as acciones del nuevo presidente estadunidense obligan a revisar, con urgencia y a fondo, el sistema de convivencia propio. El acento puesto por el republicano en la inmigración y el TLCAN conlleva extender una mirada crítica a las modalidades adoptadas e impuestas por el modelo vigente. Poco va quedando intocado en el curso de la violenta confrontación desplegada en este corto tiempo por las agresivas decisiones que provienen de un norte imperativo. Cierto es que también irá en aumento la prudencia, es decir, un sesgado conjunto de temores, bastante conocidos para no tocar los sustratos que condicionan el mismo orden básico. Se trasmina entonces la urgencia de visualizar un sistema más o menos funcional aunque tal imagen deseada sea poco resistente y se deshilache ante los sucesivos embates de actitudes y decretos del republicano. La realidad interna que lucha por emerger no es, para nada, halagadora. Por el contrario, con el paso de los días, se muestra una estructura llena de agujeros de variados tamaños e importancia y, junto a ellos, hartos desprecios entre personas.
Marcadas y hasta meditadas ausencias de los grupos decisorios y privilegiados afectaron, de lleno, a la población del país. Los conjuntos más vulnerables han sido y siguen siendo los que resintieron, en sus propias humanidades, las consecuencias del despapaye habido durante los pasados 30 o 40 años. En ese periodo se revirtió, con violencia, la previa tendencia hacia la igualdad. Un radical conjunto de normas y programas acentuaron, hasta con fiereza, las diferencias de clase hasta convertirse en cerradas barreras que, por un lado, protegen a los beneficiados y, por el otro, aumentan la exclusión de las mayorías. Este despiadado proceso las deja, sin miramientos, fuera del reparto de beneficios y oportunidades. Se dio así acabada forma a lo que ahora se llama modelo neoliberal. Un efectivo entorno productor de desigualdades que bien puede afirmarse ha funcionado a las mil maravillas para los intereses de sus diseñadores y usufructuarios. El desfonde actual del entramado es ya observable a simple vista. No tiene, por lo que se aprecia, asidero alguno para reponer sus perdidas capacidades. El panorama derivado contempla un reguero de organizaciones sociales dispersas; partidos políticos sin apoyo popular; una clase política ensimismada y corrupta hasta la exageración; empresas productivas de escaso alcance y divorciadas de la creación científica y tecnológica; universidades como botín de simuladores, o sindicatos, pervertidos al extremo por sus liderazgos, que se disputan lo que resta del gran festín de aquellos situados en la cúpula.
El poder central, después de la crisis del nacionalismo revolucionario y el desarrollo estabilizador, se concentró, de manera acelerada, en pocas manos. Muy arriba se apoltronaron dos o tres manojos de dueños del capital, celosos protectores de sus privilegios. Se apoyan en obsecuentes gerentes auxiliados por incipientes centros de estudio y una rala corte de difusores bien escogidos. Se ha consolidado también un grupo de llamados tecnócratas, incrustados en instituciones financieras, moldeados en universidades privadas y ciertas extranjeras de renombre. Estos personajes han fungido de adaptadores de normas y programas diseñados en los centros mundiales de poder. Una tupida red de operadores políticos de variadas categorías tratan, desde la cintura del cuerpo colectivo, de llevar a cabo la socialización de los dictados emanados desde arriba por las anteriores formaciones descritas. Este denso tejido de individuos, instrumentos y recursos ha sido el responsable de instalar lo que bien se puede ahora llamar el sistema establecido. En realidad una terminal subsidiaria del modelo neoliberal hegemónico cuya valoración y característica actual puede definirse con las palabras ineficiente e inhumano. En tal conglomerado se incluyen las instituciones sociales, productivas, culturales y políticas con las que hoy día cuenta el Estado nacional.
La confrontación entre los esfuerzos de la comunidad mexicana en EU por adaptarse y fincar su nueva vida en ese país, contrasta con el desfondado sistema nacional todavía imperante. Durante años, la emigración se vio como un fenómeno, casi obligado y necesario, al que se cubría con cínico manto de aparente conmiseración. En el fondo, era y sigue siendo, un racista desprecio derramado a borbotones por los de arriba. Los pasados errores, tapizados con impunes negocios de la élite, hoy se padecen con deficientes servicios e inocultable ilegitimidad institucional. A muy pocos les importó la tragedia que implicaba la desesperada emigración de la juventud mexicana. Menos aún les interesa atender la centroamericana o caribeña que pasa por aquí. Mucho de la urgencia actual del gobierno, empresarios y sociedad radica en mantener, como salvavidas, el enorme cúmulo de dólares que envían los trabajadores migrantes. Vital subsidio que engrasa la ineficiente maquinaria social y productiva, a la vez que prolonga la agónica fase terminal de un modelo injusto y por demás exhausto.