Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de enero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Luis Videgaray y la cooperación científica internacional
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l próximo viernes Donald Trump asumirá la presidencia de Estados Unidos, una de las mayores potencias científico-técnicas del planeta. Al fin sabremos si hay o no alguna distancia entre las acciones que realmente emprenderá su gobierno y las posturas adoptadas por él y su equipo durante su campaña en temas como cambio climático, energía, salud y educación. También sabremos, a partir de ese momento, la suerte de los jóvenes mexicanos estudiantes de ciencia, especialmente aquellos con un estatus migratorio irregular y, en fin, si se verán o no entorpecidos los importantes programas de cooperación cien- tífica entre México y nuestro país vecino. Hasta ahora todo lo anterior ha quedado en el terreno puramente especulativo.

Abrir mayores cauces a la cooperación científica puede ser una de las vías para fortalecer la relación bilateral, si es que esto es posible bajo las nuevas circunstancias, si no, la diversificación y fortalecimiento de las relaciones de México con el resto del planeta cobrará gran relevancia, especialmente cuando se entiende que en el mundo actual el desarrollo económico y el bienestar social descansan en los avances en la ciencia, la tecnología y la innovación. Y este punto lo tiene particularmente claro el actual titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso.

Diversas voces públicas han expresado su inconformidad con el nombramiento de Videgaray como secretario de Relaciones Exteriores, cargo que ocupa desde el pasado 4 de enero. Me ha sorprendido el tono de esas expresiones de rechazo, algunas de las cuales llegan al insulto. Mi sorpresa es mayor cuando algunas de las manifestaciones a las que me refiero provienen de personas que cuentan con una sólida formación profesional y son líderes de opinión en algunos campos, sin embargo, en este caso, transitan con gran facilidad del análisis riguroso de los hechos a las suposiciones y las respuestas viscerales. No comparto esos puntos de vista en sus conteni-dos y menos aún su tono.

México enfrenta en la actualidad uno de los mayores retos en sus relaciones con el mundo. En unos días asumirá Trump la presidencia de Estados Unidos, se trata de una persona que no oculta su animadversión hacia nuestro país. El presidente electo ha esbozado una agenda en la que México pareciera uno de sus peores enemigos: Ha usado la mentira para caracterizar a los mexicanos como delincuentes, pretende expulsar a millones de nuestros connacionales, levantar un muro entre las dos naciones que además nos obligaría a pagar, y pretende modificar en su favor los acuerdos comerciales, en particular el tratado de Libre Comercio de América del Norte. Aun antes de llegar a la presidencia, los daños ya se hacen sentir, al impedir con amenazas la instalación de algunas plantas automotrices en nuestro territorio. Lo anterior todos lo sabemos. Ya es lugar común.

Lo que no es lugar común es cómo actuar frente a lo que viene. Lo que se requiere es, a partir de esos datos, pero principalmente de los hechos, actuar con inteligencia, habilidad política y patriotismo para diseñar una nueva relación con Estados Unidos. No se trata de declarar nuestra hostilidad o emprender una política de bravuconadas contra la nación vecina como algunos desearían, por más que nos desagrade su nuevo mandatario. Se trata de jugar una partida en la que México tiene muchas piezas que mover en su favor, por ejemplo, el tema de la seguridad, por mencionar sólo uno.

El episodio que provocó la renuncia de Videgaray a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, la invitación al entonces candidato del Partido Republicano, nadie quiere verlo ni aceptarlo como un acierto en el análisis político en un momento en que a nadie se le ocurría que fuera posible el triunfo de Trump y todos coreaban por anticipado la victoria de Hillary Clinton al mejor estilo de las cheearleaders. Es absurdo e infantil suponer que esa visita le haya dado el triunfo o haya contribuido a la victoria del multimillonario, frente a la complejidad de las razones que llevaron al electorado estadunidense a inclinarse por la opción más atrasada pero, real o supuestamen-te, más conveniente a sus condiciones de vida, y que además forma parte de un fenómeno mundial. Mientras las elecciones no estuvieran definidas, era indispensable considerar los diferentes escenarios de la futura relación con Estados Unidos y eso incluía a Donald Trump.

Sorprende mucho la facilidad con la que algunos científicos sociales transitan de la objetividad a la adivinación, asegurando que la política del actual canciller será antipatriótica o entreguista, simplemente obediente de los deseos de Trump, quien además –afirman– fue quien lo puso. El salto del análisis de los hechos verificables a la labor del arúspice es formidable.

Luis Videgaray fue el artífice del crecimiento del gasto en ciencia y tecnología durante los primeros años del actual gobierno y en mi opinión su presencia al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores es un buen indicio de que podrán fortalecerse los programas de cooperación científica de México con el mundo. En lo demás, los hechos, y no las suposiciones, tendrán la última palabra.