Nueva York.
n un rincón de la Calle 3 Oeste, cerca de la Sexta Avenida, está el Blue Note, uno de los más famosos y tradicionales clubes de jazz de esta ciudad. Para la temporada de fin/principio de año, el Blue Note presentó, del 12 de diciembre al 8 de enero, dos shows diarios con el talentoso trompetista Chris Botti, quien realizó su duodécima residencia consecutiva en el club en la temporada festiva.
Por el escenario del Blue Note han pasado numerosos grandes, muy grandes, del jazz, entre los que el propio club destaca los nombres de Sarah Vaughn, Lionel Hampton, Dizzy Gillespie, Stanley Turrentine, Oscar Peterson, Ray Brown, Tito Puente, Chick Corea, McCoy Tyner, Joe Lovano, John Scofield; el etcétera que sigue es largo y notable. Como antecedente importante, el hecho de que en uno de sus números de fin de año, la espléndida revista The New Yorker publicó un artículo relativo a esta residencia de Chris Botti en el Blue Note, en el que se afirma que el trompetista no le tiene miedo a producir un lindo sonido
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Ya instalado en el Blue Note, me encontré en un lugar pequeño, apretado, no muy cómodo, en el que pareciera que la cena y la bebida (buenas, pero caras) son lo importante, y la música es un mero fondo ornamental. Chris Botti se presentó acompañado de una banda formada por piano, teclados, guitarras acústica y eléctrica, bajo eléctrico, contrabajo y batería.
Sin duda, la palabra clave en todo este asunto es, o debiera ser, jazz. La audición de esta sesión de Chris Botti me permitió confirmar algo que ya había observado la primera vez que lo escuché, hace ya muchos años: que si bien el jazz no le es ajeno, Botti pareciera sentirse más cómodo (o es quizá su público el que se acomoda) en el ámbito del pop y similares. Que una tocada en el Blue Note inicie con El oboe de Gabriel de Morricone y el Concierto de Aranjuez de Rodrigo (¡nada que ver con la portentosa extrapolación de Miles Davis, trompeta gigante!), y que más tarde aparezca un tenor (con el claro afán de imitar a Andrea Bocelli) para cantar Con te partirò, puede ser bueno para la taquilla y grato para el abundante turismo presente en el club; no sé si haya sido necesariamente bueno para el jazz y para la tradición.
Una cosa quedó cabalmente clara a lo largo de la noche: el articulista del New Yorker tenía razón en el sentido de que Chris Botti tiene, en efecto, un lindo sonido. Yo iría más lejos: tiene un sonido muy lindo y sabe qué hacer con él. Quizá, el problema sea que lo que Botti quiere hacer con su sonido no es particularmente exigente, ni conmovedor, ni retador, ni innovador. Ciertamente, en algunos momentos de la sesión, el trompetista originario de Portland dedicó su atención a un jazz un poco más hot que su repertorio del resto de la noche, demostrando que además de su lindo sonido tiene técnica para dar y repartir y que, incluso, puede convertir ese sonido en algo más áspero y angular, más propio para el lugar y la ocasión.
Por desgracia, tales momentos fueron escasos y el jazz de verdad tuvo apenas una fugaz presencia con las intervenciones de la fogosa cantante Sy Smith.
En otra demostración de la calidad de su sonido, Botti hizo una versión agridulce del Hallelujah del recientemente desparecido poeta y cantor Leonard Cohen, utilizando sabiamente la coloración de la sordina Harmon.
Para muestra de la tendencia general del show de Botti, menciono el hecho de que en varias ocasiones subió al escenario una fogosa y espectacular violinista, Sandy Cameron, de apretado y sugestivo vestuario, hiperactivas contorsiones y dedos ágiles, pero también bastante alejada de la esencia del jazz.
A lo largo de su espectáculo, Botti mantuvo una interacción light y cordial con un público poco exigente que pareció conformarse con la oferta musical orientada al pop. Y por si fuera poco, a su admirable trompeta le cargaron la mano con mucha consola, mucha ecualización, mucha reverberación, al grado de hacerla sonar totalmente artificial: trompeta muy plugged, pues, lo que no resultó para nada atractivo. Es la segunda vez que escucho a Botti en vivo; es la segunda vez que me impresiona su sonido y me decepciona su repertorio. Y es evidente que el Blue Note ya no es lo que fue. Para jazz aquí en Nueva York, recomiendo en cambio el Village Vanguard, del que tengo mejores recuerdos.