n el escenario mundial las múltiples opiniones que ha generado Donald Trump, se observan los coros y el barullo exaltado de voces que participan con más ánimos de sobresalir que de discutir ideas que ayuden a la geopolítica mundial. Lo despertado por el presidente estadunidense genera cierta necesidad de identificación de jugar solo con el balón, al margen del equipo, en medio de una verbena popular. Los que participan actúan con más ánimo de ser futuros premios Nobel de la Paz que de concertar.
En México el griterío gesticulador es tan ensordecedor que llega al grado de atarantar a los comentaristas de la Europa clásica. En nosotros se agitan y se repiten las escenas de don Miguel de Cervantes, en su magistral Quijote de la Mancha: el cura daba voces; la ventera gritaba; su hija se afligía; Maritorres lloraba; Dorotea está confusa; Lucinda suspensa; doña Clara desmayada; el barbero aporreaba a Sancho y Sancho molía al barbero. Los mexicanos hablamos, cantamos, gritamos tan fuerte como decía León Felipe que nuestras voces se escuchan de un lado al otro del océano. Canto de la sangre que contiene el calor de la vida. La vida que canta en la política.
Política que asocio a la fabula cervantina del encuentro de don Quijote con el maese Pedro y su retablo. Asisten entonces lector y protagonista a una escenificación dramática. Los títeres movidos por hilos misteriosos y la voz del maese Pedro que va explicando de manera prolija y torpe lo que acontece ante los ojos del espectador –pretende recrear la leyenda de Melisendra, cautiva de los moros y su marido Gaiferos, que finalmente acude a salvarla y pretende sacarla de su cautiverio en aparentemente arriesgada y peligrosa aventura– la acción dramática se ve interrumpida una y otra vez en complejo movimiento de vaivén, en una lanzadera de acciones y discursos en los que interviene de modo cada vez más violento don Quijote, quien reclama, en forma airada, la falta de veracidad de la narración y en los efectos sonoros. Presa del enojo ante el engaño, arremete contra el retablo. Le indigna que pretendan nublar su razón con grosero espejismo representado por títeres movidos por hilos misteriosos manipulados por individuos de dudosa reputación que ocultándose entre bambalinas sólo se sabe de ellos por los matices ominosos que le imprimen a las marionetas.
Este retablo parece ilustrar el afán cervantino de delatar el recurso de explotar la irracionalidad con fines ocultos empujando a los participantes como marionetas a los márgenes de la conciencia, donde aparecen la hostilidad, el terror y el odio reprimido. La consecuencia el comienzo aparente del diálogo se verá interrumpido, el dolor y la impotencia agregados a la sensación de falta de sentido llevarán a un marcado sentimiento de indefensión ante la barbarie y la irracionalidad.