principios del siglo XX hubo en Hispanoamérica una corriente de poesía patriótica muy leída, influyente y ciertamente inflamada de patriotismo; la patria no era Argentina, Perú o México, era la gran patria latinoamericana, la que vislumbraba por aquellas épocas José Vasconcelos en su famoso y polémico libro La raza cósmica.
Durante los años 20 y 30, José Santos Chocano escribía en Perú sobre la prosapia inca y española de su pueblo, de nuestros pueblos y, exaltado, decía que de no haber sido poeta quizás hubiera sido un blanco aventurero o un indio o emperador
; el nicaragüense universal Rubén Darío escribió entonces una oda a Roosevelt. En ella le advierte que si él es un hábil riflero que donde pone la bala pone el corazón, si es el futuro invasor de la América de los Andes, recuerde que hay mil cachorros sueltos de león español
, le preconiza, no será tan fácil atropellar a nuestros países.
En México, Díaz Mirón ve a la patria amenazada en las figuras de la mujer dormida inerme y junto un coloso que avanza el pie
; todos advertían el peligro de nuestro vecino del norte, del gran país que se había adueñado de las islas Filipinas, que acababa de contribuir a la separación de Cuba del control español y preparaba la anexión de Puerto Rico. La famosa bebida que todavía se pide en las viejas cantinas y se sirve en las fiestas, llamada Cuba libre, no es si no la remembranza de la derrota española: el ron antillano en combinación con el refresco de cola estadunidense.
En México también, otro poeta, menos conocido, pero grandilocuente, estimado y leído por sus contemporáneos, Rafael López, escribió asimismo sobre el tema su poema patriótico, de estrofas sonoras llenas de recias metáforas La Bestia de Oro
, que no es sino una premonición de lo que hoy se aparece personalizado en el bravucón y arbitrario presidente de Estados Unidos.
Ciertamente, los errores o traiciones de los gobernantes de las décadas recientes, nos han llevado a la debilidad extrema en que se encuentra nuestro país frente a la amenaza de una guerra comercial, de un gran boicot, de la expulsión de mexicanos y latinoamericanos y, peor aún, de una posible intervención armada que pocas semanas antes parecía impensable.
Nos quedamos sin las áreas estratégicas de nuestra economía, en contra de la oposición de muchos que señalamos el peligro que nos amenazaba, malos gobernantes, partidos comprometidos a cambio de dádivas y reconocimientos; aceptaron el Pacto por México y, con ello, entregaron las únicas armas que en materia económica tendrían algún valor para nuestra defensa. Hidrocarburos y electricidad se sacaron del capítulo de áreas estratégicas y hoy se ponen, por un vil precio, en manos de nuestros competidores, por decir lo menos, porque cada vez los vemos más como nuestros enemigos.
Ya teníamos la camisa de fuerza que Salinas nos impuso con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pero quedamos en una situación todavía más vulnerable con las reformas estratégicas, en especial con la del petróleo y la generación de energía eléctrica; las predicciones de nuestros poetas se están haciendo realidad con la colaboración de quienes no leen ni poesía ni historia de México ni nada.
En tiempos de crisis, dijo alguna vez Chesterton, no hay que acudir a los especialistas, sino a los profetas; para el caso, nuestros poetas latinoamericanos han tenido su vena profética, en especial me ha impresionado releer de Rafael López el poema La Bestia de Oro
, imagen que rencarna perfectamente en la figura y la actitud de Trump. Rubén Darío advertía a Teddy Roosevelt que sería el futuro invasor; han pasado 100 años y la amenaza latente de vez en vez se cumple. Recordemos la invasión a México de 1914, Panamá y Granada, como actos efectivos y bloqueos, intervenciones de agentes en golpes militares, como en Chile, apoyo incondicional a grupos reaccionarios. Parece que hoy le toca a México.
Rafael López dice que nuestra patria “ve allá, tras los pinares del norte, la amenaza que entre la polvareda de un bárbaro tropel, hace la Bestia de Oro con su potente maza; la poderosa bestia signos funestos traza, ebria de orgullo desde su torre de Babel. [...] Time is money, ulula su resoplar de toro junto al sueño latino clavado en una cruz”, agrega que es síntesis grotesca del refrán moro que dice: El tiempo es polvo de oro, comillos de elefante y plumas de avestruz
.
Adoran fuerza y dinero, no tienen amigos sino intereses, nos imponen sus estilos de vida y sus decisiones; México no puede someterse en silencio. Concluye el poeta, antes de eso, “que se vuelquen los mares, que estalle una de aquellas catástrofes que avientan los montes al revés […] para no ver las barras con sus turbias estrellas flotando sobre el antiguo palacio de Cortés”.
Cierto, la Bestia de Oro nos amenaza; tenemos nuestra voz, nuestro ingenio, nuestro valor y será necesaria la unidad, pero no alrededor de los que nos vendieron.