El espiritillo sutilde Morante
uminosa Plaza México, alcoba de mis amores remorenos que festejo setenta y un años de existir. Lentamente, la plaza se llenaba en medio de una puñalada de sol que rajó una ancha herida caliente, gajo de toronja, dulzura naranja, luz plateada que anunciaba el oleeé tradicional que arrancó el drama torero; cervercero y tequilero rociado con abundate espuma de la más clara y transparente triunfadora de la tarde torera.
Corrida de aniversario en la que los toreros españoles con el sitio que da torear 70 u 80 corridas al año se despacharon los mansos toritos azucarados del sábado y el domingo; Castella –español por espíritu torero– Ponce, Morante y El Juli enloquecieron al público del coso de Insurgentes.
Para el que esto escribe, lo que importa para el toreo que lleva poesía ese espiritillo sutil –García Lorca; misterio escondido, lo posee Morante de la Puebla por encima de todos. Misterio de índole singular que tiene para los andaluces, en el cante, en el baile, la guitarra o en el toreo, un no sé qué, que se le añade y trasciende las propias virtudes del artista –las artes mágicas del vuelo– cuando se dejan traspasar por ese misterio indefinible que no es sólo la gracia. Ese no sé qué, que llevó a Morante de la Puebla a salir como el triunfador nuevamente.
Morante desplegó toda su rica fantasía torera y dejó claro que el toreo es eterno. Toreo que es flojedad y se afianza en ese dejarse ir, un no hacer, que es un hacer profundo, un mirar perdido en la inmensidad del universo que pareciera tener similitud con mi imagen del campesino mexicano recargado en un árbol con la cabeza entre las piernas y el sombrero por sombrilla, en sueño profundo.
Sueño en flojedad creadora, lucha con el toro –mansos de don Teófilo Gómez––a los que embrujo y El Juli asustó por temerario y valiente
. Sentimientos de solidaridad con sus compañeros españoles trasmitir al cabal. Mas el toreo de Morante es único. Canto de la sangre que coincide con el de las estrellas. Cante que es cante hondo que diría Bergamín. Después del toreo del sábado y domingo, lo de menos son las orejas, el espíritu se quedó en la cueva oscura de Insurgentes.