ice Donald Trump que los mexicanos les quitan los empleos a los estadunidenses. Según él, ese es un motivo muy poderoso para frenar la migración, y tal vez, suprimirla del todo. Cuando presentó las nuevas medidas de la política migratoria de la administración, el portavoz Sean Spicer –que ahora nadie puede mencionar sin reírse al recordar la caricatura de la que fue víctima en una de las sátiras de televisión más memorables de la historia; y añado que la caricatura es mejor que el original– argumentó que no es posible vivir en Estados Unidos en la ilegalidad, y ésa es la razón fundamental de que el gobierno se proponga aplicar la ley, propósito que implica una deportación masiva de trabajadores mexicanos indocumentados. Muy bien. Todo Estado tiene derecho a exigir que los habitantes del país que gobierna cumplan con sus leyes.
Lo primero que hay que preguntarse es si el presidente de Estados Unidos, él mismo tiene autoridad moral para exigir a otros que cumplan la ley, cuando según observadores, expertos y críticos, él ha violado y viola diferentes ordenamientos, por ejemplo, al contratar a su yerno como su asistente en el tema de la paz en Medio Oriente; en uno de los debates televisados que sostuvo con Hillary Clinton dijo que no había pagado impuestos porque es demasiado vivo para cumplir con sus obligaciones fiscales. ¿No fue esa la razón por la que Al Capone fue a la cárcel? Y nosotros que creíamos que era un pecado mortal en Estados Unidos, pero ya hasta eso se ha olvidado, porque el señor presidente está cerrando las fronteras.
Nosotros, como los republicanos, hagamos caso omiso de los problemas de Trump con la ley. En estos momentos el tema que nos agobia y nos preocupa a todos es la migración y las deportaciones masivas que se anuncian para un futuro que está aquí.
Según datos recopilados y analizados por el sociólogo Gustavo Verduzco, investigador en El Colegio de México, la ofensiva contra los migrantes mexicanos ocurre en un momento en que los movimientos de personas que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos de manera ilegal están en su punto más bajo de los pasados 50 años. Este cálculo coincide con los que ha hecho el Centro de Investigación Pew, que en su reporte más reciente sobre el tema muestra que el número de mexicanos que han regresado a su lugar de origen en los siete años anteriores ha aumentado significativamente, y que sostiene una tendencia a la alza. En 2015 habían vuelto a México a reunirse con su familia 61 por ciento de los mexicanos que vivían en Estados Unidos en 2009. Además, en los anteriores siete años el gobierno de Obama devolvió a 4 millones de mexicanos. Así las cosas, el saldo numérico entre ingresos y egresos de México a Estados Unidos es cero. También ha disminuido el número de personas que reportan tener amigos o familiares en Estados Unidos. Los cruces fronterizos son menos porque ha aumentado la vigilancia policiaca, pero también porque hay varios puntos de entrada que están bajo el control de bandas de narcotraficantes.
Es muy posible que Trump no sepa nada de esto, pero tampoco le importa mucho porque todos sabemos que en el fondo no es el empleo ni la violación de la ley lo que le molesta. Lo que al presidente de Estados Unidos no le gusta es que no hablemos inglés y no seamos blancos. Inglés podemos aprender, pero la otra condición está más difícil de cumplir. Y ahí sí, no hay nada que hacer, porque ni modo que nos propongamos una operación masiva de blanqueo.
Lo que el presidente de Estados Unidos no entiende o no sabe es cómo funcionan los imperios, y el que gobierna él tiene muchos problemas similares a los que enfrentaron en la decadencia Roma, o Francia y Gran Bretaña. Por ejemplo, la creciente heterogeneidad de su población, no sólo racial, sino cultural y política, que va generando espacios fragmentados, con las dificultades que ello entraña y la debilidad política que acarrea. Si ciudades como Londres, París o Ámsterdam son hoy multirraciales es porque las poblaciones de sus antiguas colonias se han movido hacia lo que eran las metrópolis de grandes imperios que esquilmaron hasta el cansancio los recursos naturales y la mano de obra de los territorios que colonizaron. La migración no es más que una compensación por la riqueza que los blancos extrajeron de sus colonias, y los migrantes o sus descendientes tienen todo el derecho de estar donde están. Los europeos lo entienden, Trump no.
Hablemos de migración, pero hablemos también de narcotráfico, porque si a ellos les molestan los indocumentados a nosotros nos fastidian los proveedores de droga del mercado más grande del mundo, que no sólo nos han quitado empleos, sino han estado en el origen de la cancelación de inversiones y son una verdadera amenaza a la seguridad nacional. ¿Qué vamos a hacer para acabar con ellos, y que no sea lo mismo que las agencias de Estados Unidos han recomendado a los gobiernos mexicanos los pasados diez años? Podríamos empezar legalizando la mariguana, y luego platicamos, ¿ok?