o es redundante afirmar, porque es un hecho que aún en nuestros días suele ser soslayado, que cuando se cantan en concierto roles operísticos o de otras manifestaciones de música escénica, es preciso que el/la intérprete no sólo cante bien la música y diga bien la letra, sino que también habite el personaje en cuestión y sepa comunicar sus cualidades a quien escucha. En la comprensión cabal de este hecho básico y en su experta puesta en práctica de ello estuvo cimentado el merecido éxito del reciente recital de la gran mezzosoprano letona Elina Garanca en la Sala Nezahualcóyotl. Acompañada por Constantine Orbelian al frente de la Orquesta Sinfónica de Minería, Garanca abordó una serie de roles variados, de personalidad muy diversa, y supo apropiarse de la esencia de cada uno de ellos para expresarla con energía y verosimilitud singulares. Así, el oscuro drama eslavo, severo y profundo, de la Juana de Arco de Chaikovski, y el fuego arrebatado de refinada crudeza de la Santuzza de Mascagni. Igualmente eficaces y comunicativas, la melancólica nostalgia con cimas de dolor de la Dalila de Saint-Saëns y la reflexiva resignación de la Leonora de Donizetti, bien transmutada por la cantante en retadora amargura en la segunda parte del aria.
En la segunda mitad de su programa, dedicada íntegramente a la música española, Elina Garanca continuó con la demostración de sus dotes de intérprete completa, a través de un hábil manejo del garbo, los requiebros, los gracejos y adornos propios de los personajes de zarzuela que cantó. En particular, la ligereza juguetona en El barberillo de Lavapiés de Asenjo Barbieri, la combinación de melancolía y picardía en El barquillero de Chapí, y el salero de las gitanerías en El niño judío de Luna. Estas gitanerías españolas fueron muy bien conectadas por Elina Garanca con las correspondientes gitanerías de perfil francés que hay en las piezas que cantó de la Carmen de Bizet, en las que se apropió con prestancia de los perfiles sinuosos, a mitad de camino entre el cinismo y el orgullo, de la voluble cigarrera sevillana, sin olvidar las ramificaciones del personaje hacia un cierto desparpajo no exento de languidez. Vaya todo esto para decir que Elina Garanca es, además de una gran cantante, una actriz de altos vuelos.
¿Y la música? Garanca demostró en este recital que, en efecto, es una de las grandes voces de nuestro tiempo, ofreciendo la combinación ideal de una técnica perfectamente dominada, y una expresividad finamente calibrada. ¿Ejemplos? Gran control y fluidez en los cambios de registro, sin importar cuán abruptos. Voz redonda y plena a lo largo y ancho de todos esos registros, afinación impecable particularmente evidente en los agridulces intervalos cromáticos de algunas de las arias que interpretó, reguladores dinámicos detalladamente controlados, y un legato exquisito que fluye como miel. Todas estas cualidades fueron reafirmadas en sus piezas fuera de programa, con el virtuosismo travieso aplicado a la romanza Carceleras, de Las hijas del Zebedeo de Chapí, y la fluida dulzura con que cantó O mio babbino caro del Gianni Schicchi de Puccini. Si esta abundancia de música española en su programa fue una deferencia a nuestra lengua madre, se le agradece cumplidamente. Sin embargo, hay otros repertorios en los que su voz y su temperamento lucen más y mejor. En lo personal, hubiera deseado escuchar a Elina Garanca cantar algo del repertorio antiguo que es una de sus especialidades más destacadas; en particular, sus interpretaciones del Bajazet de Vivaldi son un portento, un auténtico cuerno de la abundancia de riquezas musicales. Si usted no ha escuchado a Elina Garanca cantar Vivaldi, se ha perdido de una experiencia musical de primer orden. Deje todo y corra a buscar y disfrutar sus grabaciones vivaldianas, y ruegue por que algún día podamos escucharla cantando este repertorio en vivo. Su Mozart, por cierto, es también memorable. Mientras tanto, será posible verla en mayo, en la transmisión digital desde el Met de Nueva York, en el extremo opuesto del repertorio, interpretando a Octavian en El caballero de la rosa de Strauss.