l régimen político mexicano tiene una probada y documentada capacidad para distorsionar la voluntad popular expresada en las elecciones. El escandaloso fraude a la antigüita
perpetrado en 1988, la manipulación digital de los sufragios efectuada en 2006 y la compra masiva de votos a favor de Enrique Peña Nieto en 2012 son los ejemplos más relevantes y catastróficos para el país, pero no los únicos, de los métodos ilegítimos por los cuales el proyecto oligárquico neoliberal ha mantenido el poder presidencial durante más de un cuarto de siglo, complementados con guerras mediáticas contra la oposición, cooptación de disidencias, campañas de terror y hasta coerción armada a votantes en diversas regiones.
Pero estos mecanismos adulteradores no son eternos; están sujetos al desgaste propio del ejercicio del poder y especialmente a la erosión de la credibilidad que causan las acciones del gobierno y de una alianza electoral estratégica (aunque sus integrantes operen como adversarios tácticos en algunos comicios locales) que descansa en un pacto simple: mantener el modelo neoliberal, la corrupción y la impunidad. A cada nueva elección, y conforme avanza en la destrucción del país, la oligarquía neoliberal encuentra dificultades multiplicadas para mantenerse en el control de las instituciones, se reduce su margen de maniobra para desvirtuar el verdicto ciudadano y se le incrementan los saldos negativos de los comicios, tanto en derrotas como en fracturas cada vez más arduas de resanar.
En estas circunstancias es claro que mientras mayor sea el caudal de votos de un frente opositor ajeno al pacto mencionado menor será la capacidad del régimen para perpetuarse mediante un fraude. De allí la importancia de sumar la mayor cantidad posible de fuerzas, movimientos, organizaciones y personas a una propuesta de cambio de régimen, no sólo para revertir los intentos de adulterar la voluntad popular sino también para obtener un mandato con amplia legitimidad y respaldo que haga posible desarticular las espesas redes de complicidad y encubrimiento sobre las que descansa el control institucional del grupo en el poder.
Pero las razones por las cuales es necesario conjuntar un amplio espectro opositor en torno a Morena de cara al proceso electoral de 2018 van más allá de lo electoral: hasta noviembre del año pasado podía pensarse en la perspectiva de un frente popular que retomara el conjunto de las exigencias y reivindicaciones de los sectores marginados y depauperados por el modelo neoliberal y gobernar para todos desde una plataforma con un claro sentido social y popular. La llegada de Trump a la Casa Blanca y la manifiesta ofensiva contra México en la que está empeñado el nuevo gobierno de Estados Unidos obliga a repensar esa perspectiva y a cohesionar al país a fin de hacer frente a lo que se viene, lo que implica, a su vez, transitar de la idea de un frente popular a un frente amplio en el que tengan cabida sectores que hasta hace poco simpatizaban con (o formaban parte del) régimen neoliberal. Sólo de esa manera es posible auspiciar la necesaria unidad nacional que el actual gobierno está manifiestamente incapacitado para impulsar.
Es necesario, en suma, realinear a las fuerzas políticas, sociales y económicas del país en torno a un programa de gobierno diametralmente opuesto del que enarbolan quienes hoy en día hablan a nombre del Estado mexicano.
Ciertamente, ello obliga a los sectores populares a llevar el debate ideológico al interior de ese frente en formación y a establecer acuerdos con actores individuales y colectivos que hasta ahora les han sido adversos. Ello no significa diluir el objetivo de la regeneración nacional y mucho menos renunciar a él; se trata, en cambio, de darle viabilidad electoral y, posteriormente, institucional.
No son pocos los militantes de Morena que experimentan una marcada incomodidad ante el caudal de adhesiones que empieza a registrar el partido desde ámbitos políticos y empresariales que hasta ahora han sido vistos como adversarios. Muchas de esas adhesiones se perciben como acto de mero oportunismo y camaleonismo político y en algunos casos tal percepción es reflejo fiel de la realidad. Toca a esos militantes preservar los principios mediante la lucha de ideas, echar mano de los mecanismos internos de fiscalización para impedir el contagio de prácticas políticas impresentables y tener claro que esta vez la unidad en torno a un proyecto político propio y opuesto al de las presidencias neoliberales.
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