ara estrenarse en el cargo, el presidente Donald Trump mató ayer al Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés, ATP por su abreviatura en español), que estaba llamado a ser una de las tres piedras de toque del edificio de la globalización neoliberal, un mecanismo de anulación de los estados nacionales ante las embestidas de los capitales sin patria y un muro de contención en contra de India, Rusia y China. Así como el fin de semana multitudes en diversos países repudiaron con toda la razón el hecho monstruoso de que un individuo racista, misógino, inescrupuloso, demagógico e ignorante preside la principal potencia económica, militar y tecnológica del planeta, debería haber mucha gente en las calles celebrando el aborto del ATP en todos los países que iban a quedar bajo el imperio corporativo de ese tratado.
Ciertamente, hay muchos motivos para preocuparse por ese elefante que se mueve a sus anchas en la cristalería de la Casa Blanca y muchas y muy urgentes acciones necesarias para contrarrestar o paliar el desastre que va a traer la nueva presidencia de Washington en diversas naciones, empezando por México, donde ya se sienten las primeras turbulencias de la era Trump.
En concreto, es preciso intensificar la presión social sobre el gobierno de Enrique Peña Nieto, que para hacer frente al nuevo escenario no tiene más reflejos que el entreguismo y la claudicación. A fin de cuentas, desde los años 80 del siglo pasado la camarilla gobernante sigue al pie de la letra un programa histórico claro y simple: vender el país (territorio, recursos, bienes y población) a los intereses corporativos extranjeros y nacionales y lograr, en la compraventa, riquezas personales inusitadas para quienes forman parte del clan, independientemente de que sean priístas, panistas, perredistas, verdes o de otras franquicias electorales menores.
Al mismo tiempo, es urgente ahondar y extender la construcción de un tejido social que sea capaz de asimilar a los connacionales que serán expulsados del país vecino y a los que se quedarán sin trabajo aquí por la inminente renegociación (que podría llegar a ser una abrogación de hecho) del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hoy más que nunca, la fortaleza del vapuleado mercado interno depende de la vocación gregaria y colectiva que aún persiste en la sociedad, a pesar de tres décadas de prédica individualista de los neoliberales en el poder, y de la cooperación más que de la competencia. Ese empeño habrá de realizarse desde abajo, por la sociedad misma, por la simple razón de que la administración peñista carece de la voluntad, de la capacidad y de la cultura para pensar la economía nacional en términos distintos a los de la inserción en la globalidad neoliberal.
Es posible que los bruscos manotazos trumpistas sobre el modelo de supeditación económica de México a Estados Unidos acelere y agrave la bancarrota del grupo en el poder pero no parece haber a la vista una posibilidad concreta de reconfiguración radical del poder público. Eso significa que probablemente habremos de vivir dos años de crisis y deterioro crecientes y de una profundización de la pesadilla que es el peñato, y que el momento pleno de la sociedad deba a los tiempos de la legalidad institucional, es decir, a las elecciones presidenciales de 2018, y que esa coyuntura haga posible la conformación de un gran frente popular y social que haga realidad el cambio de rumbo que se necesita.
Por lo pronto, la muerte del ATP, así haya provenido de la misma mano que amenaza a México y al mundo con emprender una reconstrucción de la prepotencia imperial de Estados Unidos, es un hecho digno de celebrarse porque con ella se desvanece un peligro gravísimo de disolución del Estado nacional y se frustran los planes más entreguistas del presente régimen.
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