or si nos faltara, el efecto Trump nos obliga a asumir la probabilidad de que vivamos cerca o ya de plano en una nueva época. No sólo en una de cambios, sino en un cambio de época, como se atrevió a decir Alicia Bárcena al presentar el diagnóstico de una recesión cuando apenas despuntaba lo que luego llamamos la gran recesión, así como su proyección sobre el mundo y América Latina. Entonces, todos o casi todos nos preguntábamos sobre el quehacer abrumador que nos aguardaba.
No pasó lo peor que se auguraba. El presidente Barack Obama y su banquero central no hicieron gran caso a una ortodoxia ridícula, dada la magnitud de la amenaza, y en la medida en que pudieron echaron a andar toda una estrategia de expansión monetaria contra el ciclo recesivo que, de extenderse y profundizarse, llevaría a la economía mundial al abismo.
De cualquier manera, la máquina económica se paró y el mundo entró de lleno en los senderos nada luminosos de una recesión prolongada que la obstinación financiera contra el endeudamiento no hizo sino arraigar en el panorama abierto por la crisis. El epicentro del huracán estuvo en los Estados Unidos pero pronto se desparramó por el mundo y las esperanzas e ilusiones en un desacoplamiento
de las pujantes economías emergentes encabezadas por China no lograron una implantación duradera.
Las formaciones económicas que habían optado por una economía abierta y de mercado ligada estrechamente al desempeño industrial americano, como México y Centroamérica, siguieron la suerte del principal y sufrieron sin alivio y de manera directa e inmediata los embates recesivos. México vio caer su actividad en alrededor de 5 por ciento e irrumpir el desempleo abierto en las regiones donde se había instalado con más éxito y pujanza el proyecto industrial-exportador. También asistimos en esos años a otro brote de violencia criminal que involucró a grandes contingentes juveniles en los que encarnaba la gran transformación
mexicana: ocupación extensiva y descuido de la infraestructura física e institucional fundamental; competitividad indudable, pero en compañía de un régimen salarial de ingresos permanentemente bajos, escasa o nula presencia del Estado en los planos de la seguridad y la sanidad laboral y en general unas relaciones sociales abiertamente favorables al capital y desfavorables al trabajo y la población que crecía de todos modos con la nueva industrialización.
La renuencia del Estado a explorar nuevas formas de fomento y política industrial nos arrojó una planta poco integrada, inscrita en las nuevas cadenas de valor, pero sin haber forjado las capacidades mínimas de reproducción desde su interior. En conclusión, un tejido productivo frágil frente al ciclo internacional y una precoz expansión de los servicios de todo tipo, con fuerte presencia de la informalidad y altas cuotas de pobreza y desigualdad sin relación alguna con el éxito exportador.
Hoy, con todo lo que representa de posibilidades de renovación y ampliación, ha sido puesto en peligro por el vociferante bravucón que habita en la Casa Blanca. No habrá buena salida económica sin la apertura de un diálogo político bi y trinacional que a su vez abra el camino de un proyecto regional capaz de asumir progresivamente la necesidad de explorar perfiles auténticamente continentales.
La crisis y el Estado siguen a debate, porque la primera no ha terminado y amenaza tornarse estancamiento secular, y el segundo, el Estado, aparece hoy debilitado por sus renuncias y recortes fiscales, acosado por los autoritarismos de las derechas xenófobas que no descansan en su frenética búsqueda de chivos expiatorios en los cuales fincar su rabia. Y en medio, en el ojo de este tifón y sus remolinos, estamos los mexicanos.
Hora de la verdad, dolorosa pero cierta.
Los libros sobre la mesa. Con la Feria Internacional del Palacio de Minería, retomo esta costumbre. Este viernes presentamos El Estado y la crisis global a debate, coordinado por Ignacio Perrotini y yo. Con colaboraciones de Jaime Ros; Robert A. Blecker; Angel de la Vega Navarro; Thomas I. Pailey; Ignacio Perrotini; Santos Miguel Ruesga Benito; Carlo Panico, Francesco Purificato y Elvira Sapienza. Editado por MAPorrúa y el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo de la Universidad Nacional Autónoma de México.