strellas vibrando en la negra plaza. Un Zotoluco estremecido con ademanes lentos que no terminaban. Se quitó el añadido, en tarde que no tuvo suerte. Le dejó la plaza a Enrique Ponce el de Valencia ¡Y venga torero! Aflicción y belleza en el relampaguear del coso en la noche que se quedó y los toreros a hombros se fueron entre golondrinas y palomas.
En la corrida propiamente dicha la maestría y torería de Enrique Ponce llegaba a los aficionados, al giro quebrado de la cintura que le aliviaba la emoción y aprovechaba la lumbrera de la oscura cueva, llena en el tendido.
El jugo de su toreo se transformaba en prodigio, lo mismo en su primer toro, un bombón sin peligro que en el segundo que se defendía y al que lentamente lo metió su muleta poderosa. El resto de los toros de Fernando de la Mora mansos de solemnidad.
El jugo del toreo de Enrique Ponce se transformaba en prodigio. El revuelo del capote lidiando a los toros y surcándoles la vereda que aprovechaba en la muleta. Flotando en el aire danzaban y hacían temblar el redondel, las barreras y hasta el viejo reloj se detenía.
Aire que brillaba y traía enganchados en la muleta a los torillos bajo el milagro del encantamiento en espirales infinitas que cuajaban geometrías de ritmo exacto y se perfumaba el redondel con el improvisar de la torería de honda raíz.
¡Qué alegría desparramaba Enrique Ponce sonando palmas de sal valenciana! Se sacudía el coso a su conjuro y los oles atronaban el espacio con el desplante de sus remates con los forzados de pecho que se perdían en los tendidos altos. La muleta flotaba al mando del torero, obligando a barrer el ruedo a los toros con el hocico a los que les bajó la cabeza. Lástima que se ha vuelto un torero derechista y baja su quehacer con la mano izquierda. Ni qué de
Toda una vida torera se fue con el Zotoluco ¡Enhorabuena matador!