imultáneamente se aceleraron vertiginosamente, y resultaron incompatibles: la globalización, el neoliberalismo y la cuarta revolución tecnológica. El mundo está llegando a un punto de altísimo peligro para todos, tal que la única respuesta global a la vista es sálvese el que pueda. Pareciera que hoy puede no salvarse nadie si nos acercamos más al abismo.
La globalización es un perfecto desorden. Un desorden que no ha hecho sino empeorar, especialmente en los últimos tres lustros. Estados Unidos ha sido el tirano que ha mantenido las reglas como principal gobernante
del caos neoliberal. Eso está por cambiar velozmente. Trump tiene un similar en el mundo animal: el topo dorado del desierto. Este pequeño roedor no tiene ojos y es sordo, y es dorado como la melenera de Trump. El novísimo presidente de los estadunidenses modificó una parcela central de la institucionalidad y la forma de gobierno de Estados Unidos creada en 1947.
Hasta la reforma trumpiana, el gobierno manejaba la seguridad nacional
, asunto crucial para la potencia hegemónica, mediante una herramienta central de su intervención en el devenir del mundo: lo ha hecho bajo la autoridad combinada de la Casa Blanca, del Estado Mayor Conjunto y de la CIA, que fue creada en aquel año. Trump decidió que el jefe del Estado Mayor Conjunto no estará sistemáticamente representado en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional. Sólo estará si el tema a discutir exige su presencia. Además, la CIA ha perdido su asiento en el Consejo de Seguridad Nacional, donde será eventualmente representada por el director de la Inteligencia Nacional.
No es del todo visible lo que estos cambios representan, pero con ellos ocurrirá una de dos cosas o las dos. Será Trump en persona quien tomará las decisiones sobre el devenir del mundo, aquí y allá, aunque según su discurso el mundo le importa un bledo. Ahí están, por ejemplo, las embestidas que ha comenzado a dar a las estructuras del comercio mundial, o el práctico abandono de la OTAN. Dos formidables golpes a la globalización de pronóstico reservado, que representan, al mismo tiempo, cambios impredecibles en el manejo del neoliberalismo económico.
El informe de Oxfam llamado Una economía al servicio del 1% subraya que, desde 2010, la riqueza de la mitad más pobre de la población se ha reducido en un billón de dólares, lo que supone una caída de 38 por ciento. Esto ha ocurrido a pesar de que la población mundial ha crecido en cerca de 400 millones de personas durante el mismo periodo. Mientras, la riqueza de las 62 personas más ricas del planeta ha aumentado en más de 500 mil millones de dólares, hasta alcanzar la cifra de 1.76 billones de dólares.
Este es un producto directo de las políticas neoliberales con las que se encorsetó a la globalización. Otra globalización es necesaria, y posible. La CIA será en adelante, exclusivamente, según las decisiones de Trump, una agencia de inteligencia encargada de estudiar a los actores internacionales, de anticipar las acciones de dichos actores y de aconsejar al presidente.
Liberados un alto número de países de las decisiones de la CIA y del Consejo de Seguridad Nacional, las naciones harán lo que les diga su leal saber y entender o serán víctimas de las decisiones de Trump y/o el Estado Mayor Conjunto. Si Trump no cae, el mundo se moverá por las decisiones señaladas y entraremos en un negro túnel.
La revolución tecnológica de la actualidad tiene efectos devastadores sobre el mundo natural y sobre las poblaciones más pobres del planeta. Como bien explican los profesores de MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en su reciente Libro1, las nuevas tecnologías aumentan la concentración del ingreso porque tienden a elevar la demanda de trabajo de alta calificación respecto al poco calificado, porque son fuertemente intensivas en capital y porque tienden a premiar ciertos tipos de talento en forma extraordinaria.
En el fondo del mundo social están, en África: Nigeria, Etiopía, Mali, Burkina Faso y Burundi; en América: Honduras, Brasil, Colombia y Guatemala; en Europa: Moldavia, Armenia, Ucrania, Georgia y Bosnia; en Asia: Afganistán, Nepal, Camboya y Myanmar (Birmania); en Oceanía: Micronesia, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Fiyi y Vanuatu. Pero no hay país en el mundo que no tenga una proporción de su sociedad con los niveles de pobreza de los países señalados.
La asombrosa velocidad y significado de la revolución tecnológica busca aumentos en la productividad industrial y posindustrial. La competitividad capitalista es el motor que empuja sin cesar esta carrera idiota. Es una revolución que es una pasmosa fábrica de indigentes y un instrumento sobrehumano del derrumbe del mundo natural. Sólo para que el uno por ciento pueda apoderarse de un trozo mayor aún del ingreso anual del planeta.
Es difícil creer que todo eso ocurrirá con la tolerancia o sólo con un trastorno pánico de las inmensas mayorías de los pueblos del mundo. ¡Cuántos hablan de una nueva era en el futuro de la Tierra! Probablemente sí, pero no le serán ajenas a ese futuro los condenados del planeta e inmensas masas de enardecidos terrícolas que pueden morir por cientos de miles, pero que parecen, cada vez más, dispuestos a crear el apocalipsis depurador. Acaso los miles y miles de inmigrantes que están llegando a Europa y los que no podrán llegar a Estados Unidos conformen sus primeras infanterías de guerra.