Fracasó la marcha ‘‘apartidista y respetuosa’’; organizadores desairan el Himno
Lunes 13 de febrero de 2017, p. 4
Las dos horas sin diferencias arrancaron antes de tiempo. Al parecer, a las cabezas de la marcha #VibraMéxico les urgía despachar el episodio, probado ya su escaso poder de convocatoria, pese al respaldo de Televisa y muchos otros medios de comunicación.
La marcha ‘‘apartidista, pacífica y respetuosa’’ partió del Auditorio Nacional antes de la hora programada. En la primera porción de contingentes, detrás de la descubierta que encabezaban personajes como María Elena Morera (México Unido, amiga de Genaro García Luna), María Amparo Casar (ex asesora de Santiago Creel en su calidad de secretario de Gobernación) y el encuestador Roy Campos, dominaban letreros contra Donald Trump, uno que otro con referencias genéricas a la corrupción y la inseguridad, como si los corruptos no tuviesen nombres ni apellidos.
‘‘¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!’’ Los gritos clásicos de las justas deportivas se impusieron a las consignas políticas, aunque las hubo. ‘‘¡No a las deportaciones!’’, ‘‘¡No al muro!’’, las más socorridas, como si la ‘‘sociedad civil’’ acabase de descubrir la vieja tragedia de los migrantes.
En toda la marcha, sin embargo, se colaron las pancartas garabateadas por ciudadanos como Alejandro Herrera, quien llegó con su cartel que decía ‘‘Trump trompa stink’’. ‘‘La trompa de Trump apesta’’, explicaba para los viajeros del Metro. ‘‘Yo vengo contra Trump, no por Peña. ¿Que esta marcha le va dar aire a Peña? Puede ser, pero no le va a durar’’, dijo el profesor universitario, uno de los muchos que llegaron por su propio pie, sin bandería ni líder.
A pesar de los espontáneos, la marcha fracasó en toda la línea (‘‘Dios no quiera que Trump se burle en Twitter’’, se escuchó por ahí). La derrota fue reconocida desde temprano por algunos de los principales convocantes con frases exculpatorias (‘‘no importa el tamaño de la marcha, aunque seamos pocos seremos más’’, y así por el estilo).
Fallaron también quienes pretendieron que la movilización se convirtiera en un acto contra Peña Nieto. Cuando a media calle o en una esquina aparecía un grupo lanzando consignas contra el Presidente, rápidamente era neutralizado con arengas patrióticas. Y no hay un ‘‘¡Fuera Peña!” que resista un ‘‘¡México, México, ra, ra, ra!’’
La agotada unidad en la diversidad
En los carteles oficiales, un solo enemigo: Trump, el racista, el xenófobo, el belicista, el loco, si se quiere. Y, desperdigado en los carteles hechos a mano, el otro adversario: un gobierno que fue de la invitación al candidato al reconocimiento de culpas; de las llamadas torpes a la sumisión que declara falsas las noticias. A un gobierno con 12 por ciento de aprobación súmese el descrédito general de los partidos para tener el coctel de una verdadera crisis de representación política (para subrayarla, César Camacho, coordinador de los diputados del PRI, llama a los organizadores de #VibraMéxico a ‘‘dar cauce a sus planteamientos’’). Dicho de otro modo, pasen a esta ventanilla que aquí los representamos. Pero, ¿a quién representan los representados?
Porque esta marcha fue convocada por un amplio abanico de cien organizaciones de la ‘‘sociedad civil’’, de derecha a izquierda y viceversa, por intelectuales con potentes voces en la opinión pública –o al menos en los medios importantes– y, por si no bastaba, por el mismísimo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Enrique Graue. Pero si nos atenemos a algunos de los cálculos de los asistentes, esas potentes voces convocaron apenas a unos 5 mil militantes, simpatizantes o adherentes. Vamos, 50 personas cada una.
Queda ahí la hipótesis de trabajo: a la evidente crisis de representación política (12 por ciento del presidente Peña Nieto) se suma una clarísima crisis de representación social. La ‘‘unidad en la diversidad’’, que tan bien le funcionaría a la amiga de varios de los convocantes (Elba Esther Gordillo), no da para más en estos tiempos. Al menos no con los actores que acaparan los espacios de opinión.
La foto que no han pedido
Como todos los convocantes destacados, el rector de la UNAM abandonó el Ángel antes de las dos de la tarde. Le abrieron paso a empujones y gritos diligentes empleados universitarios. El rector se detuvo un momento, no para cantar Mexicanos al grito de guerra, sino para tomarse la foto con Casar y Morera, dos de las principales organizadoras de la marcha. Sonrieron, se abrazaron. Graue avanzó unos pasos para la entrevista callejera. Respondió con generalidades a la mayor parte de las preguntas.
–¿Cuándo se tomará la foto con los padres de Ayotzinapa, rector? –le preguntó este diario.
–No me la han pedido –respondió con el rostro endurecido.
Poco antes, la escalinata del Ángel se había convertido en duelo de vanidades que dio lugar a varios sainetes. La gente que llegaba hasta la glorieta del monumento no sabía qué hacer, pues no había equipo de sonido ni nadie que informara del paso siguiente.
Para entonces, las protestas de profesores y estudiantes universitarios se multiplicaban. Alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, por ejemplo, elogiaron el ‘‘bonito pendón’’ que representa a su institución. ‘‘¿Por qué no nos lo prestaron cuando marchamos por Nochixtlán?’’, preguntaban.
‘‘Respetuosa y familiar’’
Apenas se fueron los convocantes, la policía capitalina comenzó la limpieza de las víctimas del día: los vendedores ambulantes, quienes se quedaron con sus garnachas y raspados, con los banderines y playeras estampadas para la ocasión (se vendían las ‘‘antiTrump’’, pero también las ‘‘Fuera Peña Nieto’’).
Por momentos, la marcha ‘‘apartidista’’ recordaba la reciente movilización auspiciada por la jerarquía católica: ‘‘¡Familias unidas, familias unidas!’’, gritaban desde el flanco de María Elena Morera, invitada de primera fila a cuanta reunión importante sobre seguridad organiza el gobierno.
La marcha llegó a su destino casi una hora y media antes del programado acto simbólico mayor. Se suponía que a las dos de la tarde se entonaría el Himno, en cadena nacional. Pero a esa hora sólo quedaban unos cuantos en los alrededores del Ángel y todos los dirigentes se habían esfumado.
Antes de irse, protagonizaron sainetes detrás de las vallas que colocó el gobierno de Miguel Ángel Mancera, quien también aportó una banda de guerra de la Secretaría de Seguridad Pública. Con tal mal tino que más tardó en comenzar a tocar que en avivar el rechazo de buena parte de los marchistas: ‘‘¡Fuera Peña, fuera Peña!’’, se extendió el grito. Debut y despedida de los músicos policías.
Cerca de las tres de la tarde, los integrantes del Centro de Investigación y Docencia Económicas seguían dando vueltas, aguerridos, alrededor de la glorieta. Sus alegres consignas subrayaban la ausencia de los alumnos de la UNAM, quienes no respondieron al llamado de su rector.
La pobreza de la movilización se prestó, claro, a múltiples conclusiones. Dos posibles: las élites no tienen capacidad de convocatoria, o bien en México hay muchos cobardes que sólo marchan contra el gasolinazo.