de ingenio wildeano donde la ironía y la paradoja derriban las certidumbres morales y las tiranías patriarcales de la época. Una vigorosa inteligencia femenina, sin reconocimiento social y sin el correctivo moral del matrimonio, terminará transformándose en amargura espiritual y dolor físico. Es esa la herida abierta y el drama perturbador que con acierto registra en Una pasión discreta el realizador británico.
Otro combate perdido es el del joven Emanuel (Lucian Teodor Rus), alter ego del escritor rumano Max Blecher, a quien en 1928 le diagnostican una tuberculosis ósea que lo confina durante 10 años, en corsés de yeso y otras linduras ortopédicas, hasta su muerte en un sanatorio, precisamente en el momento en que su país sucumbe a la tiranía nazi. En Corazones cicatrizados, según la novela homónima de Blecher, el cineasta Radu Jude ofrece el doble retrato del sufrimiento de un joven aparentemente sano que en poco tiempo ve destrozada su juventud por un padecimiento físico que se complica y alarga, y el de una sociedad rumana gradualmente devorada por la peste de la intolerancia y el antisemitismo. Lejos de naufragar en la amargura, los enfermos crónicos en ese pabellón de tuberculosos forman una curiosa comunidad de fornicadores y bromistas que a las torturas cotidianas oponen el humor, el gusto del arte y la lectura, y también el deleite erótico a manera de una continua resistencia moral frente al malestar presente y al horror que se avecina. Como en la cinta de Terence Davies, la música es aquí un bálsamo precioso, y los ecos de una guerra cercana –el combate secesionista o el avance germánico– un contrapunto ominoso que intensifica el drama personal y le confiere su sentido definitivo. Las fronteras entre lo público y lo privado se difuminan en ambas cintas. El dolor colectivo encuentra su máxima expresión en una tragedia individual, y viceversa. Lo admirable en estas dos obras, además de su realización impecable, es sugerir hasta qué punto muchas desgracias distantes son ahora heridas aún vivas.
Una pasión discreta se exhibe este domingo en la sala Miguel Covarrubias, del Centro Cultural Universitario, a las 15.30 horas, y Corazones cicatrizados, en Cinépolis Diana, a las 20.30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1