n los próximos días, el presidente de México y algunos de sus secretarios de Estado serán los primeros en cruzar de manera oficial el muro, virtual hasta ahora, de la ignominia. Según anunciaron al pueblo, van decididos a defender la soberanía nacional, la independencia económica y política de México, así como toda su estrategia para mantener la apertura comercial y la globalización a cualquier costo si es necesario.
La gente se pregunta qué pueden hacer ante las amenazas que está anunciando el nuevo gobierno estadunidense. Presionarlo, solicitar comprensión y un periodo de ajuste a los cambios, o aplicar medidas de represalia como respuesta digna, con aranceles elevados, para defender a las industrias de la manufactura y las extractivas, como minería, petróleo y gas, o las del acero y toda la cadena de transformación; la automotriz, la eléctrica y electrónica, que son vitales para el desarrollo industrial del país.
En la actualidad, el comercio entre ambas naciones es muy elevado, al grado de que alrededor de 80 por ciento de las exportaciones mexicanas van al mercado estadunidense, es decir, casi 400 mil millones de dólares. Las importaciones de aquel país son mucho menores, con lo cual México tiene un superávit comercial contra los vecinos, lo que ha utilizado Donald Trump para asegurar que nuestro país tiene una enorme ventaja que, definitivamente, él quiere corregir y balancear.
Por eso ha insistido en establecer un arancel de 35 por ciento a las importaciones provenientes de nuestro territorio, un impuesto a las remesas de los migrantes radicados en el país vecino y restringir el libre tránsito de los mexicanos hacia Estados Unidos, además de expulsar a los indocumentados y a las personas con antecedentes criminales.
Trump anunció desde su campaña política la cancelación del Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP) y la revisión o eliminación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entre Canadá, México y Estados Unidos. Ayer, fuentes oficiales de Ottawa anunciaron la muerte del TLCAN, dejando solo a México en la negociación comercial, en vísperas de la visita del presidente Enrique Peña Nieto a Washington, la próxima semana, y la de algunos miembros de su gabinete.
México tendrá ahora que negociar en solitario el nuevo esquema y decidir si acepta condiciones o modificaciones, o si de plano decide salirse y cancelar un esfuerzo de comercio que se inició con muchos vicios y desigualdades hace 22 años, en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Aparentemente, la posición del gobierno de Canadá es: queremos a nuestros amigos mexicanos, pero nuestros intereses nacionales van primero, y la amistad después
. De tal forma que Canadá también tiene una relación comercial muy cercana, ya que 74 por ciento de sus exportaciones dependen del mercado de EU, un nivel similar a las mexicanas. Sin embargo, su economía está más diversificada y su mercado interno es mucho más sólido. Según el periódico El País, una segunda fuente gubernamental afirmó a la agencia de noticias Reuters que México está colgado por los pies de una ventana de un rascacielos. Está en una situación terrible. Nosotros no
.
Seguramente el TLCAN será uno de los temas principales que se pondrán en la mesa de la reunión entre los presidentes de México y Estados Unidos, pero habrá otros asuntos fundamentales también, como la migración, la seguridad, el proteccionismo y el freno a la creciente instalación en los últimos años de industrias y empresas estadunidenses en territorio mexicano, lo que afectará drásticamente el mercado y la generación de empleos. En ese sentido, el encuentro entre ambos mandatarios será vital para el futuro de la economía nacional, porque se da en un momento en que el peso está muy débil frente al dólar y al resto de las divisas internacionales. Además, la inflación se ha elevado y la incertidumbre comienza a fortalecerse entre los inversionistas nacionales y extranjeros.
Ahora podemos observar con más claridad que la política económica neoliberal aplicada en México durante los últimos 30 años está a punto de entrar en una crisis profunda. Algunos insistimos durante largo tiempo en que el modelo de dependencia concentrado hacia un solo país era equivocado. También, que había que diversificarnos y fortalecer la industria y el mercado interno mediante incrementos reales y sostenidos de los salarios y del poder adquisitivo, para estimular la demanda y tener una dinámica de crecimiento interno que pudiera proteger al país de crisis como las que desafortunadamente parecen venir.
Ni siquiera México está preparado para estos cambios drásticos que se avizoran, ni para recibir y dar empleo digno a los connacionales que pudieran ser deportados. Porque, ¿quién va a pagar los salarios y garantizar el nivel económico que tienen actualmente en Estados Unidos, que con gran esfuerzo, riesgo y sacrificio han logrado obtener? Sólo las fuerzas más negativas de la sociedad podrían incorporarlos a muchas actividades ilícitas, desbalanceando de plano la estructura del poder político y la seguridad en México.
Si a todo lo anterior agregamos el cuestionado muro de la ignominia que el gobierno de Donald Trump piensa construir a lo largo de los más de 3 mil kilómetros de frontera entre los dos países, entonces la situación se complica mucho más, pues no sólo las medidas unilaterales de los vecinos del norte, sino el aislamiento y los complicados problemas internos van a dejar a México en una posición muy vulnerable para que todo tipo de ambiciones se puedan desatar. Pero aún estamos a tiempo para corregir y cambiar de rumbo y de modelo, hacia uno de crecimiento y prosperidad compartidos, en el cual los que más se han beneficiado durante los últimos 30 o 40 años de la explotación y el saqueo, ahora contribuyan más, por el bien del país, pero de ellos también, porque la historia no los perdonará.
Todos, pero los gobernantes más, tenemos una obligación y una responsabilidad con nuestros hijos y con las futuras generaciones. Levantarnos, unirnos, organizarnos y pelear con estrategia, valor, pasión y visión para construir un mejor futuro para todos.